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En los primeros discursos de Job –contenidos en los capítulos 3, 6 y 7– podemos observar la angustia que aquejaba al patriarca. En ellos, vuelca su alma.

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2 En los primeros discursos de Job –contenidos en los capítulos 3, 6 y 7– podemos observar la angustia que aquejaba al patriarca. En ellos, vuelca su alma en lamentos y preguntas.

3 «Que perezca el día en que fui concebido y la noche en que se anunció: “¡Ha nacido un niño!”» (Job 3:3 NVI) En un momento, Job había pasado de ser un rico hacendado con una gran familia a ser un pobre enfermo sin dinero ni familia (acompañado tan solo por su mujer y unos pocos amigos silenciosos). Meditando en su desgracia, Job no podía comprender esta tragedia. ¿Qué sentido tenía una vida así? ¿No hubiese sido mejor no haber nacido? En momentos de desesperación, estamos tentados a desear, como Job, no haber nacido. Pero no hay sufrimiento que se prolongue indefinidamente. Aún en nuestros peores momentos debemos recordar que tenemos una esperanza y una perspectiva de que las cosas mejorarán.

4 «¿Por qué no perecí al momento de nacer? ¿Por qué no morí cuando salí del vientre? […] Ahora estaría yo descansando en paz; estaría durmiendo tranquilo» (Job 3:11, 13 NVI) Lejos de querer acabar con su vida, el deseo de Job era encontrar descanso. El descanso sereno de la muerte, pues ella hace a todos los hombres iguales y libres de preocupaciones (Job 3:11-26). Pero… ¡sorpresa! Job no habla de encontrar una vida gloriosa o un tormento eterno al morir. Solo habla de descanso, nada más. Un sueño inconsciente, sin pensar, sin sufrir, sin gozar. Esto concuerda con lo que el resto de la Biblia, y Jesús mismo, enseñan acerca de la muerte. Lee Eclesiastés 9:5 o Juan 11:11-14 como ejemplos de la teología bíblica acerca de la muerte.

5 «¡Cómo quisiera que mi angustia se pesara y se pusiera en la balanza, junto con mi desgracia! ¡De seguro pesarían más que la arena de los mares! ¡Por algo mis palabras son tan impetuosas!» (Job 6:2-3 NVI) Nada en este mundo podía ser más grande para Job que su angustia y su dolor. Esto no significa que nadie pudiera sufrir más que Job, sino que nadie podía sentir su dolor como lo sentía él. Así es para cada uno de nosotros. Nadie puede sentir el dolor del otro. Cada uno siente su propio dolor. Eso no significa que no podamos ayudar al sufriente porque no podamos comprender plenamente su dolor. Por supuesto, podemos y debemos condolernos con el que sufre y ayudarle, en la medida de lo posible, a aliviar su sufrimiento.

6 «Dejar a un vecino sufriente sin atender a sus necesidades, equivale a abrir una brecha en la ley de Dios... El que ama a Dios no solamente amará a sus semejantes, sino que considerará con tierna compasión las criaturas que Dios ha hecho. Cuando el Espíritu de Dios está en el hombre, induce a prestar alivio en lugar de producir sufrimiento... Debemos cuidar cada caso de sufrimiento, y considerarnos instrumentos de Dios para aliviar al necesitado hasta donde nos lo permita nuestra habilidad» E.G.W. (Hijos e hijas de Dios, 15 de febrero)

7 «Y mis días fueron más veloces que la lanzadera del tejedor, y fenecieron sin esperanza» (Job 7:6) Parece contradictorio que, después de quejarse de eternas noches de inquietud y largos días de sufrimiento constante (7:1-5), Job pase a quejarse de lo breve que pasa la vida («mi vida es un soplo», 7:6-11). Y es que, ante la idea de la muerte, todo tiempo vivido nos parece demasiado breve; incluso nuestro sufrimiento presente. Por otra parte, en momentos de sufrimiento solo deseamos que éste acabe pronto. Si el sufrimiento es grave (como el de Job) se nubla nuestro entendimiento y creemos que «mis ojos no volverán a ver el bien» (7:7). ¡Qué corto nos parece el tiempo vivido (bueno o malo) cuando lo comparamos con la eternidad por venir!

8 «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16) «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16)

9 «Dios es amor. Él cuida de las criaturas que formó. “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen”. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios” Salmos 103:13; 1 Juan 3:1. ¡Cuán precioso privilegio es éste, que seamos hijos e hijas del Altísimo, herederos de Dios y coherederos con Jesucristo! No nos lamentemos, pues, porque en esta vida no estemos libres de desilusiones y aflicción… Aun en la noche de aflicción, ¿cómo podemos negarnos a elevar el corazón y la voz en agradecida alabanza, cuando recordamos el amor por nosotros expresado en la cruz del Calvario?» E.G.W. (Testimonios para la iglesia, tomo 5, pg. 295)


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