Propósito de enmienda. Acusación de los pecados.

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Transcripción de la presentación:

Propósito de enmienda. Acusación de los pecados. Sacramentos 76 Penitencia 10 Propósito de enmienda. Acusación de los pecados.

Con el perdón de los pecados debe ir unido el propósito de la enmienda Con el perdón de los pecados debe ir unido el propósito de la enmienda. Esto es esencial y sin embargo muchas veces no existe. – Jesucristo, cuando perdonaba, solía decir que no volvieran a pecar. Concedía el perdón, pero exigía como una condición indispensable la voluntad resuelta de no volver a caer en el pecado.

Así, por ejemplo, a la mujer adúltera le dice: “Vete y no vuelvas más a pecar”.

Al paralítico de la piscina Jesús le dice: “No vuelvas a pecar, no te pase algo peor”.

Es necesario este propósito porque va estrictamente unido al dolor de los pecados. Es decir: No es posible detestar el pecado y a la vez prometer cometerlo de nuevo. O decir que lo mismo le da. No habría sinceridad.

San Agustín ponía un ejemplo curioso San Agustín ponía un ejemplo curioso. Decía que confesarse sin propósito de enmendarse era como hacer un ladrillo o una vasija de barro sin cocerlo, antes de meterlo en el horno: cuanto más lo limpia, más barro se va haciendo y más lodo. Así una confesión sin propósito de cambiar de vida no ha pasado por el fuego y no se ha cocido.

El propósito debe ser sincero El propósito debe ser sincero. No basta con simples palabras, como puede ser una oración recitada, sino que debe ser práctico, buscando quitar las dificultades y poniendo los medios convenientes. No basta decir: “Voy a ver si puedo”, sino que debe ser una decisión práctica de la voluntad.

Si se trata, por ejemplo, de ir a misa el domingo, no bastaría con decir: “Voy a ver si el domingo hago un esfuerzo para ir”, sino tener la voluntad y decir: “vendré a misa”. Decía santa Teresa de Ávila que para ser buen cristiano hace falta “una determinación muy determinada”. No prometer más o menos, sino ser determinante.

Para que sea un propósito sincero, como he dicho antes, se deben poner los medios conducentes a ello y evitar las ocasiones de faltar. Si no se hace así, sería como quien quita una tela de araña y no se preocupa de quitar el nido. Volverá de nuevo.

Así que hay que quitar las ocasiones de recaer Así que hay que quitar las ocasiones de recaer. Porque nos puede pasar como aquel que creyó matar del todo una víbora cortándola por medio, y para celebrarlo coge en la mano la mitad donde estaba la cabeza. Le mordió y le mató. Esto es algo esencial para decir que hemos pedido perdón a Dios de verdad.

Uno de los medios eficaces es que cada vez que caiga en el pecado (se supone que es pecado grave) prometer confesarse cuanto antes. Esto es lo que le dijo san Felipe Neri a un joven que muchas veces caía en un pecado. Aquel joven se confesó 14 días, pero al fin quitó el vicio y fue buen cristiano.

Un buen propósito de enmienda no quita el temor de caer otra vez en el pecado, porque luego el caer depende de la fragilidad y de las oportunidades; pero se vence con el otro propósito de confesarse cuanto antes. Buen propósito es cuando al menos en ese momento, aunque viniere la oportunidad, no caería.

Pedir a Dios perdón de verdad, además de prometer hacer lo posible con nuestras fuerzas, requiere pedir a Cristo Jesús que nos dé la fuerza necesaria para poder seguir amando.

Querido Padre, cansado vuelvo a ti, Automático

haz que conozca el don de tu amistad,

vivir por siempre el gozo del perdón

y en tu presencia la fiesta celebrar.

Pongo en tus manos mis culpas, Oh Señor,

estoy seguro de que eres siempre fiel,

dame la fuerza para poder andar,

buscando en todo hacer tu voluntad.

