Cuento del P. Mamerto Menapace

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Transcripción de la presentación:

Cuento del P. Mamerto Menapace Cuando lo siento Cuento del P. Mamerto Menapace (Un relato que nos invita a meditar sobre qué es la “adolescencia espiritual”). Mónica Heller para el Curso “El arte de perdonar” – www.oracionesydevociones.info

Cecilia era una adolescente. Lo que no estaba ni bien, ni mal Cecilia era una adolescente. Lo que no estaba ni bien, ni mal. Simplemente significaba que adolecía de algo. No estaba terminada, diríamos. Le faltaba todavía aprender algunas cosas. Y de enseñárselas, se encargaría la vida. Era muy vital y obraba por impulsos. Amaba por sobre todas las cosas la sinceridad, y sentía una verdadera alergia por la hipocresía, la simulación, o hacer las cosas por la simple razón de tener que hacerlas. Le gustaba sentir las cosas que hacía. Prefería dejar de hacerlas, en caso de no sentirlas.

Por ejemplo, con eso de la Misa. ¿Para qué ir a Misa si no lo sentía Por ejemplo, con eso de la Misa. ¿Para qué ir a Misa si no lo sentía? Se aburría, tanto por el horario en que éstas se daban, cuanto por la forma en que el cura las celebraba, y hasta por la gente que asistía a ellas. Cada vez la sentía menos, es decir, le gustaba menos. Hasta que dejó por completo de ir a Misa. Prefería entrar en la capilla del colegio cuando no había nadie, a cualquier hora del día, y allí rezar en la forma que le surgía. Lo cual ocurría de vez en cuando. Sobre todo antes de los exámenes o cuando algún motivo especial le hacía experimentar la necesidad de Dios o de la oración.

No niego que se trataba de una chica valiosa, linda e inteligente No niego que se trataba de una chica valiosa, linda e inteligente. Cuando le preguntaban si aún rezaba, era infaltable la respuesta: -”Yo rezo cuando lo siento Si no lo siento no veo para qué rezar. No sé qué valor puede tener”. No, no era egoísta. Simplemente era egocéntrica. Y hay una diferencia. La egoísta se coloca en un rincón del mundo y trata de que todo sea para ella. Y lo que no puede serlo, intenta ignorarlo o combatirlo. En cambio, la egocéntrica se coloca en el centro de todo, quiere que todo se refiera a ella, y hasta puede ser muy generosa para que las cosas sean así.

Ser egoísta es algo feo, con olor a cosa vieja, Ser egocéntrica es una equivocación, algo que adolece del conocimiento de una verdad más completa. Un día me contó que se había puesto de novia. La felicité. Se había agarrado un metejón de los que no se empardan. Esto sí que lo sentía. Y me pareció que era algo bueno que la ayudaría a salir de su egocentrismo. Pero la macana fue que se puso de novia con un chico de casi su misma edad. No era ni malo ni bueno. Era simplemente un adolescente. Creía que para ser sincero, lo único que importaba era hacer las cosas que sentía, sin obligarse a nada que no sintiera. Así que a las pocas semanas dijo a Cecilia, con la mayor de las convicciones…

-”Mirá flaca: a mí no me va un noviazgo de esos que hay que hacer las cosas porque tenés que hacerlas. Yo voy a hacer las cosas cuando las sienta. Así que si durante dos o tres fines de semana no salgo con vos, es simplemente porque no lo siento. Vos no te preocupes. En cambio, si el lunes a las dos de la tarde lo siento, voy a tu casa, aunque sea la hora de la siesta”. ¡Pobre Cecilia! Se llevó la amargura del siglo. Y empezó a comprender que, cuando uno hace las cosas con otro o para otro, también es bueno ponerse a pensar lo que el otro siente. O lo que tendría derecho a sentir. Lo comenzó a aprender en carne propia. Y comenzó a madurar.

¿Será que Dios no tiene sentimientos? En la adolescencia, los gestos suelen ser hijos del sentimiento. Se empieza a vivir una juventud madura, cuando se es capaz de que muchos sentimientos sean hijos de gestos voluntarios y realizados con fidelidad, en vistas a vivir algo valioso. ¿Será que Dios no tiene sentimientos? Si los tuviera, tal vez, sería importante ponerse a pensar qué sentiría el Tata (Padre) que está en los cielos, cuando yo rezo o dejo de rezar. Cuando me reúno con mis hermanos en la Mesa del Señor los domingos, o cuando ya hace mucho que no lo hago. Muchos cristianos no son (o somos) malos ni buenos. Son (somos) -simplemente- unos adolescentes espirituales.