Ciclo C Domingo XVIII del Tiempo Ordinario «Lo que has acumulado, ¿de quién será?»

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Ciclo C XVIII Domingo Tiempo Ordinario 5 de agosto de 2007 Música de la antigua Liturgia de las Galias 6’20.
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Transcripción de la presentación:

Ciclo C Domingo XVIII del Tiempo Ordinario «Lo que has acumulado, ¿de quién será?»

Intención Misional: Iglesia en África Que las Iglesias locales en África, fieles al Evangelio, promuevan la construcción de la paz y la justicia. Intención General: Padres y educadores Que padres y educadores ayuden a las nuevas generaciones a crecer con una conciencia recta y en una vida coherente. Intenciones del Papa Benedicto XVI para el mes de abril de 2013

Santos del Día San Aristarco. Tesalónica. Macedonia. Beata Cecilia de Bolonia. Italia ( †1290 ) Religiosa. San Eleuterio de Tarsia. Turquía. Mártir. Beato Enrique Krzysztofik. Polonia (†1942) Mártir, Sacerdote. San Eufronio de Tours. Francia ( †573 ) Obispo. Beato Federico Janssoone. Canadá ( †1916 ) Franciscano. Beato Gonzalo Gonzalo. España (1909 †1936) Mártir, Hermanos de San Juan de Dios. Beato Guillermo Horne. Reino Unido (†1540) Mártir. Cartujo. Santa Ia. Irán (†632 ) Mártir. San Jacinto de Roma. Italia Mártir. San Juan María Vianney, Cura de Ars. Francia (1786 †1859) Sacerdote. San Onofre. Italia ( †995 ) Ermitaño. San Rainero de Split. Croacia ( †1180 ) Mártir. Obispo. San Rubén. Ermitaño.

El santo cura de Ars nacido en Dardilly, en las cercanías de Lyón. Sacerdote diocesano, miembro de la Tercera Orden Franciscana, que tuvo que superar incontables dificultades para llegar a ordenarse de presbítero. Su celo por las almas, sus catequesis y su ministerio en el confesionario transformaron el pueblecillo de Ars, que a su vez se convirtió en centro de frecuentes peregrinaciones de multitudes que buscaban al Santo Cura. San Juan María Vianney Cura de Ars 1786 † 1859 Ruega por nosotros Su santidad era tan contagiosa que florecían las vocaciones religiosas, se practicaba la caridad, se habían desterrado los vicios, se hacía oración en las casas y se santificaba el trabajo. Es patrono de los párrocos.

Espíritu Santo dame un corazón humilde para recibir la Palabra de Dios, y hazme dócil a sus divinas enseñanzas. † En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

1,2 ¡Vanidad, pura vanidad!, dice Cohélet. ¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada más que vanidad! 2,21 Porque un hombre que ha trabajado con sabiduría, con ciencia y eficacia, tiene que dejar su parte a otro que no hizo ningún esfuerzo. También esto es vanidad y una grave desgracia. 22 ¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo y todo lo que busca afanosamente bajo el sol? 23 Porque todos sus días son penosos, y su ocupación, un sufrimiento; ni siquiera de noche descansa su corazón. También esto es vanidad. Palabra de Dios Te alabamos Señor Primera Lectura - Eclesiastes 1, 2; 2, 21-23

El libro pertenece a la literatura religiosa de Israel. El autor es, con toda seguridad, un sabio. Un hombre, maduro en reflexión y rico en experiencias. El Predicador se pregunta por el sentido de la vida humana, por el sentido de todo el ajetreo que caracteriza a la vida del hombre. «¿Qué saca el hombre de todos los trabajos?»

Sus apreciaciones pesimistas. Queda siempre en el aire un ¿qué? y un ¿para qué? que desaniman. ¿Desaniman o advierten? Quizás sean esas preguntas la esencia del libro. Ese para qué que invita al hombre a reflexionar por su cuenta y a moderar y medir sus acciones. La vida del hombre está cargada de afanes y trabajos. De noche y de día trabaja la mente humana por hacer realidad sus planes. Cuando parece que ya hemos conseguido algo, surge aquí y allá otra necesidad y otro reclamo.

El resultado esta continua labor es la vaciedad. La vaciedad de la vida humana nos obliga a mirar en otra dirección. El cristiano conoce la respuesta. El evangelio nos hablará de ella.

3 Tú haces que los hombres vuelvan al polvo, con sólo decirles: «Vuelvan, seres humanos». 4 Porque mil años son ante tus ojos como el día de ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche. 5 Tú los arrebatas, y son como un sueño, como la hierba que brota de mañana: 6 por la mañana brota y florece, y por la tarde se seca y se marchita. 12 Enséñanos a calcular nuestros años, para que nuestro corazón alcance la sabiduría. 13 ¡Vuélvete, Señor! ¿Hasta cuándo...? Ten compasión de tus servidores. 14 Sácianos en seguida con tu amor, y cantaremos felices toda nuestra vida. 17 Que descienda hasta nosotros la bondad del Señor; que el Señor, nuestro Dios, haga prosperar la obra de nuestras manos. Salmo 90(89),

Meditación Sobre la Vida Humana. Se admite la existencia de dos poemas en este salmo: a) contraposición de la eternidad de Dios y brevedad de la vida humana; b) relaciones de Dios e Israel: plegaria pidiendo la rehabilitación de la nación, postrada en la aflicción. «Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.»

