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OCTAVO MANDAMIENTO: NO DARÁS
FALSO TESTIMONIO NI MENTIRÁS Toda persona está llamada a la sinceridad y a la ve- racidad en el hacer y el hablar. Cada uno tiene el deber de buscar la verdad y vivir según sus exigencias.
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Jesucristo es la verdad.
El cristiano debe dar testimonio de la verdad.
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El octavo manda- miento prohíbe: El falso testimonio, el perjurio y la mentira, cuya gravedad se mide según la naturaleza de la verdad que deforma, de las circunstancias, de las intenciones del mentiroso y de los daños ocasionados a la víctima.
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El juicio temerario, la maledicencia, la difamación y la calumnia, que perjudican o destruyen la buena reputación y el honor, a los que tiene derecho toda persona.
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El halago, la adulación o la
complacencia, sobre todo si están orientados a pecar gravemente o para lograr ventajas ilícitas.
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Una culpa contra la verdad debe ser re- parada, si ha causado daño a otro. El octavo mandamiento exige: el respeto a la verdad, acompañado de la discreción de la caridad.
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En la comunicación y en la
información, que deben valorar el bien común; la defensa de la vida privada y el peligro del escándalo;
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La reserva de los secretos
profesionales, que han de ser siempre guardados, salvo casos excepcionales y por motivos graves y proporcionados.
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NOVENO MANDAMIENTO: NO CONSEN-
TIRÁS PESAMIENTOS NI DESEOS IMPUROS El noveno mandamiento exige vencer la concupiscencia carnal en los pensamientos y los deseos.
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El noveno mandamiento prohíbe consentir pensamientos y deseos relativos a acciones prohibidas por el sexto mandamiento.
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El bautizado, con la gracia de Dios y luchando contra los deseos desordenados, alcanza la pureza del corazón.
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Mediante la virtud y el don
de la castidad, la pureza de intención, la pureza de la mirada exterior e interior, la disciplina de los sentimientos y de la imaginación, y con la oración.
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La pureza exige el pudor,
que regula la mirada y los gestos, en conformidad con la dignidad de las personas.
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DÉCIMO MANDAMIENTO: NO CODICIA-
RÁS LOS BIENES AJENOS Este mandamiento complementa al precedente.
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Exige una actitud interior de respeto en relación con la propiedad ajena, y prohíbe la avaricia, el deseo desordenado de los bienes de otros y la envidia.
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El desprendimiento de las
riquezas nos prepara para la bienaventuranza de “ los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” ( Mt 5,3 ).
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