Establecer el Reino de Dios entre los hombres fue la misión que trajo a la tierra el Verbo Divino.
Su sabiduría, su poder, su sacrificio, todo fue puesto, para que Dios reinara entre nosotros.
El Reino de Dios en el Evangelio, se presenta de tres maneras: 1- Eterno: Reino de los bienaventurados en el cielo. 2-Terreno: Exterior, visible, que es la Iglesia. 3-Interior: Escondido en las almas, que es el Reino de la santidad de cada uno.
El Reino de los Cielos tiene dos aspectos: 1- Un aspecto que se ofrece a las almas que están todavía apegadas a las normas este mundo. 2- Otro aspecto que se ofrece a las almas que han comenzado a vivir una vida en Cristo.
1- A los primeros el Reino de los Cielos se presenta como una crucifixión, como una abnegación, como una mortificación, como un camino difícil. 2- A los segundos el Reino de los Cielos se les presenta como un dicha, una corona, porque son almas que se han desengañado de los bienes de este mundo que ya no pueden atraerles porque descubrieron algo mucho mejor.
1- Para los primeros el Reino de los Cielos es algo laborioso y difícil que habla de sacrificio y de cruz. 2- Para los segundos el Reino es jardín preciosísimo, lleno de hermosura, que hermosea la vida y atrae a ellos delicias, recrea, entusiasmo, ardor de la divina caridad.
El Reino de Dios es lo contrario al Reino del pecado y la muerte, de la carne, de la sabiduría mundana y de las tinieblas; por consiguiente, es el reino de la luz, de la sabiduría divina, del espíritu, de la vida y de la serenidad.
El Reino de Dios es lo único verdaderamente importante que existe en el universo; que Dios Reine y domine sobre todo, que sea glorificado más y más y no porque lo necesite, sino porque es el mayor bien y la dicha mayor que el alma puede alcanzar en este mundo y en el otro.
Los caminos del Reino son rectos, claros, luminosos, llenos de verdades precisas, no es el camino del ruido y de la pompa y de la influencia y del dinero, sino que es el camino de la fe, con lo que tiene de abnegación, de humildad, de olvido de sí mismo, de indiferencia con las cosas de este mundo, para buscar solamente lo celestial, lo eterno.
La posesión de este Reino es la meta de nuestra vida y no será una pena renunciar a lo que nos impide llegar a él.
El Reino de Dios, crece calladamente por la acción misteriosa de la gracia de Dios que va transformando poco a poco nuestro ser (voluntad, pensamiento, sentimientos) hasta lo más elevado y recóndito del alma haciéndola capaz de transformar a los demás.
El Reino de Dios, comienza siempre por la santa humildad.
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