Este es el mensaje que escuchan las mujeres en el sepulcro de Jesús. Y el que hemos de escuchar también hoy sus seguidores.
Pero ¿por qué seguimos buscando a Jesús en el mundo de la muerte?...
¿Por qué cometemos siempre el mismo error? ¿Por qué buscamos a Jesús en tradiciones muertas?
¿Cómo nos encontraremos con Él, si no nos identificamos con un proyecto de vida más digno y justo para todos?
¿Cómo nos encontraremos con « el que vive », si ahogamos entre nosotros la fuerza evangelizadora, y suprimimos la alegría entre los seguidores de Jesús? ¿Cómo vamos a acoger su saludo de « Paz a vosotros », si vivimos sin esperanza?...
¿Cómo vamos a sentir la alegría del resucitado, si nuestro miedo principal es encontrarnos con el Jesús vivo y concreto que nos transmiten los evangelios?
¿Cómo contagiaremos la fe en Jesús vivo, si no sentimos «arder nuestro corazón», como los discípulos de Emaús?
¿Cómo lo seguiremos de cerca, si hemos olvidado la experiencia de reconocerlo vivo en medio de nosotros cuando nos reunimos en su nombre?
¿Dónde lo vamos a encontrar hoy, en este mundo injusto e insensible al sufrimiento ajeno, si no lo queremos ver en los pequeños, y crucificados por el mismo sufrimiento? ¿Dónde vamos a escuchar su llamada, si nos tapamos los oídos para no oír los gritos de los que sufren cerca o lejos de nosotros?
Cuando las mujeres contaron a los apóstoles lo que habían visto y escuchado en el sepulcro, ellos no las creyeron.
Pero son ellas, las primeras testigos de la Resurrección, las que invitan a los demás discípulos a implicarse de nuevo en la causa de Jesús.
Ahora somos nosotros/as quienes nos comprometemos a vivir como personas resucitadas anunciando a Jesús en medio de la vida cotidiana, en nuestros encuentros, relaciones, ocupaciones... …siendo testigos, con nuestra palabra y con nuestra vida, de que Jesús ha resucitado y está entre nosotros/as.
¡Este es hoy nuestro reto!...