“Hagan esto en memoria mía”

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Transcripción de la presentación:

“Hagan esto en memoria mía” La Eucaristía “Hagan esto en memoria mía”

Un acercamiento a las enseñanzas del Antiguo Testamento nos afianza en la necesidad de la justicia social para que el culto sea agradable a Dios. Rendir culto a Dios es conocer a Él y este conocimiento aparece necesariamente asociado a la justicia que se practica con los pobres e indigentes (cf. Jeremías 22,13-16). Es en los profetas donde la unidad entre culto y justicia social aparece más explícita.

Son bien conocidos los textos de Isaías 1,11-18 y 58,2-8 Son bien conocidos los textos de Isaías 1,11-18 y 58,2-8. El ayuno, el culto que agrada a Dios consiste en romper las cadenas injustas, dejar libres a los oprimidos, romper toda clase de yugo, compartir el pan con el hambriento, dejar entrar en la propia casa a los pobres sin techo, vestir al desnudo, no volver la espalda al hermano, hacer justicia al huérfano, abogar por la viuda.

El Nuevo Testamento afianzará la enseñanza ya vista en el Antiguo El Nuevo Testamento afianzará la enseñanza ya vista en el Antiguo. Citando a Oseas 6,6, Jesús responderá a los fariseos: “Si ustedes entendieran claramente lo que significa: ‘yo no les pido ofrendas, sino que tengan compasión’, no habrían condenado a estos inocentes” (Mt 12,7).

Recordemos también la enseñanza de san Pablo en 1Cor 11,20 Recordemos también la enseñanza de san Pablo en 1Cor 11,20. El Apóstol constata las divisiones entre los miembros de la comunidad y las excesivas desigualdades sociales, patentes en las mismas celebraciones eucarísticas (Mientras uno pasa hambre, otro se embriaga). En estas circunstancias Pablo afirma tajantemente que “eso no es comer la cena del Señor”.

La superación de las divisiones e injusticias surge de la misma naturaleza de la Eucaristía. Es decir, que si Cristo murió “para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52), la renovación sacramental de la muerte de Cristo no debe realizarse sin que el signo de la reconciliación afectiva y efectiva entre los hermanos se haga realidad.

Esta reconciliación lleva consigo una exigencia de solidaridad y justicia en todos los campos.

Citemos también el texto de Santiago 1,27: “La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo”. Una vez más se nos dice que es imposible amar a Dios y rendirle culto si el hombre se desentiende de su prójimo.

La Sagrada Escritura pone de relieve la naturaleza “social” de la Eucaristía. Lo vemos en la misma narración de la Última Cena.

Eucaristía, Última Cena y Viernes Santo Podríamos ver a la Última Cena como un “resumen” de toda la vida anterior de Jesús y como una “profecía” del Viernes Santo.

La Última Cena es un “resumen” de toda su vida La Última Cena es un “resumen” de toda su vida. Sus palabras, gestos, milagros, actitudes, sentimientos y pensamientos expresan la intención, siempre lograda, de vivir “una vida para los demás”.

Lo vemos en sus palabras, en particular en las Bienaventuranzas: Dichosos, ustedes, que son pobres, que lloran, que son limpios de corazón, misericordiosos, que tienen sed de justicia, que trabajan por la causa de la paz. Jesús está hablando a personas concretas, que han corrido para escucharle;

Él ve a esta muchedumbre de personas, con sus límites y también con su deseo de cambio, de escuchar palabras de aliento, de valor; Jesús no los regaña por sus infidelidades, no los maltrata, no exige lo que no pueden hacen. Les da valor, les anima, les muestra interés y cariño. Ante todo ofrece un mensaje de estima y de dicha.

Los milagros: signos de misericordia y bondad, signos de una renovada dignidad de cada ser humano, signos de la cercanía del Reino, signos de predilección. Milagros que abren a una vida nueva, a nuevos estilos de vida, a un nuevo compromiso. Multiplica los panes para mostrar que el verdadero milagro no es trasformar las piedras en panes, sino compartir los panes que se multiplican por el milagro de la solidaridad.

