No entremos en cifras que puedes buscar en documentos de muy diverso origen. Porque, al fin y al cabo, si son dos mil millones, quinientos, o tan sólo una persona la que carece de lo elemental para vivir ya nos encontramos ante una tragedia inexplicable. Una sola agonía, un estómago hinchado, una punzada constante de necesidad habría de bastar para despertar el llanto del mundo.
“Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” Ayúdame a no llenar mi corazón de demasiadas cosas y a saber compartir lo que tengo Jesús, no me dejes vivir ciego, sordo y ajeno a las vidas de los otros.
Hay gente muy sola. Gente mayor que se siente abandonada. Gente pequeña que se siente incomprendida o rechazada. Un hambre distinta recorre nuestro mundo, allá donde la necesidad primera del alimento puede estar ya colmada: hambre de compañía, de verdaderos amigos. Tal vez, en el fondo, hambre del Amor con mayúscula, el que supone reto y tarea. El amor que dice: “Amigo, puedes contar conmigo”.
“ Tú eres a mis ojos precioso, valioso y yo te quiero. No tengas miedo porque siempre estaré contigo” (Is 43) A veces no me doy cuenta de cómo me hablas en mil detalles: el “¿Qué tal estás?” lleno de cariño de mis padres. El “vamos” de un amigo que me ve bajo de ánimo, y quiere hacerme sentir que no estoy solo. La risa de quien, por un momento, me contagia la alegría. La protesta de quien denuncia lo injusto, y al hacerlo me recuerda tu compromiso por los que peor lo pasan. Jesús, ayúdame a encontrarme contigo en los pequeños gestos de cada día
Jesús, BENDICE este pan que hoy vamos a compartir. Este pan que nos recuerda que la vida es mejor cuando, estamos dispuestos a: PARTIRNOS, REPARTIRNOS Y ACOMPAÑAR a los demás. Enséñanos a estar cerca de quienes no solo tienen hambre de pan, sino de todos aquellos que necesitan de nuestra amistad y nuestro cariño. Que en esta comida todos podamos disfrutar de la alegría de estar juntos. Amén