“¡Dios proveerá!” Miguel-A. 167 seg. (Juan Legido)
Una señora creyente vivía en una casa contigua a la de un ateo. Como los tabiques eran muy débiles, el vecino podía oírla todos los días cuando rezaba. El ateo pensaba que su vecina estaba loca. En alguna ocasión, al oír sus rezos, fue a fastidiarla con preguntas: - Señora, ¿por qué reza tanto?. ¿No sabe usted que Dios no existe?. Pero ella no quería escucharle, y seguía orando como si no pasase nada.
Cierto día, la mujer no tenía medios económicos para comprar alimentos. Como de costumbre, se puso a rezar explicándole a Dios su crítica situación, y agradeciéndole todos los bienes recibidos en la vida. También, como de costumbre, el ateo le oyó rezar de esa forma, y pensó hacerle "una trastada".
El ateo fue al supermercado, compró gran cantidad de alimentos, y, en silencio, los dejó a la puerta de su vecina. Luego, tocó el timbre, y, rápidamente, se escondió ente unos arbustos, para ver desde allí la reacción de la mujer. Cuando la mujer abrió la puerta, y vio los comestibles, al no ver a nadie, pensó en un regalo divino, y comenzó a alabar a Dios, cantando y saltando por todas partes.
- ¡Señora, usted está loca! -dijo el ateo, saliendo fuera de los arbustos-. Dios no le ha comprado esos alimentos, he sido yo. Mire, ésta es la factura del supermercado.
La mujer salió corriendo calle abajo, gritando más aún, y alabando a Dios. El ateo, desconcertado por no entender nada, corrió tras ella. Y, cuando la atrapó, le preguntó cuál era la causa de su alegría.
- Yo sabía con total seguridad que el Señor no iba a desatender mis oraciones, y me iba a proporcionar algunos alimentos -contestó la mujer-. ¡Pero lo que yo no sabía es que iba a mandar al diablo a comprarlos y, encima, le iba a hacer pagar por ellos!. ¡Se ve con claridad que los caminos de Dios son inescrutables!.