“Cantantes” Miguel-A. Dedicado a Esther G. (de Bilbao). 135 seg. (P. Domingo)

Cada cual tiene sus dotes. Aunque algunos hayamos llegado a este mundo con más bien pocas. Sea como fuere, la música no es mi mundo. Ya en mi bachillerato, el profesor de solfeo se desesperaba conmigo, y me dejaba por inútil, gritándome: “Tú tienes orejas de burro”.

Poco más tarde, la degeneración progresiva, entre otras cosas, me fue limitando la audición... por lo que hube de pasar de cualquier tipo de música.

No obstante, a pesar de haber tenido que pasar de cualquier tipo de música, tengo un leve conocimiento del panorama artístico musical. Y, al menos, en mi apreciación, sé quién canta, y quién berrea. El humor es simplemente humor. No es mi intención denostar a dos grandes cantantes de opera, de reconocidas cualidades musicales y humanas. Mi interés aquí no pasa de que el lector esboce una sonrisa.

A pesar de mostrarse ante los espectadores como amigos y, para ser atractivas y obtener mejores resultados económicos, organizar lujosas galas interpretando juntos, existe un fuerte pique entre los tenores más conocidos en los terrenos de la opera. Cada uno de ellos son estrellas que claman por el favor de su público y tienden a sentir superioridad sobre los otros compañeros de profesión a quienes consideran la dura competencia. En cierta ocasión se encontraron en el aeropuerto de Nueva York Luciano Pavarotti y el Español Plácido Domingo.

- ¡Hola Luciano! -saludó el tenor Español-. ¿Qué es de tu vida...? ¡Cuánto tiempo sin vernos!. - ¡Hombre, Plácido...! ¡Qué sorpresa más agradable encontrarme de nuevo contigo...! Estoy emocionado. ¿Sabes..? Vengo de realizar un concierto en el Scala de Milán con el teatro completamente abarrotado de espectadores. Mi intervención fue realmente fabulosa. Finalizada mi actuación, el público aplaudió sin cesar reclamando una y otra vez mi presencia. Al final ocurrió algo extraordinario: una estatua de la Virgen María, a la derecha del escenario, lloró abundantemente. ¡El público no se lo podía creer!.

- ¡Eso que cuentas es realmente increíble, Luciano! -respondió Placido Domingo-. Sin embargo, tu relato explica perfectamente lo que me ocurrió antes de ayer: Al terminar mi concierto en el teatro de la Opera de Nueva York también sucedió algo paranormal. ¿Sabes?. El teatro estaba completamente lleno, a rebosar... y el público aplaudía más y más solicitando mi presencia. Hube de salir numerosas veces a saludar a los espectadores. Al final de la actuación, desde una cruz al borde del escenario, se bajó Jesús, y viniendo hacia mí, me abrazó y me dijo: "Tú si que cantas bien, y no como ese otro hijo de puta que hizo llorar a Mamá la otra noche".