Por sus faltas, la vida humana transcurre triste y en constante turbación. Pero, aunque esté bajo el golpe del dolor y de una punzante melancolía, el poeta no se deja arrastrar por ella fuera de Dios ni de la confianza en El. El salmista canta en la primera parte la grandeza de Dios, Señor del universo, anterior a la formación de los montes, para quien mil años son como un día. Frente a esta grandeza divina está la pequeñez e indigencia del hombre, hecho de la tierra, sin consistencia, y cubierto de pecados, que excitan la ira divina.

1 Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. 2 Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. 3 Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. 4 Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria. 5 Por lo tanto, hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal: la lujuria, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y también la avaricia, que es una forma de idolatría. 9 Tampoco se engañen los unos a los otros. Porque ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras 10 y se revistieron del hombre nuevo, aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto, renovándose constantemente según la imagen de su Creador. 11 Por eso, ya no hay pagano ni judío, circunciso ni incircunciso, bárbaro ni extranjero, esclavo ni hombre libre, sino sólo Cristo, que es todo y está en todos. Te alabamos Señor Segunda Lectura - Colosenses 3, Palabra de Dios

Cristo, centro de la creación, es también norma de vida. Cristo es el ejemplar de la vida cristiana. A Cristo lo envuelve la misma Gloria de Dios. Cristo, triunfador y salvador, está escondido en Dios. Su vida es la misma vida de Dios. Cristo es Dios. «Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo»

Nuestra vida, nuestra meta, nuestro destino están allí en Cristo. Estamos ya allí en cierta manera. Participamos ya de aquellos bienes. Pero esperamos la revelación de Cristo Glorioso para aparecer como él, envueltos en la Gloria de Dios. Para ser, como él, luz de Luz. Allí están, pues, nuestros bienes, donde nuestra vida. Nosotros, por el bautismo, hemos muerto con él al pecado. Hemos también resucitado a una vida nueva. En otras palabras, la vida divina de Cristo exaltado nos toca en lo más profundo del alma y nos transforma. Cristo es nuestra vida. Vivimos su vida, vivimos en él y vivimos por él. Somos partícipes de una vocación celeste.

Somos hermanos y debemos comportarnos como tales. Esa es la «civilización» cristiana. Uno es Cristo, como uno es el Pueblo reunido en torno a él. Cristo en todos y todos en Cristo. Vivamos los bienes de arriba, la vida escondida en Cristo. ¡Somos la nueva CIVILIZACIÓN! Por eso, nuestra vida aquí en la tierra debe reflejar la gloria de que ya somos partícipes. Es necesaria la renovación ha de ser paulatina y progresiva. Hay que liberarse por la gracia de Dios en Cristo de una serie de tendencias, de afectos, de inclinaciones, de apreciaciones y pasiones que no se ajustan a nuestra vocación celeste, que nos atan y esclavizan.

20 Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?”. 21 Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios». 13 Uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia». 14 Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?». 15 Después les dijo: «Cuídense de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas». 16 Les dijo entonces una parábola: «Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, 17 y se preguntaba a sí mismo “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha”. 18 Después pensó: “Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, 19 y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida”. Lectura del Santo Evangelio - Lucas 12, 13-21

Gloria a Ti, Señor Jesús Palabra de Dios

Jesús no es un «rabí» como los demás. Es el Maestro y el Profeta que predica el Reino de Dios y opera maravillas en su anuncio. Jesús no busca los honores ni los primeros puestos en los convites, no muestra afán de lucro, no administra justicia. Vive en total desprendimiento, habla con sencillez, exige con valentía y audacia. Nadie se comporta así. Jesús es único. «Lo que has acumulado, ¿de quién será?»

Jesús aprovecha la ocasión para hablar del peligro que ofrecen las riquezas para alcanzar la salvación. Las riquezas, además de no garantizar por sí mismas la vida humana, no son en modo alguno el sentido de la vida. La vida humana no tiene como fin y meta enriquecerse y gozar sin límites de los bienes acumulados. La codicia es la polilla de la vida humana, tanto personal como social. Jesús no enjuicia causas, no ejerce el derecho o declara con autoridad según derecho en cuestiones religiosas. Los maestros ejercían esa función. La «misión» de Jesús no es esa. Jesús no ha venido a restablecer o declarar derechos sobre cosas de este mundo. Su «misión» es el Reino de Dios. Y todo lo que no entre en relación con ese Reino no es misión de Cristo.

Para aquel hombre no tenía otro fin práctico la vida que el disfrute de las amontonadas riquezas. Necio y pobre aquél que amontona bienes para sí y cree ver en ello el sentido de su vida. Las riquezas son un peligro. ¿De qué le sirvió a aquel hacendado toda su buena cosecha? ¿De qué sus graneros llenos, sus trujales y lagares? Todo lo tuvo que dejar a otros. Nada se llevó consigo. Ni aun aquí pudo disfrutarlo. La parábola lo llama necio.

Señor, que nuestra ambición esté puesta en los bienes eternos que surgen del amor. Gracias Señor por tu Palabra purificadora, que ilumina, alimenta, enriquece, alegra, consuela y compromete. Concédenos vivir conforme a ella.

“¡Oh María, Madre y esperanza mía, consuelo de mi alma y objeto de mi amor! ¡Acuérdate de las muchas gracias que te he pedido, y de que todas me la has concedido. Ya ves, Señora, que todo lo que te pido se dirige a la mayor gloria de Dios y al bien de las almas”. San Antonio María Claret

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