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Publicada porLucas Botella Suárez Modificado hace 10 años
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Vanidad de las riquezas Automático
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Oíd esto, todas las naciones; escuchadlo, habitantes del orbe: plebeyos y nobles, ricos y pobres;
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mi boca hablará sabiamente, y serán muy sensatas mis reflexiones;
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prestaré oído al proverbio y propondré mi problema al son de la cítara.
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¿Por qué habré de temer los días aciagos, cuando me cerquen y acechen los malvados,
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que confían en su opulencia y se jactan de sus inmensas riquezas,
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si nadie puede salvarse ni dar a Dios un rescate?
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Es tan caro el rescate de la vida, que nunca les bastará para vivir perpetuamente sin bajar a la fosa.
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Mirad: los sabios mueren, lo mismo que perecen los ignorantes y necios, y legan sus riquezas a extraños.
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El sepulcro es su morada perpetua y su casa de edad en edad, aunque hayan dado nombre a países.
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El hombre no perdurará en la opulencia, sino que perece como los animales.
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Este es el camino de los confiados, el destino de los hombres satisfechos:
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son un rebaño para el abismo, la muerte es su pastor,
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y bajan derechos a la tumba; se desvanece su figura, y el abismo es su casa.
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Pero a mí, Dios me salva, me saca de las garras del abismo y me lleva consigo.
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No te preocupes si se enriquece un hombre y aumenta el fasto de su casa:
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cuando muera, no se llevará nada, su fasto no bajará con él.
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Aunque en vida se felicitaba: "Ponderan lo bien que lo pasas",
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irá a reunirse con sus antepasados, que no verán nunca la luz.
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El hombre rico e inconsciente es como un animal que perece.
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Oíd esto, todas las naciones; escuchadlo, habitantes del orbe: plebeyos y nobles, ricos y pobres; Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
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