La jaula estaba terminada

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Transcripción de la presentación:

La jaula estaba terminada La jaula estaba terminada. Baltazar la colgó y cuando acabó de almorzar ya se decía por todos lados que era la jaula más bella del mundo. —Tienes que afeitarte —le dijo Úrsula, su mujer—. Pareces un capuchino. —Es malo afeitarse después del almuerzo —dijo Baltazar.

mono capuchino monje capuchino

Tenía una barba de dos semanas y una expresión general de muchacho inocente. En febrero había cumplido 30 años, vivía con Úrsula desde hacía cuatro, sin casarse y sin tener hijos. —Entonces descansa un rato —dijo la mujer—. Con esa barba no puedes presentarte en ninguna parte.

Mientras descansaba tuvo que abandonar la hamaca varías veces para mostrar la jaula a los vecinos. Úrsula estaba disgustada porque su marido había descuidado el trabajo de la carpintería. Pero el disgusto se disipó ante la jaula terminada. La contemplaba en silencio.

Estaba disgustada

pero el disgusto se disipó

— ¿Cuánto vas a cobrar. —preguntó. —No sé —contestó Baltazar— — ¿Cuánto vas a cobrar? —preguntó. —No sé —contestó Baltazar—. Voy a pedir treinta pesos para ver si me dan veinte. —Pide cincuenta —dijo Úrsula. Baltazar empezó a afeitarse.

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— ¿Crees que me darán los cincuenta pesos — ¿Crees que me darán los cincuenta pesos? —Eso no es nada para don Chepe Montiel, y la jaula los vale —dijo Úrsula—. Debías pedir sesenta.

La noticia se había extendido.

El doctor Octavio Giraldo, un médico viejo, pensaba en la jaula de Baltazar mientras almorzaba con su esposa. A su esposa le gustaban los pájaros. Pensando en ella, el doctor Giraldo fue a la casa de Baltazar a conocer la jaula.

El médico examinó la jaula, pensando que en efecto aquella jaula era y mucho más bella de lo que había soñado jamás para su mujer. —Esto es una aventura de la imaginación —dijo—. Hubieras sido un extraordinario arquitecto. —Gracias —dijo Baltazar.

—Es verdad —dijo el médico—Ni siquiera será necesario ponerle pájaros —Es verdad —dijo el médico—Ni siquiera será necesario ponerle pájaros. Bastará con colgarla entre los árboles para que cante sola. — Volvió a ponerla en la mesa, pensó un momento, mirando la jaula, y dijo: — Bueno, pues me la llevo. —Está vendida —dijo Úrsula.

—Es del hijo de don Chopo Montiel —dijo Baltazar— —Es del hijo de don Chopo Montiel —dijo Baltazar—. La mandó a hacer expresamente. — ¿Te dio el modelo? — preguntó el médico. —No —dijo Baltazar—. Dijo que quería una jaula grande, como ésa.

El modelo de una casa una casa

—Bueno, pero no te dio el modelo —dijo— —Bueno, pero no te dio el modelo —dijo—. No te hizo ningún encargo preciso, aparte de que fuera una jaula grande. ¿No es así? —Así es —dijo Baltazar. —Entonces no hay problema —dijo el médico—. Una cosa es una jaula grande y otra cosa es esta jaula. No hay pruebas de que sea ésta la que te mandaron hacer.

—Es esta misma —dijo Baltazar, ofuscado—. Por eso la hice —Es esta misma —dijo Baltazar, ofuscado—. Por eso la hice. El médico hizo un gesto de impaciencia. —Podrías hacer otra —dijo Úrsula, mirando a su marido. Y después, hacia el médico— Usted no tiene apuro.

—Se la prometí a mi mujer para esta tarde —dijo el médico —Se la prometí a mi mujer para esta tarde —dijo el médico. —Lo siento mucho, doctor —dijo Baltazar—, pero no se puede vender una cosa que ya está vendida. El médico se encogió de hombros. — ¿Cuánto te dieron por ella?

Baltazar buscó a Úrsula sin responder. —Sesenta pesos —dijo ella Baltazar buscó a Úrsula sin responder. —Sesenta pesos —dijo ella. El médico siguió mirando la jaula. —Es muy bonita —suspiró—. Montiel es muy rico.

En verdad, José Montiel no era tan rico como parecía En verdad, José Montiel no era tan rico como parecía. —Qué cosa tan maravillosa —exclamó la esposa de José Montiel—. Pero llévesela para adentro que nos van a convertir la sala en una gallera. — ¿Está Pepe? —preguntó. Había puesto la jaula en la mesa del comedor.

—Está en la escuela —dijo la mujer de José Montiel —Está en la escuela —dijo la mujer de José Montiel. —Adelaida —gritó José Montiel—. ¿Qué es lo que pasa? —Ven a ver qué cosa maravillosa —gritó su mujer. — ¿Qué es eso? —La jaula de Pepe —dijo Baltazar.

La mujer lo miró perpleja. — ¿De quién. —De Pepe —confirmó Baltazar La mujer lo miró perpleja. — ¿De quién? —De Pepe —confirmó Baltazar. Y después dirigiéndose a José Montiel—: Pepe me la mandó a hacer. José Montiel salió en calzoncillos del dormitorio.

—Pepe —gritó. —No ha llegado —murmuró su esposa, inmóvil —Pepe —gritó. —No ha llegado —murmuró su esposa, inmóvil. Pepe apareció en el vano de la puerta. Tenía unos doce años. —Ven acá —le dijo José Montiel—. ¿Tú mandaste a hacer esto? El niño bajó la cabeza.

—Contesta. El niño se mordió los labios sin responder —Contesta. El niño se mordió los labios sin responder. —Montiel —susurró la esposa. José Montiel soltó al niño y se volvió hacia Baltazar.

—Lo siento mucho, Baltazar —dijo— —Lo siento mucho, Baltazar —dijo—. Pero has debido consultarlo conmigo antes de proceder. Sólo a ti se te ocurre contratar con un menor. Levantó la jaula sin mirarla y se la dio a Baltazar—. ­Llévatela en seguida y trata de vendérsela a quien puedas —dijo.