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Transcripción de la presentación:

********************************* Sales, Señor, a mi encuentro en lo pozos de mi sed, en los grandes anhelos que habitan dentro de mi ser. Me invitas a buscar, me llamas a responder, purificas mis deseos, vas poniendo claridad a mi fe. y me ayudas a comprender que tú siempre estás dispuesto a dejarte querer y a acompañar mis caminos para que no me pueda perder. en mis carencias y en mi pequeñez, para que vaya ganando en agradecimiento y sencillez, al saber que eres tú quien me sostiene y me hace crecer. y me invitas a ofrecer lo que he experimentado contigo para que otros también puedan creer, y descubran el manantial que nos hace renacer. como amigo cercano y fiel. Estando siempre a tu lado nada puedo temer. Perdón, Señor… por mis protestas y desconfianzas cuando las cosas no salen como yo quiero. por dejarme llevar por las modas, los convencionalismos, los caprichos y los excesos. por mis incoherencias entre lo que vivo y lo que creo. por no tener bien orientados mis caminos y mis deseos. ********************************* Ven, Señor, a nuestro encuentro y sacia nuestra sed y nuestros anhelos… la sed de tu presencia para que la alegría, la acogida y la misericordia sean el distintivo de nuestra Iglesia. la sed de felicidad de quienes buscan y no encuentran. la sed de justicia de los que viven marginados y rodeados de pobrezas. la sed de paz de quienes sufren la violencia y las guerras. la sed de caricias de los que viven en el olvido y tienen tantas carencias. la sed de relaciones profundas de quienes viven el deterioro en la convivencia. la sed de serenidad ante tanta prisa que nos provoca irritaciones e impaciencias Caminante soy, Señor, siempre en búsqueda por los caminos de la vida. Cansado y abatido muchas veces hago mi camino entre pruebas, llantos y alegrías, en búsqueda de un pozo de agua nueva y cristalina. Esta búsqueda eterna crea en mí una sed insaciable. Porque he caminado y vivido como si no existieras, como si fueras alguien siempre desconocido, sabiendo que si nuestro encuentro fuera posible tu agua limpia clarificaría todos los interrogantes de mi vida. Como la samaritana, he dado contigo sin darme cuenta, harto de babear aguas superficiales y sucias, y me has llevado, sin darme cuenta, al manantial de la vida. No me trataba contigo, pero, ahora, ya no puedo vivir sin ti. Mi pozo es profundo, ya lo sabes, con fragilidades infinitas, pero con sed de agua limpia, con ansias de pecador arrepentido y perdonado. Hazme vaso y cántaro nuevos para llevar tu agua a mis hermanos, agua del surtidor que salta hasta la vida eterna. Hoy podría reconocer tu presencia en medio de la selva o en la infinita soledad del desierto. Porque no te conocía, pero, ahora, ya no puedo vivir sin ti, ¡Señor mío y Dios mío! [I.L.] 3º Dom. Cuaresma A Fecunda mi vida reseca Salomé Arricibita. Dame de beber https://youtu.be/M9Mo6U4ggUs CONOCER EL DON DE DIOS. Como a la samaritana es la invitación que me hace hoy Jesús: “Si conocieras el don de Dios…” Es decir, si descubro su presencia en mí, su deseo de llenarme, su predilección por mi vida, su preocupación por mis cosas, por mis alegrías y tristezas, por mis éxitos y dificultades, por mis proyectos e ilusiones… dará estabilidad a mi vida, sentido a mi actuar, serenidad en mis acciones, fortaleza en mi caminar. Dios es el manantial que fecunda mi vida, el norte que orienta mi existencia, la luz que me ilumina, la raíz que me sustenta. Dios es compañero que está cerca. Ahondar en esta experiencia me lleva a vivir y actuar desde Él, sentir y agradecer su amor, soñar y planificar con Él, vivir en sintonía con su voluntad. Puedo hacer un rato de meditación y descubrir cómo está presente Dios en todos los aspectos de mi vida, dónde le experimento más cercano, cómo me acompaña cada día... ¿DÓNDE SACIAR LA SED? La sed es el símbolo de mis deseos más profundos, de aquello con ansío con más ganas, de la búsqueda incansable, del anhelo más intenso… Miro en mi interior y soy consciente de cuál es mi sed más profunda, mis deseos más importantes, y dónde busco saciarlos en quién me apoyo, qué ayuda busco, a qué o a quién acudo, con quién cuento... ¿En qué sentido es Jesús para mí el “agua viva” que sacia mi sed? Puedo dirigir a Dios mi oración diciendo: “sacia, Señor, mis sed de…” Para la samaritana el pozo y el agua es el punto de partida para un encuentro que va haciéndose cada vez más progresivo, enriquecedor y fructífero. La samaritana irá poco a poco descubriendo su propia identidad y profundizando en la identidad de Jesús. Los títulos que le va dando reflejan cómo va subiendo los escalones de una fe más intensa: le llama judío, Señor, “más que Jacob”, Profeta, Hombre… hasta reconocerle como Salvador. Desde sus carencias y debilidades va descubriendo un horizonte nuevo que sacia y da plenitud a todas sus necesidades más importantes. Y descubre que para dar culto a Dios (relacionarse con Él) no importa el dónde sino el cómo: desde el corazón, desde lo vivido cada día, desde la coherencia de vida, creando caminos de comunión y espacios de acogida. ¿Cómo es mi relación con Dios y con Jesús? ¿Cómo la alimento y la cultivo? ¿Qué me ayuda a ello? ANUNCIAR LO QUE HE DESCUBIERTO. Tras el encuentro que cambia su vida, la samaritana deja el cántaro y va a comunicárselo a sus vecinos. Su testimonio cargado de experiencia y profundidad cala hondo en sus oyentes. Y les lleva a cada uno al encuentro personal, a una relación de intimidad. Transmitir lo que vivo, lo que da sentido a todo lo que hago. Ser “persona-cántaro” que lleva el “agua viva” del encuentro con Jesús a las personas que tengo a mi lado, con la alegría de haber hallado el cimiento donde estoy apoyado. Y con la intención de que cada uno haga su propio proceso personal que le lleve descubrir lo que está buscando.

Salmo 94,1-2.6-7.8-9 R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:  «No endurezcáis vuestro corazón.» Venid, aclamemos al Señor,  demos vítores a la Roca que nos salva;  entremos a su presencia dándole gracias,  aclamándolo con cantos. R/. Entrad, postrémonos por tierra,  bendiciendo al Señor, creador nuestro.  Porque él es nuestro Dios,  y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R/.  Ojalá escuchéis hoy su voz:  «No endurezcáis el corazón como en Meribá,  como el día de Masá en el desierto;  cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R/. Lectura del libro del Éxodo (17,3-7): En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: «¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?»  Clamó Moisés al Señor y dijo: «¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.» Respondió el Señor a Moisés. «Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.»  Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la reyerta de los hijos Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo: «¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?»

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (5,1-2 Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (5,1-2.5-8): Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

Lectura del santo evangelio según san Juan (4,5-42): En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.  Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber.» Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.  La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.  Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.»  La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»  Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.» 

La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla. Veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.»  Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.»  La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.»  Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo.»  En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.»