“Cuando apareció la hija de la mañana, la Aurora de rosados dedos, el querido hijo de Odiseo (Telémaco) se levantó de la cama, se vistió, colgó del hombro la aguda espada, ató a sus pies hermosas sandalias y semejante a un dios, salió del cuarto. Enseguida mandó a los heraldos, de voz sonora llamaran al ágora (plaza pública) a los melenudos aqueos. Se hizo el pregón y empezaron a reunirse rápidamente. Una vez que en la gran Asamblea estaban reunidos, el primero en hablar fue el héroe Egiptio que ya estaba encorvado por la vejez pero sabía muchas cosas. (…) Egiptio: Oid itacenses lo que les voy a decir, ni una sola vez fue convocada nuestra Asamblea, ni en ella sesionamos desde que el divino Odiseo partió en las cóncavas naves. ¿Quién nos reúne ahora?¿ Es joven o anciano al que apremia una necesidad tan grande?¿Recibió alguna noticia de que el ejército vuelve y desea manifestarnos públicamente lo que supo antes que otros?¿O quiere exponer algo que interesa al pueblo? Parece que debe ser un varón honrado y generoso el que hace el llamado”. Homero, Odisea, II.

“Cuando se enteró (el rey Latino) de que eran troyanos, que su capitán era Eneas, hijo de Anquises y de Venus, y que huyendo de su patria y de sus moradas incendiadas buscaban paraje para edificar una ciudad, pasmado de admiración ante aquel glorioso pueblo y su caudillo, viéndoles además tan dispuestos a la guerra como a la paz, tendió la mano a Eneas como prueba de su futura amistad. Ajustándose entonces el tratado entre los jefes, se reunieron los ejércitos. Le dio a su hija por esposa, para estrechar con lazos domésticos la unión de los dos pueblos. Constituyeron, pues, una ciudad, y Eneas, del nombre de su esposa, la llamó Lavinia. De este matrimonio nació muy pronto un hijo, a quien sus padres llamaron Ascanio”.   “Los aborígenes y los troyanos reunidos tuvieron que sostener una guerra. Turno, a quien había sido prometida Lavinia antes de la llegada de Eneas, irritado a verse pospuesto por un extranjero, declaró la guerra a los latinos y a Eneas a la vez”.

“Fuerte Eneas con las buenas disposiciones de aquellos dos pueblos, cuya unión se estrechaba diariamente, se atrevió a arrostrar las fuerzas de los etruscos, cuya fama llenaba entonces la tierra y el mar en toda Italia. Los latinos quedaron victoriosos (...)” [La historia continúa con la descendencia de Ascanio, hasta llegar a Rómulo y Remo.]   “Rómulo y Remo concibieron el deseo de fundar una ciudad en el paraje mismo donde habían sido arrojados y criados (...) aguijoneaba este deseo la sed de mando, mal hereditario de ellos, y odiosa lucha terminó el debate tranquilo al principio”. “La ira convirtió en sangriento combate el altercado, y en la acometida cayó muerto Remo. Según la tradición más común. Remo saltó por juego las nuevas murallas que Rómulo había construido, y enfurecido éste, le mató, exclamando: “Así perezca todo el que se atreva a saltar mis murallas”. Quedando solo Rómulo, la nueva ciudad tomó el nombre de su fundador, quien fortificó ante todo el monte Palatino, sobre el cual había sido aclamado”.