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Publicada porAlberto Lagos Rey Modificado hace 10 años
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El tren subterráneo avanza dando tumbos y las ruedas rechinan con más furia que nunca contra los rieles. Afuera reina el intenso frío del invierno. El vagón está repleto de pasajeros helados, ensimismados y aburridos. ¡Buenos días! - se escucha la voz de una criatura. De pronto, una niñita se abre paso entre las piernas de los adultos -que de mala gana se mueven para dejarla pasar-, y ocupa el asiento del fondo. Se acomoda junto a la ventanilla, rodeada de adultos hostiles y hastiados. ¡Qué valiente!, me digo.
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Su padre se ha quedado junto a la puerta, detrás de mí. El tren sigue su marcha.... entonces, sin que medie nada, ocurre algo insólito. La seria muchachita se desliza del asiento y apoya su mano en mi rodilla. Por un instante pienso que quiere regresar al lado de su padre, de modo que hago el intento de dejarla pasar. Pero en lugar de ello, se inclina hacia adelante y alza la cabeza. Me digo: Quiere decirme algo al oído. ¡Qué cosas tienen los niños! Agacho la cabeza para oír el mensaje. ¡Pero me he equivocado otra vez! Lo que recibo es un sonoro beso en la mejilla.
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La pequeña vuelve a su asiento, se apoya contra el respaldo y sigue mirando por la ventanilla como si nada. Yo, por mi parte, me he quedado de una pieza. ¿Qué ha ocurrido?. Una niña desconocida besando adultos en el metro. ¿Cómo es posible que alguien tenga deseos de besar a criaturas tan hirsutas como nosotros? En seguida, todos mis vecinos de asiento reciben sendos besos. Nerviosos y perplejos, le sonreímos al padre.
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Ya cerca de su parada, el padre nos ofrece una explicación: -¡Se siente tan feliz de estar viva! - dice -. Ha estado muy enferma. Padre e hija desaparecen entre la multitud que avanza hacia la salida. Las puertas se cierran y el tren reanuda su marcha. En la mejilla llevo aún la quemante sensación del beso de una niña de seis años; un gesto que me ha obligado a preguntarme muchas cosas: ¿Cuántos adultos nos besamos tan sólo por la alegría de estar vivos? ¿Cuántos reparamos siquiera en el privilegio de vivir?
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El incidente me ha traído a la memoria un pasaje de la novela Aminne, de Sven Delblanc: “Un hombre que viaja en tren, dobla de pronto su periódico, inclina la cabeza y se echa a llorar desconsolado”. ¿Qué pasaría si todos empezáramos a quitarnos las máscaras?
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Con sus besos, la pequeña nos había dado una tierna pero importante bofetada de advertencia: Texto: Selecciones del Reader´s Digest,
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