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Publicada porIdoya Villalobos Modificado hace 10 años
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Octavo mandamiento: No darás falso testimonio ni mentirás
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Toda persona está lla- mada a la sinceirdad y a la veracidad en el hacer y el hablar. Cada uno tiene el de- ber de buscar la ver- dad y adherirse a ella. En Jesucristo, la verdad de Dios se ha manifestado íntegramente: Él es la verdad. Quien le sigue vive en el Espí- ritu de la verdad y rechaza la doblez, la simulación y la hipocresía.
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El cristiano debe dar testimonio de la ver- dad evangélica en to- dos los campos de su actividad pública y privada. Incluso con el sacrificio, si es necesario, de su propia vida. El martirio es el testimonio supremo de la verdad de la fe.
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El octavo mandamiento prohibe: El falso testimonio, el per- jurio, la mentira, cuya gravedad depende de la naturaleza de la verdad que deforma, de las intenciones y de los daños ocasionados. El juicio temerario, la maledicencia, la di- famación y la calumnia, que perjudican o destruyen la buena reputación y el ho – nor, a los que tiene derecho toda persona.
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El halago, la adulación o la
complacencia, sobre todo si están orientados a pecar gravemente o para lograr ventajas ilícitas. Una culpa cometida contra la verdad debe ser repara- da, si ha causado daño a otro.
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El octavo mandamiento exige
el respeto a la verdad, acom- pañada de la discreción de la caridad. En la comunicación y en la infor- mación que deben valorar el bien personal y común, la defensa dé la vida privada y el peligro del escándalo. En la reserva de los secretos profesionales, que han de ser siempre guardados, salvo casos ex – cepcionales y el respeto a las confidencias he- chas bajo la exigencia de secreto.
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La información a través de los
medios de comunicación social debe estar al servicio del bien co- mún, y debe ser siempre veraz en el contenido e íntegra, salvan- do la justicia y la caridad. Debe también expresarse de manera honesta y conveniente, respe – tando escrupulosamente las leyes morales, los legítimos de- rechos y la dignidad de las per- sonas.
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La verdad es bella por sí misma.
supone el esplendor de la belleza espiritual. Existen numerosas for- mas de expresión de la verdad, en particular en las obras de arte. Son fruto de un talento donado por Dios y del esfuerzo del hom- bre.
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El arte sacro, para ser be- llo y verdade- ro, debe evo- car y glorifi- car el Miste- rio del Dios manifesta- do en Cristo. Y llevar a la adoración y al amor de Dios Creador y Salvador, excelsa Belleza de Verdad y Amor.
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Noveno mandamiento: No consentirás pensamientos ni deseos impuros
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El noveno mandamiento exige vencer la concupis- cencia carnal en los pen- samientos y en los deseos. La lucha contra esta con- cupiscencia supone la purificación del corazón y la práctica de la virtud de la templanza.
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El noveno mandamien- to prohíbe consentir pensamientos y deseos relativos a acciones prohibidas por el sex – to mandamiento.
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El bautizado, con la gracia
de Dios y luchando contra los deseos desordenados, alcanza la pureza del co- razón mediante la virtud y el don de la castidad. La pureza de intención, la pureza de la mirada exte- rior e interior, la discipli- na de los sentimientos y de la imaginación y con la o- ración.
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La pureza exige el pudor que, preser-
vando la intimidad de la persona, ex – presa la de licadeza de la castidad y regula las miradas y gestos, en confor- midad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas. El pudor libera del difundido erotismo y mantiene alejado de cuanto favore- ce la curiosidad morbosa. Requiere una purificación del ambiente social, mediante la lucha contra la per- misidad de las costumbres.
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Décimo mandamiento: No codiciarás los bienes ajenos
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Este mandamiento exige una
actitud interior de respeto en relación con la propiedad a- jena y prohibe la avaricia, el deseo desordenado de los bie- nes de otros y la envidia, que consiste en la tristeza experi- mentada ante los bienes de otros y en el deseo de apro – piarse de los mismos.
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Jesús exige a sus discípulos
que le antepongan a Él res- pecto a todo y a todos. El desprendimiento de las riquezas y el abandono a la providencia de Dios, que nos libera de la preocupa- ción del mañana. La pobreza de corazón nos prepara para la bienaventuranza de “los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” ( Mateo 5,3 ).
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El mayor deseo del hombre
es ver a Dios. Este es el grito de todo su ser: “Quiero ver a Dios”. El hombre, en efecto, rea- liza su verdadera y plena felicidad en la visión y bie- naventuranza de Aquél que lo ha creado por amor y lo atrae hacia sí en su in- finito amor.
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Presentación en POWER-POINT
realizada por Violeta Vázquez para
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