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Presentación del tema: "Elige la velocidad de lectura"— Transcripción de la presentación:

1 Elige la velocidad de lectura
El Ciervo y el León Elige la velocidad de lectura 120 palabras por minuto 150 palabras por minuto 180 palabras por minuto 210 palabras por minuto 250 palabras por minuto

2 Curso: 5º Lectura 2: El ciervo y el león Velocidad: 120 ppm
INICIO Una mañana, un ciervo pastaba plácidamente junto a un río. Se escuchaba el suave rumor de las aguas interrumpido a veces por el canto de algún pájaro. El ciervo sintió sed y se acercó a beber al río. Después de saciarse con el agua fresca, el animal observó su imagen reflejada en las aguas, y pensó vanidoso: “¡Qué hermosa cornamenta tengo! Sin duda, estos cuernos tan elegantes impresionan todo el mundo… Y no se resistió a la tentación de compararse con otros animales, sin encontrar ninguno que tuviera unos cuernos así. Mientras se complacía con su propia hermosura, de repente algo empañó su satisfacción: “Si no fuera por estas patas tan finas…” se dijo mientras miraba su reflejo. “Parecen las frágiles ramas de un árbol seco. Desde luego, no son dignas de un animal como yo…” pensó afligido. “Bueno, todas las criaturas de la naturaleza tenemos un punto débil”, concluyó resignado. El ciervo, que estaba distraído con aquellos pensamientos, no reparó en que un enorme león lo vigilaba acechante desde unos matorrales. Cuando el ciervo dejó de contemplarse, el león salió dispuesto a abalanzarse sobre su presa. El ciervo reaccionó con rapidez y comenzó a correr ágilmente. Aunque el león lo seguía a escasa distancia, enseguida el ciervo obtuvo cierta ventaja. Y es que sus patas, más que correr, parecían volar. A lo lejos se divisaba el bosque. “Si consigo llegar, estoy salvado. Allí no me resultará difícil encontrar un escondite”. Por fin, el ciervo entró en el bosque, pero apenas podía avanzar entre la espesa arboleda, puesto las astas de su cornamenta se quedaban enganchadas. Decidió tranquilizarse. “No hay que preocuparse. El león aún estará lejos”, se dijo a sí mismo. Cuando el ciervo distinguió tras los árboles la silueta de su enemigo, volvió a tirar con fuerza y sus cuernos se soltaron de las ramas. ¡Lo había conseguido! Emprendió de nuevo la carrera y la alegría de su liberación lo hizo aún más veloz y pronto obtuvo una ventaja insalvable. “Qué grave peligro he corrido por culpa de mi cornamenta! Si no llega a ser por mis patas… ¡Y pensar que hace un momento me avergonzaba de ellas…!”

3 Curso: 5º Lectura 2: El ciervo y el león Velocidad: 150 ppm
INICIO Una mañana, un ciervo pastaba plácidamente junto a un río. Se escuchaba el suave rumor de las aguas interrumpido a veces por el canto de algún pájaro. El ciervo sintió sed y se acercó a beber al río. Después de saciarse con el agua fresca, el animal observó su imagen reflejada en las aguas, y pensó vanidoso: “¡Qué hermosa cornamenta tengo! Sin duda, estos cuernos tan elegantes impresionan todo el mundo… Y no se resistió a la tentación de compararse con otros animales, sin encontrar ninguno que tuviera unos cuernos así. Mientras se complacía con su propia hermosura, de repente algo empañó su satisfacción: “Si no fuera por estas patas tan finas…” se dijo mientras miraba su reflejo. “Parecen las frágiles ramas de un árbol seco. Desde luego, no son dignas de un animal como yo…” pensó afligido. “Bueno, todas las criaturas de la naturaleza tenemos un punto débil”, concluyó resignado. El ciervo, que estaba distraído con aquellos pensamientos, no reparó en que un enorme león lo vigilaba acechante desde unos matorrales. Cuando el ciervo dejó de contemplarse, el león salió dispuesto a abalanzarse sobre su presa. El ciervo reaccionó con rapidez y comenzó a correr ágilmente. Aunque el león lo seguía a escasa distancia, enseguida el ciervo obtuvo cierta ventaja. Y es que sus patas, más que correr, parecían volar. A lo lejos se divisaba el bosque. “Si consigo llegar, estoy salvado. Allí no me resultará difícil encontrar un escondite”. Por fin, el ciervo entró en el bosque, pero apenas podía avanzar entre la espesa arboleda, puesto las astas de su cornamenta se quedaban enganchadas. Decidió tranquilizarse. “No hay que preocuparse. El león aún estará lejos”, se dijo a sí mismo. Cuando el ciervo distinguió tras los árboles la silueta de su enemigo, volvió a tirar con fuerza y sus cuernos se soltaron de las ramas. ¡Lo había conseguido! Emprendió de nuevo la carrera y la alegría de su liberación lo hizo aún más veloz y pronto obtuvo una ventaja insalvable. “Qué grave peligro he corrido por culpa de mi cornamenta! Si no llega a ser por mis patas… ¡Y pensar que hace un momento me avergonzaba de ellas…!”

