El domingo pasado veíamos a Jesucristo como Salvador en la dimensión material: no sólo salvaba de la enfermedad sino aun de la muerte, como sucedió.

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Transcripción de la presentación:

El domingo pasado veíamos a Jesucristo como Salvador en la dimensión material: no sólo salvaba de la enfermedad sino aun de la muerte, como sucedió en la ciudad de Naín.

Hoy muestra a Jesús el evangelista como Salvador en la dimensión espiritual: Puede perdonar el pecado y transformar en nosotros un incipiente amor en un fuego que puede saltar hasta la vida eterna.

En este año, al estar en el ciclo C, el evangelio está tomado de san Lucas, cuando una mujer perfuma los pies de Jesús, que está comiendo en casa de Simón, el fariseo. Lc 7,36 – 8,3 Dice así la 1ª parte (de tres):

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: "Si este fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora." Jesús tomó la palabra y le dijo: "Simón, tengo algo que decirte." Él respondió: "Dímelo, maestro."

Sería interesante saber porqué invitó el fariseo a Jesús. Puede ser que le gustase la doctrina que predicaba Jesús y quisiese aprender más. O quizá le debiera algún favor a Jesús.

Quizá tampoco serían muy malas, sino un poco de orgullo, como les gustaba a los fariseos ostentar su bondad y quedar bien con la gente que aclamaba a Jesús como un gran profeta. Lo normal es que no tuviese intencio- nes tan buenas.

Peor intención sería si quisiera tener una oportunidad de encontrar algo para poder formular alguna acusación contra Jesús.

Podía ser una buena oportuni- dad para exponer su doctrina sagrada. Y también podía ser una lección para todos nosotros. Jesús, a pesar de saber que como grupo los fariseos no eran amistosos con él, aceptó la invitación.

Entonces llegó una mujer de la ciudad, una mujer que era pecadora.

No tenemos derecho a decir qué clase de pecadora era, ya que los fariseos llamaban pecadora por poca cosa.

Los fariseos llamaban pecadores a los que no interpretaban la ley como ellos o ejercían profesiones poco honrosas, como las prostitutas, los enfermos crónicos, los mendigos y los que tenían defectos físicos. Era una especie de apodo para señalar a los que no cumplían con los requisitos de la ley de Moisés y de la tradición oral de los intérpretes oficiales de dicha ley.

Algo había en el corazón de esta mujer que la movió a hacerse presente aún sin ser invitada, y lo más sorprendente era que no venía a pedir un favor, ella venía a dar, venía con gratitud a ofrendar, a reconocer la majestad del ilustre invitado.

Quizás ella no había tenido la oportunidad de brindar el reconocimiento merecido a Jesús, pero ahora escucha que hay una gran ocasión para hacerlo. Y no duda en hacerlo. ¿Quién sería Jesús para esta mujer? En el interior de esta mujer Jesús ocupaba un lugar muy importante, sin dudarlo.

El único modo de explicarlo es suponer que la urgencia que ella tenía de expresar su gratitud a Jesús era tan irresistible que nada pudo detenerla de hacer lo que ella quería hacer. Que esta mujer en particular, conocida como "pecadora", tuvo el valor de entrar en casa de un estricto fariseo, sí que era algo extraordinario.

Esta mujer habría visto a Jesús perdonando en otras ocasiones y desde el fondo de su corazón siente el deseo de estar con Jesús, el misericordioso. El ungir y secar con los cabellos era como decir que quería seguir sus enseñanzas.

Lo cierto es que ella sintió la necesidad de traer una ofrenda de acción de gracias a quien había sido el instrumento en el cambio de su vida.

¿Por qué lloraría esta mujer? Lo más probable es que estuviese compungida de corazón por la gratitud que la embargaba. Las lágrimas no siempre son señal de dolor o tristeza, también lo son de profunda alegría. Llorando comenzó a regar con lágrimas los pies de Jesús, y los secaba con sus cabellos.

Se puede suponer que un pesar abrumador por el pecado del pasado se mezcla con una profunda gratitud por el sentido presente de perdón. En realidad, es vencida por la emoción.

Entonces, inclinándose con el cabello suelto, mientras sigue llorando continuamente, sigue secando los pies de Jesús. Impulsiva- mente ella hace lo que en aquellos días ninguna mujer debía hacer en público: se desata la cabellera.

¿Qué es Jesús para cada uno de nosotros? Hoy nos quiere decir muchas cosas; pero lo primero que nos dice es que vayamos a Él. Quizá nos cueste más que a aquella mujer. Tengamos la valentía de acudir, que seguro saldremos muy beneficiados de la misericordia de Dios. Escuchemos la voz del Señor.

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Cuando vio esto el fariseo que lo había convidado, dijo para sí: «Si este fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que lo toca, porque es pecadora.»

Ninguna mujer respetable de esa época haría tales cosas en público. Pero Jesús demuestra que las convenciones sociales lo tienen sin cuidado. Él ve mucho más allá de las apariencias.

El fariseo no ha visto realmente al ser humano que está a los pies de Jesús. Sólo ha visto a una persona que él considera doblemente despreciable, por ser pecadora y por ser mujer. El fariseo realmente no conocía (ni entendía) a Jesús.

Jesús le demuestra que realmente es un profeta al responder a lo que estaba pensando, al demostrar que sabe muy bien que la mujer es una pecadora y al dar a Simón una lección.

