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Publicada porAdolfo Redondo Soler Modificado hace 9 años
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«Ábrete» (Mc 7,31-37) Jesús pasó por Sidón y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar. Él le tocó los oídos y la lengua y, mirando al cielo, le dijo: «Ábrete». Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la lengua y hablaba sin dificultad. La gente decía: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos»
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Le vamos a llamar Mari. Ama a sus abuelos. Les ha dedicado su vida hasta dejar la salud. Vive con ellos en una residencia. «Lo único» especial que hace es estar con ellos, escucharles y «perder el tiempo» en sus habitaciones… Y, con ella, los abuelos se abren y confían. ¡Que unos abuelos se sientan acogidos es una auténtica victoria!
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Le llamaremos Isaac. Ama a los niños. Les ha dedicado su vida hasta renunciar a muchas otras cosas. Es hermano y maestro. «Lo único» especial que hace es estar con ellos y escucharles y «perder el tiempo» sentado a su lado… Y, con él, los adolescentes se abren y confían. ¡Que unos adolescentes se sientan escuchados es verdaderamente un milagro!
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Al siguiente le pondremos por nombre Juanjo. Ama a los jóvenes socialmente marginados. Les ha dedicado su vida hasta dejar pasar oportunidades. Vive por ellos. «Lo único» especial que hace es estar con ellos y escucharles y «perder el tiempo» con ellos… Y, con él, los marginados se abren y confían. ¡Que unos marginados sean y se sientan amados es a todas luces un triunfo!
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Y también Beatriz. Ama a los recién llegados. Les dedica su ilusión aún joven. «Lo único» especial que hace es abrirles puertas a sus vidas... Con ella, el extranjero empieza a ser y a sentirse de casa. ¡Que el extranjero sea de casa es un gran paso!
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...y tú, ante tu hermano o hermana, ¿qué haces para ayudarle, para que se abra?
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Haz que oiga tu voz Jesús, yo también necesito que me abras el corazón y la mente. Líbrame de la insensibilidad y la indiferencia que no me dejan escuchar los gritos de los necesitados, cercanos o lejanos. El miedo al esfuerzo y el egoísmo me lleva a asegurar mi bienestar, y hace de mí un sordo de conveniencia; prefiero pensar que tengo razones para no escuchar el grito de los hermanos necesitados. ¡Dame un corazón semejante al tuyo!
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