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Se rodeó al cuello un pañuelo grande con la gracia de un vuelo grácil de gaviotas y se lanzó a la libertad de cruzar los mares en un barco de treinta.

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3 Se rodeó al cuello un pañuelo grande con la gracia de un vuelo grácil de gaviotas y se lanzó a la libertad de cruzar los mares en un barco de treinta metros de eslora.

4 Nadie le dio un adiós de despedida, ni una lágrima surcó por su mejilla, que delatara la emoción de su congoja y amargura. Enfiló su corazón derecho a la aventura, surcando a la par que el barco el mar y la neblina.

5 Saltó el primero al llegar a la ancha playa lejana con su pañolón insignia atado al cuello acariciándole la cara, y sin volver la vista atrás echó a andar tierra adentro con la decisión audaz de conquistar el nuevo mundo ignoto.

6 Pasaron muchas lunas, cruzó desiertos y montañas, y al fin la selva fue su mundo y su morada para siempre. Un pañuelo ajado ondulaba colgado de una rama señalando dónde estaba su cabaña dónde dormían, sin descorchar aún, los sueños de su juventud ya tan lejana.

7 Un día al caer la tarde arrió el pañuelo ajado que aún colgaba en la enramada y lo anudó a su cuello enflaquecido como queriendo memorar la hora de un lejano y no olvidado vuelo de gaviotas.

8 Luego se tumbó mirando fijamente al cielo como queriendo rimar su corazón con el latir de los luceros, rodeado de sus amigos más queridos, monos, gorilas, periquitos, y serpientes encantadas.

9 De pronto se hizo el silencio en la selva, mientras dos lágrimas como dos estrellas surcaban sus mejillas y sus ojos ya cansados lentamente se cerraban al tiempo que en plegaria póstuma su alma peregrina de emigrante al cielo eterno subía. Juan Manuel del Río

10 EL EMIGRANTE Se rodeó al cuello un pañuelo grande con la gracia de un vuelo grácil de gaviotas y se lanzó a la libertad de cruzar los mares en un barco de treinta metros de eslora. Nadie le dio un adiós de despedida, ni una lágrima surcó por su mejilla, que delatara la emoción de su congoja y amargura. Enfiló su corazón derecho a la aventura, surcando a la par que el barco el mar y la neblina. Saltó el primero al llegar a la ancha playa lejana con su pañolón insignia atado al cuello acariciándole la cara, y sin volver la vista atrás echó a andar tierra adentro con la decisión audaz de conquistar el nuevo mundo ignoto.

11 Pasaron muchas lunas, cruzó desiertos y montañas, y al fin la selva fue su mundo y su morada para siempre. Un pañuelo ajado ondulaba colgado de una rama señalando dónde estaba su cabaña dónde dormían, sin descorchar aún, los sueños de su juventud ya tan lejana. Un día al caer la tarde arrió el pañuelo ajado que aún colgaba en la enramada y lo anudó a su cuello enflaquecido como queriendo memorar la hora de un lejano y no olvidado vuelo de gaviotas. Luego se tumbó mirando fijamente al cielo como queriendo rimar su corazón con el latir de los luceros, rodeado de sus amigos más queridos, monos, gorilas, periquitos, y serpientes encantadas. De pronto se hizo el silencio en la selva, mientras dos lágrimas como dos estrellas surcaban sus mejillas y sus ojos ya cansados lentamente se cerraban al tiempo que en plegaria póstuma su alma peregrina de emigrante al cielo eterno subía. Juan Manuel del Río


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