Allison Aldoradin Reyes 3”B” 2015 COAR – LA LIBERTAD

EL ENCANTO DEL CERRO EL URPILLAO Ubicamos a nuestros personajes, al señor Ángel Riveros Minchola. Tiene 62 años Es poco comunicativo. Barba ligeramente crecida y de cabellera despeinada, a manera de un circulo, a fuerza de ponerse sombrero. El pelo cano forma una especie de onda. En sus ojos hay una incógnita muda. Destellan cuando se le pregunta por sus recuerdos. Vivir situaciones por el descritas cuesta trabajo repetirlas. Ya no quiere saber nada. Nada de nada. Solamente sonríe cundo se le habla de la muerte. Entonces su labios insinúan una mueca de satisfacción, agradecimiento, paz...

EL ENCANTO DEL CERRO EL URPILLAO A fuerza de preguntas reconstruye su sorprendente aventura. “Yo tenía 15 años. Era buen mozo. Joven. Casi un niño. Mis padres me mandaban a pastar el ganado. Nos juntábamos 6 a 10 pastores, cada uno con su hato, jugábamos. Cantábamos. No nos faltaba nuestro respectivo fiambre. A la hora del almuerzo, nos juntábamos y repartíamos todo lo que habíamos llevado. En el caso que alguno no tuviera que comer, le dábamos de nuestra parte. Me acuerdo y no me acuerdo; ese día estábamos: Jorge, Luis, Alberto, Tiburcio, Miguel, Guillermo y Yo.

EL ENCANTO DEL CERRO EL URPILLAO Habíamos pastado nuestro ganado todo el día. Entre las 4 y 5 de la tarde decidíamos regresar a nuestras casas, yo pensé seguir por las faldas del Urpillao. La neblina comenzaba a espesarse. Recorrí las faldas del cerro. Cada uno tomamos un camino diferente o casi diferente. Yo iba cantando una canción, de esas que aprendemos de nuestros padres:

EL ENCANTO DEL CERRO EL URPILLAO Un hermoso frijolito ha nacido en mi jardín; yo el había esta mañana. ¡ay que gusto para mí! Yo sembré la semilla dura en el seño de tierra; y dos hojitas de verdes nacieron del fréjol.

En eso se estaba cantando, de repente s e presentó a una gran cantidad de gente rubia, pelo amarillo, amarillo como el sol. Hermosas mujeres. Los hombres, ojos, azules, con el pelo crecido, hasta mas o menos los hombros. Seguí caminando y una especie de avenida de árboles frutales apareció ante mí. Todas las frutas, eran deliciosas, maduras yo no tenía; al contrario, estaba contento, gozoso. A esa gente gringa le parecía divertida mi presencia. EL ENCANTO DEL CERRO EL URPILLAO

Las mujeres de los hombres rubios, como había dicho, eran hermosas. Al llegar al sitio donde estaba el toro se despojaron de su ropa, quedándose solamente con una especie de calzoncito. Todo el resto de su cuerpo estaba desnudo. No había niños, o por lo menos no aparecieron. Ese día, o noche, la gente rubia lo pasó cantando alabanzas al toro, era su Dios, el que da trabajo y fuerza, vida y alimento. Les cuidad de los intrusos, había desterrado la enfermedad. No me acuerdo de las canciones, pero eran bonitas. Al término de las oraciones y alabanzas lloraron tanto que sus lágrimas eran como unas perlas: se les podía tocar; pero al rato se desvanecían. Cuando volvieron a ponerse de pie, pues habían estado de rodillas o s entados, me hicieron una señal. No hablaban. Nos dirigimos por donde habíamos venido. EL ENCANTO DEL CERRO EL URPILLAO

Me pareció un sueño. Un hermoso sueño. Cuando me desperté o me di cuenta, ya no había la gente rubia. Me vi nuevamente en las faldas del cerro, junto con mi ganado y mis padres sorprendidos. Me preguntaban. Lloraban. Me amenazaban. luego llegaron más personas, una multitud, todo el pueblo. Yo no podía hablar, pues me había quedado mudo. Había transcurrido tres días de mi desaparición. Me habían puesto comida, que no pude probar. Me recogieron y me dieron un poncho. El ganado estaba ahí. Me llevaron a casa. Me bañaron con una serie de hiervas de la región. Al cavo de unos meses, mas o menos medio año, comencé nuevamente hablar. Ya no me acuerdo más. Nada más”. EL ENCANTO DEL CERRO EL URPILLAO