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Publicada porMaría Carmen Valverde Castilla Modificado hace 8 años
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Me lo contaste y callé, miré hacia dentro de mí y te creí. Era una historia universal, digamos de amor, sin más. Lo demás, sigue así:
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Puse un adiós, en un sobre sin dirección en el buzón de tus ojos y me perdí en la noche. ¿Quién se fue? Tú y yo, los dos. ¡Nunca más nos volvimos a encontrar!
5
Hubo silencio al marchar, ni los perros ladraron, de sentimiento, al vernos llorar. Lloramos tú y yo, los dos.
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Tantos años de esto han pasado que casi nos vence la eternidad. Recuerdo sólo tu silencio, nadie habló, ni tú ni yo, por lo cual, podríamos convertirnos en mártires del santoral.
7
¿Por qué callas, cuando callo y no hablas si no hablo? Acaso aún sigues apostada al relente cautivo de mi voz hipotecada...?
8
Yo seguiré sembrando las flores del silencio en el huerto donde aún siembro mi trozo de soledad que es también tu soledad.
9
Y si esto fuera sólo un sueño, te diría: ¡Préstame, por un momento, el caudal inmenso de tus ojos, que los míos se han secado en los aljibes agrietados de mi intacta verdad! ¡Es la cruda realidad!
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¡Quién sabe, si de pronto, una luz nueva nos volviera a iluminar el sendero y así poder llegar, tú y yo, a este rincón recóndito del huerto donde aún guardamos, los dos, semillas fértiles de amistad!
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Me lo contaste y callé, miré hacia dentro de mí y te creí. Era una historia universal, digamos de amor, sin más. Lo demás, sigue así: Puse un adiós, en un sobre sin dirección en el buzón de tus ojos y me perdí en la noche. ¿Quién se fue? Tú y yo, los dos. ¡Nunca más nos volvimos a encontrar! Hubo silencio al marchar, ni los perros ladraron, de sentimiento, al vernos llorar. Lloramos tú y yo, los dos. Tantos años de esto han pasado que casi nos vence la eternidad. Recuerdo sólo tu silencio, nadie habló, ni tú ni yo, por lo cual, podríamos convertirnos en mártires del santoral. ¿Por qué callas, cuando callo y no hablas si no hablo? Acaso aún sigues apostada al relente cautivo de mi voz hipotecada...? Yo seguiré sembrando las flores del silencio en el huerto donde aún siembro mi trozo de soledad que es también tu soledad. Y si esto fuera sólo un sueño, te diría: ¡Préstame, por un momento, el caudal inmenso de tus ojos, que los míos se han secado en los aljibes agrietados de mi intacta verdad! ¡Es la cruda realidad! ¡Quién sabe, si de pronto, una luz nueva nos volviera a iluminar el sendero y así poder llegar, tú y yo, a este rincón recóndito del huerto donde aún guardamos, los dos, semillas fértiles de amistad! Juan Manuel del Río
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