Texto: Miguel Ángel Mesa. Presentación: Asun Gutiérrez. Música: Beethoven. Romance.

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Transcripción de la presentación:

Texto: Miguel Ángel Mesa. Presentación: Asun Gutiérrez. Música: Beethoven. Romance.

Felices quienes han comprendido que la Divinidad está más allá de los nombres, las imágenes, las afirmaciones de la fe. Pero la sentimos: nos mira, nos respira, nos envuelve.

Felices a quienes cada mañana les despierta el mismo sol y les acuna por la noche la luna de siempre y en ello comprenden que el Dios de la Vida se mantiene día y noche cuidándonos, esperándonos. Quienes han llegado a descubrir que es como un Padre lleno de bondad, ternura y misericordia, con un corazón de Madre.

Felices quienes ayudan a los demás a descubrir lo que han vislumbrado bajo la inmensa luz del misterio de Dios Padre y Madre, e intentan expresarlo con profunda humildad, desde sus palabras y, sobre todo, con sus hechos diarios.

Felices quienes se han dejado impregnar por la Buena Noticia de Jesús, el deseo del Reino de Dios, es decir, la construcción de una sociedad que no esté basada en el dinero, en el poder, en el dominio de unos sobre otros, sino en la igualdad y la fraternidad.

Felices quienes experimentan como Jesús, la cercanía, la presencia y la íntima certeza de un Dios-todo-bondad que nos fortalece, anima y acompaña en el sendero de la vida.

Felices quienes se comprometen, como lo hizo Jesús, en curar, aliviar, liberar, integrar y dar valor a cada persona con la que nos encontremos, especialmente con las más marginadas y humilladas a las que debemos salir al encuentro.

Felices quienes creen que el Espíritu de Dios es la fuerza, el aliento, la audacia y la profecía para emprender cada día una nueva vida.

Felices quienes ven las señales del Espíritu en cualquier signo que muestre semillas de fraternidad, de ternura, de acercamiento, de superación del sufrimiento, de paz.

Felices quienes gozan al contemplar el Espíritu de Dios que se cierne sobre los océanos, las montañas, los animales, las flores y sobre el ser humano, que llegan a ser ellos mismos en profundidad cuando se dejan amar por Él entre las sábanas del alma.

Felices quienes descubren que la Trinidad no es un misterio incomprensible, sino la cotidiana experiencia del Amor, desde una vida encarnada en nuestra historia, con un respiro, un ánimo y una pasión especial por seguir viviendo cada día con los mismos sentimientos de Jesús, junto a tanta gente en toda nuestra tierra que trabaja por otro mundo más fraterno, justo y solidario. Es el espejo que nos muestra cómo debe ser y comportarse la mejor comunidad.

Felices quienes han comprendido que la Divinidad está más allá de los nombres, las imágenes, las afirmaciones de la fe. Pero la sentimos: nos mira, nos respira, nos envuelve. Felices a quienes cada mañana les despierta el mismo sol y les acuna por la noche la luna de siempre y en ello comprenden que el Dios de la Vida se mantiene día y noche cuidándonos, esperándonos. Quienes han llegado a descubrir que es como un Padre lleno de bondad, ternura y misericordia, con un corazón de Madre. Felices quienes ayudan a los demás a descubrir lo que han vislumbrado bajo la inmensa luz del misterio de Dios Padre y Madre, e intentan expresarlo con profunda humildad, desde sus palabras y, sobre todo, con sus hechos diarios. Felices quienes se han dejado impregnar por la Buena Noticia de Jesús, el deseo del Reino de Dios, es decir, la construcción de una sociedad que no esté basada en el dinero, en el poder, en el dominio de unos sobre otros, sino en la igualdad y la fraternidad. Felices quienes experimentan como Jesús, la cercanía, la presencia y la íntima certeza de un Dios-todo-bondad que nos fortalece, anima y acompaña en el sendero de la vida.

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