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Publicada porVincenç Monje Modificado hace 10 años
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clic para leer introducción A partir de que dejé la casa de mis padres biológicos hasta mis cuatro o cinco años de edad, no conservo recuerdos, ni propios ni los de nadie que me haya podido contar qué pasó en mi nuevo hogar. Para llegar ahí, había que caminar durante cuatro horas desde Urubamba, pequeño poblado del Cusco. No suficiente con esa distancia, mi padre (Carlos) agradecía expresamente a quienes, pudiendo y queriendo, no nos visitaban. Lo hacía por carta, a través del ayudante del almacén que nos traía los víveres y que sólo llegaba hasta la puerta de entrada, sin cruzar el dintel. La vez que me provocó preguntarle a mi padre sobre aquella etapa, desistí. No quise decepcionarlo. Para él, despertar el pasado de uno por simple curiosidad era, además de una muestra de inmadurez, una falta de respeto al presente… a nuestra vida. Otra cosa muy distinta era cuando yo recordaba algo de manera natural. Ahí debía aguzar la memoria puesto que sin duda tenía relación con lo que estaba sintiendo en ese momento y podía contribuir a que la vivencia fuese más clara e intensa. Fragmentos de un Padre Episodio II clic para leer Episodio I
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Carlos no conservaba fotos u otros objetos por sus atributos evocadores del pasado; lo hacía únicamente por sus beneficios prácticos, como el poseer una olla para cocinar o una imagen decorativa. Si el retrato de un pariente le era menos cautivador que el de un extraño, lo regalaba o, en el caso de que nadie lo quisiese, lo usaba para alimentar la chimenea en las noches duras. Durante una granizada, mi abuela, dos tíos y una señora —a la que él solía contemplar con ternura y admiración— se hicieron cenizas junto a unas ramas y unas cartas sin abrir. Me sorprendió verle soltar una lágrima. El lepidopmac Cientos de parejas aguardan su turno. Da gusto verlas porque no son comunes. Es evidente que se aman. Y no porque vayan de la mano o se miren con ternura, sino porque sería absurdo estar de pie tantas horas si no portasen las pruebas que lo acreditan. El letrero, donde inicia la fila, anuncia: “Pagamos 20 gramos de oro por mariposa”.
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Se sabe que el método es indoloro y que cada estómago enamorado alberga entre 10 y 15 especímenes. Además, el intervenido puede generar nuevas mariposas al cabo de una semana. Sin embargo, existe un inconveniente. Con frecuencia, sólo uno de la pareja las porta, demostrándose que no es correspondido. El drama es inevitable. Los detractores del doctor Lorca, inventor del Lepidopmac (aparato para cazarlas), lo tildan de “anti- romántico”. Unos, por ponerle precio a los sentimientos más nobles. Otros, por llevar al abismo a tantas parejas correctamente constituidas. Ni los oye. No hay tiempo. Su amada aguarda la sentencia. Cuando el número de mariposas iguale al de personas, Lorca las soltará. Confía en que nadie querrá sostener un fusil. -. - por Rafael R. Valcárcel
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Introducción Esta nueva serie de historias se compone de dos partes. Una es el hilo conductor que, durante un año, me servirá de excusa para rememorar a un ser que quiero y admiro: Carlos Valcárcel Morán. La otra reúne los relatos que él me contó. De uno en uno, los iré compartiendo a través de cada envío mensual de NoCuentos. Unos cuantos pasajes de esta nueva serie son retratos calcados de la realidad, como, por citar un caso, las dos únicas fotos que conservo de él. Otros tantos pasajes, igual de fiables, me los han contado mis hermanos, mis padres biológicos y varios enterados. Y a todo esto se suman mis recuerdos… Ir al inicio del Episodio II
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