Calma la tempestad para mostrarnos que nadie ni nada debe atemorizarnos y darnos miedo, excepto nosotros mismos. Curaciones y exorcismos para liberar al hombre de todo tipo de esclavitud, para decirnos que el sufrimiento es una realidad negativa, que debemos luchar contra ello, para dar nuevamente dignidad a todos los seres humanos.

Gestos de acogida de los pecadores, de los publicanos: todos hijos, no sirvientes o esclavos en relación a Dios (como nos dice la parábola del hijo pródigo). Jesús no juzga, no condena, a todos ofrece su mano, su ayuda, su mirada de bondad, que saca a luz los recursos dormidos, las energías encarceladas, lo bueno que está presente en cada uno.

Y dirige una palabra de valor a todos, ofreciéndonos LA POSIBILIDAD DE LA SALVACIÓN A TRAVÉS DE LA CARIDAD: Estuve enfermo, pobre, hambriento, desnudo, preso, forastero y me visitaron. ¿Cuándo? Cuando han hecho esto a uno de estos hermanos míos más pequeños.

La Última Cena es también una “profecía”. “Éste es mi cuerpo”, dice partiendo y compartiendo el pan. “Ésta es mi sangre”, ofreciendo la copa del vino. Según el lenguaje semita, las palabras “cuerpo” y “sangre” se pueden traducir con “vida” o con “Yo”: “Ésta es mi vida”, “Soy yo quien me ofrezco”.

Estos gestos anticipan la experiencia del día siguiente, viernes santo Estos gestos anticipan la experiencia del día siguiente, viernes santo. Jesús es un buen profeta: sabe que la hostilidad está creciendo contra él y sabe que le costará la vida. Consciente de esto, decide - la libertad del amor - de transformar la violencia contra él (el “quitarle la vida”) en una oferta de sí mismo (“nadie me la quita; soy yo que la dono”).

Una vida “partida y compartida”, una sangre “derramada”, una vida “comida y bebida”. Una vida siempre para los demás. Jesús el Viernes Santo, traduce estas palabras en realidad: el sacrificio de su vida, una ofrenda de amor.

Jesús, en la Última Cena y el Viernes Santo en la cruz, nos explica lo que significa “AMAR AL PRÓJIMO”: dar la vida, perdonar a los verdugos, acoger al ladrón arrepentido, pensar en las necesidades de su madre, viuda y sin hijos, cultivar la relación con Dios Padre “en tus manos confío mi espíritu”.

Jesús muere con una conciencia: “todo está cumplido”; sólo tiene treinta años más o menos y, a pesar de esto, todo está cumplido: TIENE LA CONSCIENCIA DE HABER HECHO LO QUE DEBÍA HACER, DE HABER CUMPLIDO CON SU MISIÓN: DAR SU VIDA PARA LOS DEMÁS.

Todo esto está presente en la Última Cena: no casualmente el Evangelista San Juan no nos relata la escena de la institución de la Eucaristía, sino encaja en el preciso lugar en el que los demás tres Evangelistas ponen esta narración, el episodio del lavatorio de los pies.

Podríamos decir que – según la teología de San Juan – celebrar la Eucaristía o lavar los pies, el culto eucarístico y el servicio de solidaridad, son la misma realidad. La presencia de Cristo en la Eucaristía es la misma presencia que encontramos en el sacramento del hermano necesitado.

“HAGAN ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA”. Este mandamiento del Señor nos empuja a vivir, gastar nuestra vida como Él. No se trata solamente de repetir un gesto litúrgico, se trata de repetir su vida de entrega, una “vida para los demás”. “Hagan esto en conmemoración mía”. Es la propuesta eucarística: una vida para los demás.

Nuestra persona debe convertirse en signo de la presencia de Dios – amor en la historia. Nuestros pensamientos, emociones, deseos y corporeidad están llamados a ser “SACRAMENTO DE AMOR”.

Juan Pablo Segundo dice (en la “FAMILIARIS CONSORTIO”, n Juan Pablo Segundo dice (en la “FAMILIARIS CONSORTIO”, n.11, “ La familia en los tiempos modernos”): “Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza: llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor.

Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión. El amor es por tanto la vocación fundamental e innata de todo ser humano”.

JESÚS EL BUEN SAMARITANO Se convierte en el emblema de todo gesto de amor del hombre. No se trata de un amor platónico o de molde meramente espiritual. El discípulo de Jesús está llamado a amar con todo su ser y su amor, debe tener una respuesta precisa, histórica, práctica…

Todo esto exige la capacidad de poner el propio cuerpo y el propio espíritu al servicio del amor evangélico, aún a costa de fatiga y esfuerzos generosos, exige la voluntad de superar la “pereza”, la inercia, la búsqueda de la propia comodidad, el miedo al riesgo y al fracaso.

La persona en su globalidad debe poder convertirse en “sacramento de amor”, signo e instrumento que manifiesta de manera visible el amor invisible de Dios infundido en el corazón de los bautizados en virtud del evento de Cristo y del don de su Espíritu.

Es cuanto más veces repite San Juan (1 Jn 3,18; 4,20) Es cuanto más veces repite San Juan (1 Jn 3,18; 4,20). También el así llamado Juicio Final, será caracterizado por el uso que habremos hecho de nuestra persona: si como signo e instrumento de fraternidad y comunión, o como propiedad privada y egoísta.

La construcción de un mundo más humano En la Eucaristía los frutos de la tierra y del trabajo del hombre - el pan y el vino - son transformados en el cuerpo y sangre del Señor Jesucristo, por el cual el Reino de Dios se ha hecho presente en medio de nosotros.

Todo lo que se haga en favor de la paz, la justicia, la solidaridad, la liberación, el respeto por la dignidad humana, etc., puede considerarse como la “materia prima” del Reino de Dios, hace posible la victoria de la generosidad sobre el egoísmo y el triunfo de la auténtica solidaridad

humana sobre los poderes del pecado y de la muerte humana sobre los poderes del pecado y de la muerte. De este modo, vivido en el Espíritu y en comunión con el misterio pascual de Cristo, el testimonio liberador del cristiano en el mundo es un signo de que el Reino de Dios ya está presente en nuestra historia.

EL SACRAMENTO DE LA VIDA La eucaristía es el pan de vida. Es alimento para que vivamos, para que tengamos vida y vida en abundancia (Juan 10,10).

Muy significativamente, san Juan en su Evangelio hace preceder el milagro de la multiplicación de los panes al discurso de Jesús como pan de vida (cf. Jn 6). Porqué es el cuerpo de Cristo, que vino a este mundo “para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10), la Iglesia está en favor de la vida humana en todos sus aspectos y manifestaciones.

Esto le lleva a preocuparse ante todo de la vida de la gracia en cuanto participación de la vida de Dios, pero no puede desentenderse de la vida humana, física, en cuanto es el derecho fundamental y básico, sin el cual es imposible el respeto a los demás derechos de la persona.

La lucha por el derecho a la vida no significa contentarse con un nivel de subsistencia. Se trata ante todo de que toda persona pueda vivir una vida con calidad humana y, por consiguiente, pueda tener satisfechas sus necesidades básicas de trabajo, alimentación, vivienda, salud y educación.

Cuando los cristianos comprometidos en la transformación de la realidad social se dedican a trabajar inteligentemente para que sean saciadas todas las hambres del mundo, están en la línea de la Eucaristía como exigencia del seguimiento de Jesús. En efecto, todo el ministerio de Jesús puede resumirse como una opción radical en favor de la vida.

Jesús da vida con su presencia cercana Jesús da vida con su presencia cercana. Da vida con su enseñanza verdadera. Da vida con gestos que sanan a los enfermos, devuelven la dignidad al hombre caído y multiplican el pan para todos. Da vida liberándonos, incluso, de tradiciones religiosas asfixiantes que llevan a un culto muerto, al liberarnos del pecado con la gracia del perdón.

El Papa nos recuerda a menudo que vivimos en una “cultura de muerte”, que no respeta la vida. La Eucaristía, pan de vida, presencia de quien es la “vida de los hombres” nos compromete a ser custodios, defensores de la vida. La pastoral de la salud encuentra en la Eucaristía un estímulo en este compromiso.