Había una vez un rey que no tenía hijos, pero deseaba un heredero que le sucediese en el trono. Un día puso un anuncio en el que invitaba a los jóvenes a llenar la solicitud para convertirse en hijo adoptivo de la familia real y en futuro heredero. El único requisito que debían cumplir los pretendientes era mostrar amor a Dios y al prójimo.
Un joven vio el anuncio y pensó que no tenía posibilidades de aplicar debido a los harapos que vestía. Entonces trabajó con ahínco para comprar ropa nueva. Metido en su traje nuevo se dirigió al palacio dispuesto a convertirse en el próximo heredero. En su camino se topó con un mendigo que estaba titiritando de frío. El joven decidió darle su ropa y quedarse con sus viejos harapos, aunque esto significara perder su oportunidad frente al rey.
Al llegar al palacio los cortesanos se reían de él Pero a pesar de la indumentaria lo hicieron pasar a ver al rey. Después de unos minutos se dio cuenta que el rey llevaba la ropa que él le había regalado al mendigo. El rey bajó del trono y lo abrazó fuertemente Diciéndole ¡Bienvenido sea hijo mío, tú serás mi heredero!
A pesar de los trajes, títulos y todos los tesoros…, el tiempo dejará al descubierto nuestros verdaderos valores, creencias, ideas y sentimientos. Hay personas que han usado tantos disfraces a lo largo de sus vidas, tratando de ganar la aprobación o el cariño de otros, que ya no pueden definir quiénes son en realidad
Es cierto que cuidar nuestra imagen es importante, pero ser auténticos y coherentes nos permitirá proyectar nuestra verdadera imagen hacia el mundo. Ser auténticos, aun con el riesgo de no gustar o no ser aprobados por los demás nos hará sentir a gusto con nosotros mismos