La oración del Señor El Padrenuestro.

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Transcripción de la presentación:

La oración del Señor El Padrenuestro

Jesús nos enseñó esta insustituible oración cristiana: el Padre – nuestro. Un día que uno de sus discípulos, al verle o- rar, le rogó: Maestro, ¡enséñanos a orar! La tradición de la Igle- sia utiliza el texto de Mateo en el capítulo 6.

El Padrenuestro es el re- sumen de todo el Evan- gelio. Es la más perfecta de todas las oraciones. Situada en el centro del Sermón de la Montaña. Recoge en forma de ora- ción el contendio esen- cial del Evangelio.

Al Padrenuestro se le llama “Oración Domi- nical”. Esto es, “la Oración del Señor”. Nos la enseñó el mismo Jesús, nuestro Señor.

El Padrenuestro es la oración por excelen- cia de la Iglesia. Es entregada en el Bautismo para mani – festar el nacimiento nuevo a la vida divina de los hijos de Dios. La Eucaristía revela el sentido pleno del Padrenuestro. Sus peticiones serán atendidas en la Según- da Venida del Señor. Es parte integrante de la Liturgia de las Horas.

PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS Nos acercamos al Padre con plena confianza. Porque Jesús nos introduce en su presencia. Su Espíritu hace de nosotros hijos de Dios. Por eso podemos rezar el Padrenuestro con confianza sencilla y filial. Con gozosa seguridad y humilde audacia, con la certeza de ser amados y escuchados.

Podemos invocar a Dios como “Padre”, porque el Hijo de Dios hecho hombre nos lo ha reve- lado. Su Espíritu nos lo hace conocer. La invocación del Padre nos hace entrar en su misterio con asombro siempre nuevo. Despierta en nosotros el deseo de un com- portamiento filial.

“Nuestro” implica una relación con Dios total- mente nueva. Oramos al Padre y lo a- doramos y glorificamos con el Hijo y el Espíritu Santo. En Cristo, nosotros so- mos su pueblo y Él es nuestro Dios, ahora y por siempre.

Decimos, Padre “nuestro”, porque la Iglesia de Cristo es la comunión de una multitud de hermanos. Que tienen “un solo corazón y una sola alma” ( Hechos 4, 32 ).

El Padrenuestro es un bien común de los bau- tizados. Urgente llamada a o- rar por la unidad de sus discípulos. Es orar con todos los hombres y en favor de toda la humanidad. A fin de que todos conoz- can al Dios verdadero y se reúnan en la unidad.

La expresión bíblica “cie- lo” no indica un lugar sino un modo de ser. Dios está más allá y por en- cima de todo. La expresión designa la majestad, la santidad de Dios. Su presencia en el corazón de los justos.

El cielo, o la casa del Padre, constituye la verdadera patria hacia la que tendemos en la esperanza, mientras nos encontra- mos aún en la tierra. Vivimos ya en esta patria, donde nuestra “vida está oculta con Cristo en Dios”

La oración del Señor contiene siete peticio- nes a Dios Padre: Las tres primeras, más teologales, nos a- traen hacia Él, para su Gloria, pues es lo propio del amor pensar primero en Él: la santificación de su Nombre, la venida de su Reino, y la realización de su vo- luntad.

Las cuatro últimas peticiones presen- tan al Padre de Misericordia nues- tras miserias y nuestras esperan- zas: que nos alimente, que nos perdone, que nos defienda ante la tentación y nos libre del Maligno.

Santificar el Nombre de Dios es una alabanza que reconoce a Dios como Santo. Dios ha revelado su santo Nombre a Moisés. Ha querido que su pueblo le fuese consagrado como una nación santa en la que Él habita.

Santificar el Nombre de Dios es desear que la consagración bautismal vivifique toda nuestra vida. Es pedir que con nuestra vida y nuestra oración, el Nombre de Dios sea cono- cido y bendecido por to – dos los hombres.

La Iglesia invoca la venida final del Reino de Dios, mediante el retorno de Cristo en la gloria. La Iglesia ora también pa- ra que el Reino de Dios crezca aquí ya desde aho- ra. Gracias a la santificación de los hombres por el Espí- ritu. Al compromiso de éstos al servicio de la justicia y la paz de acuerdo a las bienaventuranzas.

La voluntad del Padre es que todos los hombres se salven. Para esto ha venido Jesús: para cumplir la voluntad salvífica del Padre. Le pedimos al Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo. Que su benevolente designio se realice plena- mente en la tierra como en el cielo.

Pedimos a Dios con confiado abandono el pan cotidiano. Reconocemos hasta que punto Dios es bueno, más allá de toda bondad. Le pedimos la gracia de saber obrar, de mo- do que la solidaridad y la justicia permitan que la abundancia de los unos cubra las necesidades de los otros.

La petición sobre el pan cotidiano se refie- re igualmente al ham- bre de la Palabra de Dios. Se refiere también al hambre del Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía y del Espíritu Santo. Lo pedimos con una confianza absoluta para hoy, el hoy de Dios y esto se nos con- cede, sobre todo en la Eucaristía, que an- ticipa el banquete del reino venidero.

Al pedir a Dios Padre que nos perdone, nos recono- cemos ante Él pecadores. Confesamos al mismo tiempo su misericordia. Mediante los sacramen- tos obtenemos la remi- sión de nuestros pecados. Pero debemos antes per- donar.

La misericordia penetra en nuestros corazones sólo si también nosotros sabemos perdonar. Incluso a nuestros ene- migos. El corazón que se entrega al Espíritu Santo puede hacerlo. Cambia la herida en compasión, la ofensa en intercesión. El perdón participa de la miseri- cordia divina.

Pedimos a Dios Padre que no nos deje so- los y a merced de la tentación. Pedimos al Espíritu Santo saber discernir entre la prueba, que nos hace crecer en el bien, y la tentación, que conduce al pe- cado y a la muerte. Saber discernir entre ser tentado y ceder a la tentación. Esta petición nos une a Jesús que venció la tentación con su oración. Pedimos la gracia de la vigilancia y de la perseveran- cia final.

El mal designa a la persona de Satanás, que se opone a Dios y es el seductor del mun- do entero. La victoria sobre el diablo ya fue alcanzada por Cristo. Pero oramos para que la fa- milia humana sea liberada de Satanás y de sus obras. Pedimos el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo.

“Después, terminada la oración, dices: Amén, refrendando por medio de este Amén, que significa “Así sea”, lo que con- tiene la oración que Dios nos enseñó” ( San Cirilo de Jeru – salén ).

Presentación en POWER-POINT realizada por Violeta Vázquez para www.oracionesydevociones.info