«En México, al igual que en varios países de América Latina y del Caribe, se está deteriorando, en la vida social, la convivencia armónica y pacífica.

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Transcripción de la presentación:

«En México, al igual que en varios países de América Latina y del Caribe, se está deteriorando, en la vida social, la convivencia armónica y pacífica. Esto sucede por el crecimiento de la violencia, que se manifiesta en robos, asaltos, secuestros, y lo que es más grave, en asesinatos que cada día destruyen más vidas humanas y llenan de dolor a las familias y a la sociedad entera» (No. 10)

«El dolor y angustia, la incertidumbre y el miedo de tantas personas […] los excesos, en algunos casos, en la persecución de los delincuentes. Nos preocupa además, que de la indignación y el coraje natural, brote en el corazón de muchos mexicanos la rabia, el odio, el rencor, el deseo de venganza y de justicia por propia mano» (No. 4).

Todas estas situaciones de la vida personal o familiar no están aisladas del resto de la vida de la sociedad. Solamente expresan lo grave de la injusticia y las desigualdades en que vivimos, además de que existen otros factores que las alimentan y sostienen. Nuestros Obispos señalan esas realidades: el auge que se ha dado a la economía de mercado, en la que no hay oportunidades iguales para todos, pues impera la ley del más fuerte; el crecimiento de la pobreza, que se expresa en rostros concretos; los bajos salarios, el incremento del desempleo, la falta de condiciones para que crezcan las pequeñas y medianas empresas, la concentración de la riqueza en pocas manos, la corrupción y la impunidad. Pareciera que no hay muchas esperanzas de que la situación vaya a cambiar.

En aquel tiempo, Jesús se hizo acompañar de Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. De repente, apreciaron conversando con él, dos personajes, rodeados de esplendor : eran Moisés y Elías, que, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. De la nube salía una voz que decía: «Éste es mi Hijo, mi escogido, escúchenle.» Cuando cesó la voz, Jesús se quedó solo. Los discípulos guardaron silencio y, por entonces, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto. PALABRA DEL SEÑOR No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. De la nube salía una voz que decía: «Éste es mi Hijo, mi escogido, escúchenle.» Cuando cesó la voz, Jesús se quedó solo. Los discípulos guardaron silencio y, por entonces, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto. PALABRA DEL SEÑOR

Con su servicio diario Jesús anunciaba buenas nuevas a los pobres. Pero parecía que su misión no daba resultados: ya estaba condenado a muerte desde el comienzo, había sido tachado como loco y endemoniado por sus familiares, sus paisanos lo rechazaron, estaba siendo atacado por las autoridades religiosas. Llegó a tal grado su crisis que les preguntó a sus discípulos sobre lo que decía la gente de él y lo que ellos mismos decían. Todavía les anunció que en Jerusalén iba a sufrir mucho a manos de las autoridades y que iba a morir y resucitar. Así andaba Jesús cuando subió a la montaña a orar al Padre, acompañado de algunos de sus discípulos, y en ese encuentro con su Padre se transfiguró. Con su servicio diario Jesús anunciaba buenas nuevas a los pobres. Pero parecía que su misión no daba resultados: ya estaba condenado a muerte desde el comienzo, había sido tachado como loco y endemoniado por sus familiares, sus paisanos lo rechazaron, estaba siendo atacado por las autoridades religiosas. Llegó a tal grado su crisis que les preguntó a sus discípulos sobre lo que decía la gente de él y lo que ellos mismos decían. Todavía les anunció que en Jerusalén iba a sufrir mucho a manos de las autoridades y que iba a morir y resucitar. Así andaba Jesús cuando subió a la montaña a orar al Padre, acompañado de algunos de sus discípulos, y en ese encuentro con su Padre se transfiguró.

Jesús fue ungido por el Espíritu Santo para anunciar buenas nuevas a los pobres, para liberar a los cautivos, para devolver la vista a los ciegos y para proclamar el año de gracia del Señor. Jesús vino para liberar, para dar vida digna. Su Padre lo confirmó en esta misión y lo sostuvo en su condición de Hijo amado. Así le devuelve la confianza en sí mismo para continuar con la misión. La transfiguración fue completa, por fuera y por dentro; por fuera apareció radiante, con las vestiduras blancas, reflejo de su situación interior. Así nos da a entender que vale la pena dedicar la vida a la construcción del Reino de Dios. Quiere decir que, al ser transfigurado, Jesús quedó nuevamente con fuerza para seguir en su misión.

