Lección 12 para el 22 de junio de 2019
Cada hogar cristiano es un centro de influencia colocado por Dios para beneficio de aquellos con los que se relaciona. ¿Qué pueden ver las personas que se relacionan con nuestros hogares? ¿Qué palabras escuchan? ¿Qué actitudes observan? ¿Qué bendiciones podemos transmitirles? Una bendición para las visitas. Una bendición para los familiares. Una bendición para los incrédulos. Una bendición para la sociedad. Una bendición para el que se hospeda.
“Dijo entonces: ¿Qué han visto en tu casa “Dijo entonces: ¿Qué han visto en tu casa? Y dijo Ezequías: Todo lo que hay en mi casa han visto, y ninguna cosa hay en mis tesoros que no les haya mostrado” (Isaías 39:4) Isaías le comunicó al rey Ezequías que iba a morir a causa de su enfermedad. Pero, a causa de su oración y lágrimas, Dios le concedió 15 años más de vida. Se le dio como señal un milagro extraordinario: el retroceso del sol. Este hecho asombró a los astrónomos babilonios, que enviaron representantes a Judea para investigar el caso. ¡Qué ocasión tan extraordinaria para dar testimonio del gran poder de Dios! No obstante, “Ezequías no correspondió al bien que le había sido hecho” (2 Crónicas 32:25). Con orgullo, presentó a los enviados sus riquezas. Dios quedó olvidado en un rincón.
UNA BENDICIÓN PARA LAS VISITAS Cada hogar cristiano es una fuente de bendición para aquel que lo visita. Pero no serán bendecidos por nuestro modelo de TV, o por los hermosos adornos de nuestra casa. La bendición que reciban será proporcional a la forma en que Jesús se refleje en nuestro hogar. Nuestras palabras y acciones mostrarán la bondad y el interés del Salvador por cada persona. Podrán reconocer que las bendiciones que poseemos provienen de Dios. ¿Pueden percibir nuestras visitas la paz que reina en nuestro hogar? ¿Qué impresión se habrán llevado cuando salgan por las puertas de nuestra casa?
“Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo). Y le trajo a Jesús” (Juan 1:41-42a) Andrés compartió primeramente su entusiasmo por Jesús con su hermano. Los primeros destinatarios de nuestras bendiciones son nuestros familiares. Y la mayor bendición que podemos darles es nuestro conocimiento de Jesús. Nosotros somos llamados a involucrar especialmente a nuestros hijos en el conocimiento de Jesús (Deuteronomio 6:6-7). Debemos dedicar tiempo y esfuerzo, incentivando momentos regulares de adoración personal y familiar en el hogar. Estos momentos quedarán grabados en la mente y el corazón de la familia. Piensa en la forma en que Noemí transmitió a su familia su fe, de forma que influyó a su nuera Rut para seguir al verdadero Dios.
¿Cómo puede una persona incrédula ser santificada por su cónyuge? Lo reconozca o no, el cónyuge incrédulo recibe las bendiciones divinas a través de su cónyuge creyente. ¿Puede el cónyuge cristiano separarse si su cónyuge le causa problemas? En el versículo 13, Pablo indica claramente que no. No obstante, en el versículo 15, se especifica que, si es el incrédulo el que desea la separación, no se le debe negar (a causa de la paz). Recordemos que un ejemplo persistente de lealtad y obediencia a Cristo puede desembocar en la conversión del cónyuge incrédulo (1 Pedro 3:1-2).
“Imitadme a mí, como yo imito a Cristo” (1 Corintios 11:1 NVI) En el Nuevo Testamento, se nos invita a imitar a Cristo, y a imitar a aquellos que imitan a Cristo (1 Corintios 4:16; Efesios 5:1; 1 Tesalonicenses 1:6; Hebreos 6:12; 13:7; 3 Juan 11). ¿Por qué? El ejemplo es un excelente medio de enseñanza. Imitamos lo que vemos. Como familia, somos un ejemplo a imitar por aquellos que ven en nosotros un comportamiento diferente. El cariño que nos demostramos, la forma en que educamos a nuestros hijos, cómo resolvemos los conflictos, cómo tratamos a los demás. Todo esto es reflejar a Cristo. Aunque nuestro reflejo de Cristo es imperfecto, cada hogar que imita a Jesús es una bendición para la sociedad en la que vive.
La hospitalidad implica abrir nuestras casas a aquellos que necesitan descanso, alimentación o compañía. Fue practicada habitualmente por los creyentes, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento (Génesis 18:1-8; 19:1- 3; 24:17-31; Lucas 5:19; 19:1-9). Albergar a una persona durante horas o días ofrece una oportunidad para entablar amistad, hablar de Jesús, orar, compartir las verdades bíblicas, y mostrar con palabras y acciones nuestro amor por Jesús. La hospitalidad no es solo una bendición para el que se hospeda, sino también para el que la practica (Hebreos 13:2).
Elena G. de White, El hogar cristiano, p. 26 “Nuestra esfera de influencia, nuestras capacidades, oportunidades y adquisiciones podrán parecer limitadas; y sin embargo tenemos posibilidades maravillosas si aprovechamos fielmente las oportunidades que nos brindan nuestros hogares. Si tan sólo queremos abrir nuestros corazones y nuestras casas a los divinos principios de la vida, llegaremos a ser canales por los que fluyan corrientes de fuerza vivificante. De nuestros hogares saldrán ríos de sanidad, que llevarán vida, belleza y productividad donde hoy por hoy todo es aridez y desolación”
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