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Publicada porCésar Iglesias Toledo Modificado hace 8 años
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La bienaventuranza sobre la que deseamos reflexionar en esta última meditación cuaresmal es la quinta, según el orden de Mateo: «Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia».
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Partiendo, como siempre, de la afirmación de que las bienaventuranza son el autorretrato de Cristo, también esta vez nos planteamos enseguida la pregunta: ¿cómo vivió Jesús la misericordia? ¿Qué nos dice su vida sobre esta bienaventuranza?
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En la Biblia, la palabra misericordia se presenta con dos significados fundamentales: el primero indica la actitud de la parte más fuerte (en la alianza, Dios mismo) hacia la parte más débil y se expresa habitualmente en el perdón de las infidelidades y de las culpas; el segundo indica la actitud hacia la necesidad del otro y se expresa en las llamadas obras de misericordia.
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En la vida de Jesús resplandece el perdón. Él refleja la misericordia de Dios hacia los pecadores, pero se conmueve también de todos los sufrimientos y necesidades humanas, interviene en la reconciliación de las personas, librándolos de toda culpa. El Perdón
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En nuestra bienaventuranza el sentido que prevalece es ciertamente es el perdón y la remisión de los pecados. Lo deducimos por la correspondencia entre la bienaventuranza y su recompensa: “perdonad y seréis perdonados”.
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(Lc 7, 34). Uno de los dichos históricamente mejor atestiguados de Jesús es: «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mc 2, 17). Sintiéndose por Él acogidos y no juzgados, los pecadores le escuchaban gustosamente.
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