EL BURRITO QUE QUISO SER CABALLO.

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Transcripción de la presentación:

EL BURRITO QUE QUISO SER CABALLO

Hace muchos años, cuando las gentes de este país aún vivían en el campo, nació un borriquillo en una preciosa granja de las montañas. El borriquillo era inquieto y muy vivaracho, así que pronto se hizo notar entre los demás animales. Sus primeros juegos los hizo rodeado de cerditos, ovejitas, otros burritos y, sobre todo, los potrillos. Nuestro pequeño asno adoraba los potrillos y quedaba fascinado viéndolos con sus aún torpes, pero largas patas, sus esbeltos y fuertes cuellos y sus orejas cortitas pero graciosas. El no tenía las patas largas y el cuello era más bien cortito; y cuando bebía agua había visto su reflejo y sabía que sus orejas eran tan largas como las de los conejos. Pero no le importaba; seguía prefiriendo jugar con los potrillos y a ellos dedicó muchos días de alegría en los que se fue haciendo mayor.

Cuanto más crecían, más evidentes eran las diferencias entre los caballitos y el burrito; y los animales de la granja empezaron a murmurar. Finalmente sus padres le prohibieron seguir jugando con los caballos, explicándole que eran elegantes animales de paseo, mientras que él, como burro, era una bestia de carga. El borriquillo no lo entendió muy bien y se puso muy triste por no poder seguir con sus juegos, pero obedeció a sus padres e hizo lo que le decían

Siguieron creciendo y el burrito vio como comenzaba la elegante doma de los caballos, a los que ponían bonitos correajes, los cepillaban hasta que su pelo brillaba bajo el Sol y peinaban sus largas crines y cola dándoles un aspecto precioso. A él sólo le pusieron un ronzal de soga, nunca le cepillaban y no tenía ni crin ni cola que peinar. Además nunca le enseñaban a dar vueltas al picadero unas veces andando y otras corriendo, sino que le enganchaban unos feos arneses haciéndole tirar de un carro que pesaba muchísimo.

El borriquillo era obediente, así que se propuso tirar con todas sus fuerzas de todos los carros a los que le enganchaban, con la esperanza de que si lo hacía bien, llegaría el día en que a él también le pondrían los correajes, le crecerían las crines y la cola y podría dar vueltas en aquel picadero que se había convertido en su obsesión. Pero el tiempo pasaba y no parecía que las cosas fuesen a cambiar, y el pobre burrito cada vez estaba más triste y ya no sabía qué hacer.

Un día, harto de tirar de aquellos carros, que cada vez eran más pesados, escapó de la granja sin saber muy bien hacia donde ir. Se perdió entre las montañas y pasó mucho miedo, frío y hambre, pues siempre había vivido en la seguridad de su pesebre. Helado y hambriento se acostó en un prado y se quedó dormido soñando con los caballos y su majestuosidad; y como en los sueños todo es posible se vio entre ellos con su cuello y sus patas largas y fuertes, sus orejas pequeñitas, y sus crines y cola sueltos al viento cuando galopaba entre sus añorados amigos.

Le despertaron unos relinchos y de repente se vio en medio de una manada de asturcones. El había oído hablar de esos caballos, pero no sabía demasiado bien lo que eran. Nadie en la granja parecía conocerlos de verdad, pero eran reales y estaban allí con él. Aquellos caballos eran más pequeños que los de la granja, tenían las patas y el cuello más parecido a los suyos que a los otros caballos que conocía. Sus crines y cola eran más largos, y las orejas más cortas, pero estaba claro que él se parecía mucho más a ellos que a los otros, así que se metió en la manada. Los asturcones le miraron con curiosidad, pero no con demasiado recelo, y después de algunos mordiscos iniciales, al final dejaron de prestarle atención.

El borriquillo se esforzó mucho para poder seguirles el paso El borriquillo se esforzó mucho para poder seguirles el paso. Como de pequeño se había criado entre caballos, no le resultaba extraño, pero tuvo que aplicarse y pronto lo hacía con facilidad; aún así no terminaba de ser igual que ellos. Se fijó en algunos que tiraban de sus pequeñas crines y sus cortas colas, estirándolas para que fuesen más largas, y llegaban a conseguirlo, así que empezó él también ese doloroso proceso que le hacía soltar lágrimas de dolor mezcladas con las de alegría, al notar como ya comenzaban a ondear cuando trotaba y galopaba. Pero sus orejas eran aún demasiado largas, y eso le hacía diferente y le desanimaba mucho.

Un día, uno de los caballos de la manada se le acercó y le explicó que él también había sido un burro, pero que había conseguido que un lobo del monte le cortase las orejas a mordiscos; por eso eran cortitas como las de los otros. A nuestro borriquillo le impresionó escuchar esta revelación, así como las otras historias y consejos que su nuevo amigo contaba a los demás. Le fascinaba su elegancia y su naturalidad y se maravillaba ante aquel burro que guiaba a la manada de asturcones. La admiración era mutua, pues el burro de las orejas cortas se veía reflejado en el borriquillo y en su fuerza interior para vencer las dificultades.

Así que un día se lo llevó al bosque y buscaron al lobo para que le cortase las orejas. El borriquillo temblaba de miedo y emoción ante esa nueva aventura, pero no quería dar la vuelta; sabía que era necesario para poder parecerse a los otros caballos. Llegó el lobo y le mordió, y aunque debería haberle dolido mucho, no lo notó debido a la emoción de aquel momento que culminaba el sueño de su vida y a que el otro burrito estaba a su lado dándole ánimos y consolándole, mientras le acariciaba las crines con el hocico.

Las horribles heridas curaron y aquellas orejas ya no fueron largas y feas nunca más. El borriquillo era feliz y el otro burrito se sentía orgulloso de él, por lo que le situó a su lado a la cabeza de la manada, y juntos galoparon y guiaron a los otros caballos a través de aquellas montañas. Y de este modo fueron felices el resto de sus vidas como caballos, que en realidad es lo que fueron desde el principio, aunque nadie en sus respectivas granjas lo quisiese admitir, pero en aquellas montañas había sucedido algo maravilloso y había quedado claro que los sueños podían hacerse realidad.