“Forofos del fútbol” Miguel-A.

El fútbol, como espectáculo, en el aspecto de función social, tiene su parte positiva y su parte negativa. Como suele decirse, “en el medio estaría la virtud”. Y es opción de cada cual, así como su responsabilidad, quedarse en un punto que considere central, o irse, o dejarse arrastrar al extremo. En cualquier caso, se advierte que esto es humor. Humor que cada cual debe interpretar a su manera, pero teniendo en cuenta que si al humor no se le diera un toque de exageración, no tendría gracia.

Un hombre por fin consiguió, a último momento, una entrada para el partido de la final del Mundial de Fútbol. La pagó carísima en la reventa.

Cuando entró al estadio encontró que su localidad estaba más cerca del cielo que del campo de juego. Desesperado (los jugadores se hubieran visto más grandes en su televisor que desde el lugar que había conseguido a tan alto precio), minutos antes de empezar el partido, descubrió que allá abajo, en un lugar privilegiado, había una butaca libre.

Perdido por perdido, decidió correr el riesgo. Fue bajando por las gradas rumbo a tan estupendo lugar vacío, sabiendo que la ilusión podía durarle poco. Bajó simulando la mayor de las confianzas. Al llegar al estupendo asiento, miró una vez más a su alrededor y, viendo que nadie decía nada, se sentó.

Feliz por su increíble suerte, le preguntó al vecino de al lado: - ¿Por casualidad ha visto a otra persona ocupando este lugar?. - No -respondió el vecino totalmente embanderado con los colores de su equipo y el rostro pintarrajeado-. Además, no creo que lo ocupe nadie. ¡Ese asiento es mío!.

Sorprendido (y lamentando haber abierto la boca), el ocupante ilegítimo, apenas con un hilo de voz preguntó: - Y... ¿le molesta si me quedo un rato... hasta que venga su acompañante y, después, me voy... - No. No hay problema. ¡Nadie va a ocuparlo! Estos asientos los compré hace un año, pagando un dineral. Eran para mí y para mi esposa. Los dos hemos ido juntos a todos los mundiales de fútbol desde que nos casamos, pero, lamentablemente, esta vez ella no ha podido venir.

- ¡Oh, lo siento! -respondió-. De todos modos, no puedo entender cómo no se le ha ocurrido regalar la entrada a alguno de sus parientes, amigos, o vecinos?. - Sí. ¡Ya se la ofrecí a varios... y nadie la quiso...! ¡Todos prefirieron quedarse para ir al entierro de mi esposa!.