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Publicada porRebeca De Almeida Modificado hace 10 años
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La Iglesia que amo es asì: En vez de decirme: debéis obedecerme, dice màs bièn: debemos obedecer todos al creador. Està convencida y lo demuestra, de que el puerto es Cristo y que ella es sòlo el faro que señala que està allì. La que prefiere ser sembradora de esperanzas que espigadora de miedos.
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La que dice honradamente, sin soberbia, somos un pueblo en camino hacia una meta comùn, y necesitamos ir cogidos de la mano, beber en la misma fuente y tantear los mismos peligros. La que demuestra que se puede ser feliz, ya en la tierra, sin dinero y sin poder. La que no me ofrece un Dios congelado y definitivo, sino un Dios mìo, que esta presente, que sigue hablando y al que podemos descubrir distinto cada momento porque es un Dios que no se agota.
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La que me habla màs de Dios que del diablo, del cielo que del infierno, de la belleza que del pecado, de la libertad que de la obediencia, de la esperanza que de la autoridad, del amor que de inmoralidad, de Cristo que de ella misma, del mundo que de los àngeles, del hambre de los pobres que de la colaboración de los ricos, del bien que del mal, de lo que me está permitido que de lo que me está prohibido, de lo que aùn està abierto a la búsqueda que de lo ya conquistado.
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Me gusta mi Iglesia, esa Iglesia que sabe ser, al mismo tiempo, discípula y maestra. La que es conciente de poder repartir a Dios y de que necesita constantemente de todos. Amo a mi Iglesia porque se preocupa màs de ser autentica de que ser numerosa, de ser sencilla y abierta a la luz que de ser poderosa, de ser ecuménica que de ser dogmática, de ser santa que de ser popular, de ser de todos que de ser monolítica. La que me ofrece un Dios tan semejante a mí, que puedo jugar con èl, y tan distinto que puedo encontrar en èl lo que ni puedo soñar. La que es màs madre que reina, màs abogada que juez, mas maestra que policía.
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La iglesia que yo amo, la Iglesia que siento más, es aquella Iglesia que siempre tiene un fogón encendido para todos los fríos y todas las soledades; el pan caliente preparado para todas las hambres y la fuente abierta, la luz encendida y la cama hecha, para cuantos van de camino, cansados, en busca de una verdad y de un amor que aùn no han encontrado.
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Veo y siento asì a mi Iglesia. Es posible màs aùn, creo que es normal y natural, que tù al leer estas líneas coincidas en algunas apreciaciones. Sin embargo, estimo que tu tendrás tu particular experiencia y desde ella consideres otros aspectos que a mì se me han escapado. Del libro: Momentos de Paz de: Padre Pablo Larran Garcìa. Con cariño, Betty
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