Padre, yo busco tu amor,

Padre, vuelvo a ti; 

mira que tu hijo soy,

 Padre, vuelvo a ti.

Padre, yo busco tu amor,

Padre, vuelvo a ti; 

mira que tu hijo soy,

 Padre, vuelvo a ti. Hacer CLICK

Se supone que, cuando uno hace un propósito sincero de enmendarse, se debe notar en las siguientes confesiones. Si las siguientes son lo mismo (y esto vale para los pecados veniales), es señal de que el dolor no ha sido muy intenso y el propósito no muy fuerte y sincero.

Este propósito debe ser para siempre Este propósito debe ser para siempre. No vale hacer un propósito de no pecar para un mes o un año. Si se arrepiente, debe arrepentirse para siempre. Dios es paciente, pero el juicio de Dios vendrá en su día.

Y llegamos a lo 4º que es necesario para confesarse bien: Hay que decir los pecados al confesor. Alguno dirá: ¿Porqué se los tenemos que decir a un hombre? No se trata de decirlo a un hombre como tal. Se trata de un hombre que en ese momento te va a perdonar los pecados, como si fuese el mismo Dios.

Para comprender esta parte de la confesión, debemos saber que se trata de un juicio y el sacerdote tiene el poder y responsabilidad de un juez. Jesucristo les dijo a los apóstoles: “Lo que atéis quedará atado y lo que desatéis quedará desatado”. Es decir, si lo perdonáis, yo lo perdono, y si no lo perdonáis, yo no lo perdono”.

Si el sacerdote está haciendo un juicio de parte de Jesús para perdonar, debe saber qué es lo que tiene que perdonar. El penitente no vale con decir: “Yo tengo 5 pecados”; O “soy muy pecador”. Porque los santos se sentían muy pecadores con un pecado muy pequeño, porque lo sentían vivamente. Y al contrario hay grandes pecadores que se sienten muy inocentes.

Hay gente que van a confesarse y comienzan diciendo: “No tengo ningún pecado”. Si fuese verdad, no tendrían que ir a confesarse. El caso es que a veces uno comienza a sacar y resulta que tiene bastantes pecados y quizá graves. Así que el sacerdote debe saber qué va a perdonar. Eso no se lo puede decir otro que no sea el mismo penitente.

Hay personas que parece quieren confesar los pecados de otro Hay personas que parece quieren confesar los pecados de otro. Cada uno debe confesar sus propios pecados. Muy antiguamente la acusación se hacía de manera pública. Esto era a veces ocasión de escándalo, de perturbaciones, aumentado con las penitencias grandes que se imponían. Por todo ello fue cambiando y quedó que el decir los pecados sea de manera privada.

La acusación de los pecados debe ser sencilla y clara: no se deben decir palabras raras. Hay quienes quieren decir el pecado, pero que no se entere el confesor. Esto no vale, porque es querer hacer una trampa. Claro que hay que ser prudente. No necesita decirlo como si fuese un video. Hay que “ir al grano”. Simplemente que se entere el sacerdote para que sepa lo que perdona.

El decir los pecados al confesor debe ser una acusación: Uno debe acusarse. No se trata de una relación de pecados sin más. Uno, al decir que ha cometido ciertos pecados, debe demostrar que se siente pecador ante Dios. Es como si fuese un arrepentimiento, no sólo ante Dios en el corazón, sino ante el sacerdote que le ha de juzgar.

El pecador que se siente arrepentido, está dispuesto a aceptar la sentencia de parte del sacerdote. De tal modo que el hecho de decir los pecados, sea ya un arrepentimiento. Es como si a cada pecado dijera a Dios: Perdóname, Señor, y olvida mis errores.

Perdó-name, señor, Automático

y olvida mis errores:

que yo quiero cambiar

mis equivocaciones.

Me equivo-qué

juzgando a mis hermanos,

creyendo que soy bueno

y los demás son malos;

me equivoqué

llenándome de orgullo,

pisando a los contrarios,

negándoles mi amor.

