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Publicada porÁngela María Josefa Saavedra Acosta Modificado hace 9 años
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Sólo el cuerpo muere, no el hombre.
Ante la muerte … ¡ Viva Jesús, nuestro amor, y María, nuestra esperanza! Todos, de alguna manera, tenemos miedo, es el miedo a la muerte y hasta no queremos hablar de ella. Aunque en el día tenga que permitir la muerte de mis pensamientos, de mis ideas por complacer a otros. La radio y los medios de comunicación me asaltan con los mensajes propagandísticos de las pompas fúnebres que viven del negocio de la muerte. Es la muerte la que nos produce mariposas en el estómago y sequedad en la garganta; escalofríos en los huesos y de lágrimas nos llena los ojos. Sólo el cuerpo muere, no el hombre.
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La muerte es el dolor más extremo de todos los que el hombre puede padecer. Ella nos despoja de lo más querido: la vida. Nosotros, los católicos, debemos aceptar como algo natural, pues todo lo que nace está destinado a morir. Sin olvidar que el alma es la forma del cuerpo. El alma está destinada a existir con el cuerpo, ya que alcanza su perfección tan sólo junto al cuerpo y que un cuerpo sin alma no es ya cuerpo, sino tan sólo huesos y carnes. (Santo Tomás de Aquino) Jesús muere en la cruz y al hacerlo los cristianos creemos “contra toda esperanza” que la muerte ya no es muerte, sino nacimiento a la vida. Sólo el cuerpo muere, no el hombre.
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Ante el dolor y la muerte
Desde que nacemos el dolor y la muerte forman parte de nosotros. Nos persiguen sin dejarnos. Nadie es ajeno al dolor. El dolor y la muerte no son obstáculos para la vida, sino dimensiones o fases de ella. De ellos jamás podremos huir. Todos, sin excepción, debemos, en nombre de la felicidad, mitigar el dolor y esto es positivo. Pero no debemos obstinarnos ya que dejamos a un lado otras dimensiones valiosas de la vida humana. Por eso es natural tener miedo a morir, como también es natural tener miedo a una vida sumida al dolor. El miedo a un modo de morir doloroso y dramático que termina en la eutanasia. Nadie pide la muerte, sino que el enfermo que sufre, quiere que le alivien los padecimientos: soledad, incomprensión, la falta de afecto y consuelo. Sólo el cuerpo muere, no el hombre.
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Dios no quiere la muerte, sino la vida.
La muerte de un mártir, de un soldado en defensa de su patria, la muerte propia para salvar vidas ajenas, son casos auténticos de muerte digna, frente a la cobardía como vida indigna. Aquí la eutanasia no tiene sentido porque se reduce a no verlo sufrir. Un enfermo terminal tiene derecho a una muerte digna cuando se le respeta y atiende al límite de los recursos disponibles para mantenerlo vivo. La dignidad de la muerte está atada a la dignidad de la vida. Dios no quiere la muerte, sino la vida. El hombre teme la muerte. Huye de la muerte. “El hombre no quiere morir. Porque ha sido creado por Dios, no para morir, sino para vivir” (Sal 117,17) Dios, que es el autor de la vida, tampoco quiere la muerte. Por eso le dice a Marta “tu hermano resucitará”, acepta creer que resucitará en la resurrección del último día" Sólo el cuerpo muere, no el hombre.
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Jesús es Dios, Dios es la vida y Jesús da la vida terrena y la vida eterna, que es la participación de la misma vida de Dios. “Como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo” (Jn 5,21). San Juan no sólo nos quiere decir que Jesús va a resucitar a Lázaro, sino que los que creen en él están tan profundamente unidos a Jesús que ni la muerte los puede separar. El creyente tiene ya la vida eterna aquí. No necesita llegar a la hora de su muerte. Santa Teresa del Niño Jesús decía: “No tendré nada más en el cielo de lo que tengo ya. Sólo que ahora no lo veo, y entonces lo veré” Hay que confesar “públicamente” que Jesús vive en el Padre y tiene poder sobre la muerte. “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá nunca” P. Marcelo Sólo el cuerpo muere, no el hombre.
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