Lección 4 para el 23 de abril de 2016

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Transcripción de la presentación:

Lección 4 para el 23 de abril de 2016

En los capítulos 8 y 9 de Mateo podemos ver el poder de Jesús:

«Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció» (Mateo 8:2-3) Al usar la palabra δυνασαι (dúnamai, «lleno de poder»), el leproso expresaba su fe en que Jesús estaba lleno de poder para curar lo incurable. ¿Por qué tocar al leproso cuando podía, simplemente, haber usado su palabra para curarlo? Tocar a un leproso implicaba adquirir la lepra. Sin embargo, el toque de Jesús dejó sano al hombre inmundo. Jesús está siempre dispuesto a estar en contacto con los pecadores para poder transformarlos y limpiarlos de su pecado.

La historia no es solo el caso de un leproso que buscaba sanidad, sino también representa a una raza pecadora sin ningún medio para encontrar descanso, paz y redención. El pecado crea la mayor intocabilidad: es la lepra del alma, donde el yo más íntimo se encuentra pudriéndose, y la ternura se vuelve una roca áspera y fría; la visión de lo más noble se vuelve altanería, y orgullo y auto centrismo. «Todos pecaron», dice el apóstol Pablo (Romanos 3:23). De este modo, todo somos leprosos espirituales, intocables. La historia de Jesús tocando al leproso nos da esperanza a todos. Él cruzó no un metro ochenta que le separaba del leproso sino el vasto golfo entre el cielo y la Tierra, y vino a nuestro planeta a tocarnos a todos. El toque de Jesús, disponible libremente para cada uno de nosotros tiene el poder de perdonar los peores pecados, de producir la curación donde hay descomposición y sacarnos de la muerte del pecado al abrazo del amor de Dios. Andy Nash, Guía de estudio de la Biblia, material auxiliar para el maestro

«Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará» (Mateo 8:8) A pesar de su poder y autoridad, el centurión estaba indefenso ante la enfermedad de su siervo. Al igual que el leproso, tenía fe en que la palabra de Jesús era tan poderosa que podía hacer lo imposible. Jesús se maravilló de la fe de este gentil. Entre el privilegiado pueblo de Dios no había encontrado una fe igual. «Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes» (Mateo 8:11-12)

«Y los que los apacentaban huyeron, y viniendo a la ciudad, contaron todas las cosas, y lo que había pasado con los endemoniados. Y toda la ciudad salió al encuentro de Jesús; y cuando le vieron, le rogaron que se fuera de sus contornos» (Mateo 8:33-34) «Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?» (Mateo 8:27) Cuando Jesús usó su autoridad sobre los elementos y los demonios, la gente temió (ver Lucas 8:25, 35). El temor de los discípulos los llevó a maravillarse y a adorar a Jesús. El temor de los ciudadanos de Gadara los llevó a pedir a Jesús que se alejase de sus vidas. Jesús tiene autoridad para deshacer toda obra que el diablo haga en nuestra vida. ¿Seguiremos apacentando nuestros cerdos (viviendo en pecado) o nos rendiremos ante la maravillosa autoridad de Jesús para que desarraigue nuestro pecado?

«Y sucedió que le trajeron un paralítico, tendido sobre una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados» (Mateo 9:2) Este paralítico no necesitaba otra sanidad que la seguridad del perdón de sus pecados. ¡Fue sanado físicamente para hacer callar a los escribas! Por encima de las circunstancias y problemas de cada uno, hay una cosa que todos necesitamos: el perdón de nuestros pecados. Sin el perdón, no importa si permanecemos enfermos o somos sanados. Habremos perdido la vida eterna. Afortunadamente para nuestra salud espiritual, «el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados» (Mateo 9:6).

Lee Mateo 8:19-21 y 9:9. Al observar cómo llamó Jesús a estas personas y la forma en que, en algunos casos, les advirtió de los problemas que enfrentarían, podemos concluir que seguir a Jesús implica:

«Hay personas que han conocido el amor perdonador de Cristo y desean realmente ser hijos de Dios; pero reconocen que su carácter es imperfecto y su vida defectuosa; y propenden a dudar de si sus corazones han sido regenerados por el Espíritu Santo. A los tales quiero decirles que no cedan a la desesperación. A menudo tenemos que postrarnos y llorar a los pies de Jesús por causa de nuestras culpas y equivocaciones; pero no debemos desanimarnos. Aun si somos vencidos por el enemigo, no somos desechados ni abandonados por Dios… Orad con más fervor; creed más implícitamente. Cuando lleguemos a desconfiar de nuestra propia fuerza, confiaremos en el poder de nuestro Redentor y alabaremos a Aquel que es la salud de nuestro rostro» Elena G. de White, El camino a Cristo, p. 64

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