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“¡Malditos impuestos!” Miguel-A. Tesoro Público. Hace unos años, para fomentar la honestidad a la hora de declarar, se uso el eslógan: “Hacienda somos.

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1 “¡Malditos impuestos!” Miguel-A. Tesoro Público

2 Hace unos años, para fomentar la honestidad a la hora de declarar, se uso el eslógan: “Hacienda somos todos”. La gente, irónicamente, añadía: “sí, pero unos más que otros”. Y razón no le falta. Por una parte se remiran con lupa las declaraciones de tres al cuarto, cuya posible sanción apenas llega para el salario del inspector, pero nadie se atreve a revisar grandes fortunas, suculentos negocios, ni grandes movimientos de capital. Y la gente sabe bien dónde circula el dinero negro, pero el fisco ni se entera, ni quiere enterarse. Por otra parte, ésta es sólo una dirección. No basta recaudar, también hay que gastar bien lo recaudado. ¿Quién, cómo, y cuándo controla el gasto? ¿Quién controlaba a aquel tal Roldán que se llevó dos mil millones?.

3 David, que acababa de morir, llegó a las puertas del cielo. San Pedro le dijo que no podía entrar, así, sin más, ya que David, en vida, había evadido impuestos. La única manera por la cual David podría entrar al paraíso para siempre, sería, si aceptaba la prueba de convivir con una mujer espantosa y estúpida durante los próximos cinco años, y a la vez fingir disfrutarlo. David pensó que ése era un precio barato por una eternidad en el paraíso. Entonces se juntó con una mujer espantosa y estúpida, fingiendo ser feliz.

4 En el cielo, David encontró a su amigo Marcos con una mujer incluso más horrible y estúpida que la suya. David le preguntó de qué se trataba. Marcos respondió: - ¡Nada! Evadí mis impuestos, y estafé al Estado un montón de dinero. Cuando se dieron cuenta de que los dos estaban en la misma situación, incrementaron su amistad.

5 Un día vieron, de lejos, a alguien que parecía ser el viejo amigo, Leonardo. Venía con una mujer despampanante, una supermodelo: La mujer más fabulosa que jamás se haya visto. Al acercarse, impactados, David y Marcos descubrieron que, efectivamente, era el viejo Leonardo. Y le preguntaron qué había hecho para enganchar tal diosa, mientras ellos convivían con semejantes “bichos”.

6 - No lo sé. No tengo ni idea de lo que habré hecho - responde Leonardo-, pero, definitivamente, no me quejo. Es sin duda el mejor momento de mi vida. He tenido cuatro años de buena compañía y de la mejor sexualidad que un hombre pudiera tener. Hay una sola cosa que no entiendo: cada vez que terminamos de hacer el amor, ella me da la espalda, y murmura: "¡Malditos impuestos!".


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