Un bonito saco de piedras P ero un día descubrí en el trastero de su casa un tintineante saquito de olvidados pedruscos… A mi amigo Luis le gustaba coleccionar hermosas piedras naturales. Su iluminada vitrina resplandecía de valiosos ejemplares.
A compañado de Luis, abrí una tarde aquel sudario y fueron emergiendo de la oscuridad, vivos y luminosos, exquisitos cuerpos. Y disparé nerviosamente mi cámara apoyado por filtros, lentes y luces, en emocionado safari de bellísimos diseños, de palpitantes corazones minerales. O s invito a asomaros conmigo, casi de rodillas, a un sorprendente casting de piedras que cantan, bailan, alaban al Señor…
Alabad, hombres, al Señor de la Alegría y la Belleza.
A labadle por el sol y las estrellas, y por las mágicas luces de los minerales.
¡Qué grande es el Señor en lo pequeño! Corre también su aliento por las arterias de las cosas menudas…
Alabad al Señor con zambomba y guitarras. Alabadle con campanitas de cristal.
A l a b a d l e e n l a h u m i l d e h e r m o s u r a d e u n a j o y a a r r a n c a d a a l a t i e r r a.
¡Alaba con tu dulzura al Señor, rosa de piedra! ¡Alabad al Señor, seres primeros, calientes todavía de las azules Manos! ¡Bailad, pájaros de ternura, en vuestro nidito de oro!
C omo ha escrito Ildefonso-Manuel Gil en una sabia cancioncilla: Abre los ojos y sueña que es verdad tanta hermosura diariamente en la tierra. M i amigo descubrió al fin que todos los minerales del saco también merecían figurar en la vitrina. N o hay piedra fea, como no hay persona fea que arrojar al contenedor del desprecio. T odos somos maravillosos. El problema está en los ojos: contemplación de amante que engendra vida, o, en la otra orilla, acerada mirada que ningunea y fulmina.
Guión y fotografía: Nicolás de la Carrera