Perdóname, señor,

y olvida mis errores:

que yo quiero cambiar

mis equivoca-ciones. Hacer CLICK

Así que la acusación debe ser clara, sencilla, prudente y humilde Así que la acusación debe ser clara, sencilla, prudente y humilde. El penitente es un reo. Allí no se presenta para justificarse o gloriarse, sino para pedir perdón. Se recuerda el ejemplo de san Luis, rey de Francia que, cuando iba a confesarse, si el confesor le decía: “Majestad…”, él decía: “Aquí yo no soy rey ni usted es súbdito. Aquí usted es el padre y yo un hijo”.

La confesión debe ser sincera La confesión debe ser sincera. Es decir, que no se puede decir ninguna mentira o decir algo falso ni a favor ni en contra. Esto porque el sacerdote debe absolver sobre lo que el penitente le haya dicho. Si el penitente dijera una mentira, sería una profanación. Querer engañar al sacerdote sería cometer otro pecado grave. Mejor es no confesarse.

Quien en materia grave no quiera decir un pecado, quizá sea por vergüenza, no se le perdona ningún pecado y está cometiendo otro nuevo. Para eso mejor es no confesarse. Callar un pecado pequeño no es lo mismo, pues no hay obligación de decirlos todos.

Otra falla contra la sinceridad puede ser la rutina Otra falla contra la sinceridad puede ser la rutina. Caen en la rutina personas que se confiesan bastantes veces, pero siempre diciendo los mismos pecados y hasta con las mismas palabras. Hay algunos que, si les preguntan “qué pecados tienes”, responden: “los de siempre”. Eso no es confesarse, ni sirve. Con ello muestran que no tienen arrepentimiento ni propósito de enmienda.

Cuando uno sólo tiene pecadillos pequeños, lo más práctico es que en cada confesión se fije especialmente en uno o dos. Pero que en ese o esos dos haya un sincero deseo de cambiar para no volver siempre a lo mismo.

Cuando uno se va a confesar es normal que haya una cierta vergüenza natural. Sepamos que eso entra entre las armas del demonio contra nosotros. Se cuenta en la vida de san Antonio que un día, al ir a confesar, vio que estaba allí el demonio. El santo le dice: “Tu qué haces aquí?” – “Vengo a devolver lo que quité” – “Ahora ¿te has vuelto bueno?” – “Es que a éste le quité la vergüenza para pecar y ahora se la devuelvo para confesar”,

Aunque en otro tema hablaremos del sigilo en la confesión, ahora ya decimos, para que se quite un poco la vergüenza, que el sacerdote no sólo no puede decir a otros lo oído en la confesión, sino que no puede hablar de ello ni con el mismo penitente que se ha confesado. Así que, al acabar la confesión, el sacerdote es como si fuese otra persona.

Por todo ello, en la confesión hemos de ser sinceros. Porque, si es a Dios, no le podemos engañar; y si es al sacerdote, es ir contra nosotros, porque el sacerdote no nos podrá dar una absolución justa.

Así que de nada nos sirve ser como el fariseo de la parábola, sino lo que vale es como el publicano: reconocer que hemos pecado y Dios nos ayuda y nos da su perdón.

Señor, no vengo a contarte los méritos que poseo, Automático

pues sería mi canción la oración del fariseo.

pues sería mi canción la oración del fariseo.

Vengo a decirte que sigo como antes:

de tumbo en tumbo voy y falto de valor.

Flaqueo, temo y dudo, Señor, soy un desastre.

Rompe tú mis tinieblas con la luz de tu voz.

Vengo a contarte que no tengo remedio;

si no me ayudas Tú, no tendré solución.

Escucho tu Palabra, Señor, y me convence;

pero luego en la vida voy de mal en peor.

Señor, no vengo a contarte los méritos que poseo,

pues sería mi canción la oración del fariseo.

pues sería mi canción la oración del fariseo.

Que nuestra oración sea sincera, como la de la Virgen María. AMÉN