Jesús le quiere contar algo. El dueño de casa siente curiosidad por saber de qué se trata. Se dirige a Jesús llamándolo Maestro, lo cual muestra que lo considera un igual. Ningún fariseo invitaría a comer a alguien, a menos que fuera de su mismo nivel y, por lo tanto, digno de compartir su mesa.

Jesús le dijo: "Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?" Simón contesto: "Supongo que aquel a quien le perdonó más." Jesús le dijo: "Has juzgado rectamente." Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama." Y a ella le dijo: "Tus pecados están perdonados."

las sumas de dinero debidas son los pecados ante Dios, la imposibilidad de pagar es la imposibilidad del ser humano de salvarse a sí mismo. Se trata de una alegoría: la pecadora es el deudor mayor, el fariseo es el deudor menor, Dios es el acreedor,

Lo importante aquí no es tanto resaltar el arrepentimiento de aquella mujer cuanto la gran misericordia de Dios que está deseando perdonar.

Pero el amor de aquella mujer seguro que no es tan puro ni santo. Además va envuelto en pecados e imperfecciones; pero es amor. Y esto es lo que mira Dios. Claro que es necesario un cierto arrepenti- miento envuelto en amor.

La lección que hoy nos da Jesús comparando aquella mujer con los fariseos es que «un pecador que ama está más cerca del perdón que un santo o justo que renuncia orgullosamente a todo tipo de amor».

Por lo tanto no sería exacto traducir que la mujer ha sido perdonada en mucho porque ha amado mucho, sino que, aunque el amor no era tanto, la misericordia de Dios ha sido tan maravillosa que debe producir un amor mucho más grande que el que tenía antes. Es decir, que el amor no sería la causa del perdón, sino su consecuencia.

Simón se consideraba justo, perdonado (si es que alguna vez sintió la necesidad de perdón) y miraba a la mujer como pecadora sin perdón. Jesús muestra que por su falta de amor es Simón quien da muestras de no haber sido perdonado mientras la mujer se regocija en la libertad de culpa que ha recibido como un don de la gracia de Dios.

Es como si le dijera Jesús al fariseo: Por esto te digo, si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama. Con esta confianza presentémonos ante el altar del Señor. Que Él está deseando perdonarnos.

Automático

de rodillas el perdón.

Fue tan triste mi pasa- do,

Me avengüenza lo que soy.

A implorarte yo he venido

y aquí estoy ante tu altar.

Si me ayudas en mi vida,

Siempre haré tu voluntad.

No me niegues el perdón,

Aman- tísimo Señor.

Quiero estar cerca de ti,

dame hoy tú bendición. Hacer CLICK

Jesús no dice que la pecadora no haya sido pecadora; pero, viendo el arrepentimiento, perdona. Y perdonada deja de ser pecadora. El fariseo quiere el castigo a toda costa. Jesús en vez del castigo da el bálsamo del perdón y la paz.

A veces nos parecemos a aquel fariseo: invitamos a Jesús, pero no vivimos con Él. Creemos que invitar a Jesús es hacer sólo actos externos de religión, que pueden ser muy buenos; pero quizá seguimos siendo orgullosos y egoístas.

Y termina el evangelio de hoy con el quehacer de cada día en la vida apostólica de Jesús.

Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magda- lena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes. Palabra del Señor

Para ello debemos comprender a la persona. Muchas veces el pecado es menor de lo que nos parecía al principio, cuando no tratábamos de comprender. Quiere Jesús que aprendamos a perdonar.

Todos necesitamos que Dios nos perdone. Para ello quiere que primero perdonemos a otros. Esa es una condición para obtener el perdón, como nos enseña en el «Padrenuestro».

Hoy la primera lectura nos habla del perdón de Dios al rey David por un gran pecado del cual se arrepintió.

Había hecho matar a un capitán suyo, a Urías, fiel a Dios y al rey, sólo porque quería quedarse con su esposa. El rey David había cometido un gran pecado:

Tuvo la visita del profeta Natán, de parte de Dios, para recriminarle por el pecado y anunciarle diversos castigos.

David, en vez de rebelarse, se humilló ante Dios y pidió perdón. La tradición nos dice que de ahí arranca el salmo Miserere (50 ó 51).

Durante muchos siglos los de religión judía y todos los cristianos hemos pedido perdón a Dios con las palabras de este salmo que comienza así:

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Por tu inmensa ternura borra mis pecados.

Lávame de todos mis delitos

Misericordia, Señor, por tu bondad.

Misericordia. Hacer CLICK

Esperamos la gloria de Dios que no tiene fin, porque el amor nunca tendrá fin.

Dios por medio del profeta Natán le perdonó. El rey David siguió buscando la gloria de Dios.

Quien más amor tenga.

Hoy en la segunda lectura san Pablo nos habla de la sublimidad de la unión con Cristo, de modo que llegue a fundirse en una misma vida. Estas son las principales palabras que debemos quedarnos grabadas como un ideal a conquistar:

Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí.

Habrá que comenzar quizá por poco como la mujer pecadora. Lo importante es continuar, perseverar e ir creciendo la vida de Cristo en el alma hasta poder decir como san Pablo:

Vivo yo, pero no soy yo. Es Cristo quien vive en mi. Automático

Vivo yo, pero no soy yo. Es Cristo quien vive en mi.

Vivo yo, pero no soy yo. Es Cristo quien vive en mi.

Vivo yo, pero no soy yo. Es Cristo quien vive en mi.

Que María interceda para que, como ella, vivamos con Cristo y para Cristo. AMÉN