«Jesús rechazó la violencia como forma de sociabilidad y lo mismo pide a sus discípulos al invitarlos a aprender de su humildad y mansedumbre (Cf. Mt 11,29). Para romper la espiral de la violencia, recomienda poner la otra mejilla (Cf. Mt 5, 39) y el amor a los enemigos (Cf. Lc 6,35), paradoja incomprensible para quienes no conocen a Dios o no lo aceptan en sus vidas. La motivación evangélica que justifica esta recomendación es clara: imitar a Dios (Cf. Mt 5,45); el amor a los enemigos hace al ser humano semejante a Dios y en este sentido, lo eleva, no lo rebaja. Así, el discípulo se incorpora en la corriente perfecta del amor divino para salir de sí mismo y construir una humanidad solidaria y fraterna. El discípulo de Jesús debe amar gratuitamente y sin interés, como ama Dios, con un amor por encima de todo cálculo y reciprocidad» (No. 133).

Y para vivir en el amor, que transfigura el mundo al eliminar toda clase de violencia, el Padre también pide a los discípulos de su Hijo que lo escuchemos, por lo que tenemos que actuar como Él. No debemos quedarnos encerrados, metidos en nuestras casas o en nuestros templos; tenemos que salir a la misión, a luchar por la paz, la justicia y la reconciliación. Por eso Jesús, después de haber sido transfigurado, regresa al anuncio del Reino, que tiene como consecuencia la muerte en cruz de la que hablaba con Moisés y Elías.

El encuentro con Jesús en el Monte de la Transfiguración vuelve a los discípulos al trabajo de construcción del Reino de Dios. Si ya antes de subir al monte Jesús les había anunciado su muerte y resurrección, después de la experiencia de la transfiguración ellos tienen que guardar silencio y seguirlo en su camino hacia la cruz. En relación a la situación de violencia creciente en México, nuestros Obispos en su documento sobre la Paz y la Reconciliación dicen: El encuentro con Jesús en el Monte de la Transfiguración vuelve a los discípulos al trabajo de construcción del Reino de Dios. Si ya antes de subir al monte Jesús les había anunciado su muerte y resurrección, después de la experiencia de la transfiguración ellos tienen que guardar silencio y seguirlo en su camino hacia la cruz. En relación a la situación de violencia creciente en México, nuestros Obispos en su documento sobre la Paz y la Reconciliación dicen:

«El Reino de Dios no se impone por la fuerza ni con la violencia; es una realidad sobrenatural, presente en el corazón y en el testimonio de los discípulos, que critica y desenmascara las falsas paces y las estructuras que hacen imposible la paz. Jesús alienta a quienes le siguen a trabajar por la paz que es don de Dios y tarea del hombre. Quienes se comprometen en construirla son llamados hijos de Dios (Mt 5,9). Ya en el Antiguo Testamento encontramos la concepción del ser humano como artífice de la paz (Cf. 1 Mac 6,5859) y ello no se refiere a quienes tienen ánimo pacífico, de quietud o sosiego, sino a quienes se comprometen en hacer la paz, en tomar la iniciativa, en trabajar, en esforzarse por conseguirla. Tampoco se refiere a los que cultivan la paz para sí mismos, sino a quienes se empeñan activamente por establecerla, allí donde los hombres la han roto y se encuentran enemistados» (No. 136).

«Esta misión, por la que hacemos nuestro el deseo del Padre de construir el Reino y de anunciar la Buena Nueva a los pobres y a todos los que sufren, exige de nosotros una mirada inocente que nos permita desenmascarar la obra del mal, denunciar con valentía las situaciones de pecado, evidenciar las estructuras de muerte, de violencia y de injusticia, con la consigna de vencer al mal con la fuerza del bien» (No. 159).

En un momento de silencio elevemos al Señor nuestra oración de agradecimiento porque nos ha permitido reunirnos en este día para encontrarnos con su Hijo transfigurado. Por los actos de violencia… Perdona tu pueblo ;Señor Por los compromisos para construir la PAZ ¡Oh, Señor, escucha y ten piedad! PADRE NUESTRO Y NOS DAMOS LA PAZ En un momento de silencio elevemos al Señor nuestra oración de agradecimiento porque nos ha permitido reunirnos en este día para encontrarnos con su Hijo transfigurado. Por los actos de violencia… Perdona tu pueblo ;Señor Por los compromisos para construir la PAZ ¡Oh, Señor, escucha y ten piedad! PADRE NUESTRO Y NOS DAMOS LA PAZ