4 Curso: 5º Lectura 2: El ciervo y el león Velocidad: 180 ppm
INICIO Una mañana, un ciervo pastaba plácidamente junto a un río. Se escuchaba el suave rumor de las aguas interrumpido a veces por el canto de algún pájaro. El ciervo sintió sed y se acercó a beber al río. Después de saciarse con el agua fresca, el animal observó su imagen reflejada en las aguas, y pensó vanidoso: “¡Qué hermosa cornamenta tengo! Sin duda, estos cuernos tan elegantes impresionan todo el mundo… Y no se resistió a la tentación de compararse con otros animales, sin encontrar ninguno que tuviera unos cuernos así. Mientras se complacía con su propia hermosura, de repente algo empañó su satisfacción: “Si no fuera por estas patas tan finas…” se dijo mientras miraba su reflejo. “Parecen las frágiles ramas de un árbol seco. Desde luego, no son dignas de un animal como yo…” pensó afligido. “Bueno, todas las criaturas de la naturaleza tenemos un punto débil”, concluyó resignado. El ciervo, que estaba distraído con aquellos pensamientos, no reparó en que un enorme león lo vigilaba acechante desde unos matorrales. Cuando el ciervo dejó de contemplarse, el león salió dispuesto a abalanzarse sobre su presa. El ciervo reaccionó con rapidez y comenzó a correr ágilmente. Aunque el león lo seguía a escasa distancia, enseguida el ciervo obtuvo cierta ventaja. Y es que sus patas, más que correr, parecían volar. A lo lejos se divisaba el bosque. “Si consigo llegar, estoy salvado. Allí no me resultará difícil encontrar un escondite”. Por fin, el ciervo entró en el bosque, pero apenas podía avanzar entre la espesa arboleda, puesto las astas de su cornamenta se quedaban enganchadas. Decidió tranquilizarse. “No hay que preocuparse. El león aún estará lejos”, se dijo a sí mismo. Cuando el ciervo distinguió tras los árboles la silueta de su enemigo, volvió a tirar con fuerza y sus cuernos se soltaron de las ramas. ¡Lo había conseguido! Emprendió de nuevo la carrera y la alegría de su liberación lo hizo aún más veloz y pronto obtuvo una ventaja insalvable. “Qué grave peligro he corrido por culpa de mi cornamenta! Si no llega a ser por mis patas… ¡Y pensar que hace un momento me avergonzaba de ellas…!”

5 Curso: 5º Lectura 1: El ciervo y el león Velocidad: 210 ppm
INICIO Una mañana, un ciervo pastaba plácidamente junto a un río. Se escuchaba el suave rumor de las aguas interrumpido a veces por el canto de algún pájaro. El ciervo sintió sed y se acercó a beber al río. Después de saciarse con el agua fresca, el animal observó su imagen reflejada en las aguas, y pensó vanidoso: “¡Qué hermosa cornamenta tengo! Sin duda, estos cuernos tan elegantes impresionan todo el mundo… Y no se resistió a la tentación de compararse con otros animales, sin encontrar ninguno que tuviera unos cuernos así. Mientras se complacía con su propia hermosura, de repente algo empañó su satisfacción: “Si no fuera por estas patas tan finas…” se dijo mientras miraba su reflejo. “Parecen las frágiles ramas de un árbol seco. Desde luego, no son dignas de un animal como yo…” pensó afligido. “Bueno, todas las criaturas de la naturaleza tenemos un punto débil”, concluyó resignado. El ciervo, que estaba distraído con aquellos pensamientos, no reparó en que un enorme león lo vigilaba acechante desde unos matorrales. Cuando el ciervo dejó de contemplarse, el león salió dispuesto a abalanzarse sobre su presa. El ciervo reaccionó con rapidez y comenzó a correr ágilmente. Aunque el león lo seguía a escasa distancia, enseguida el ciervo obtuvo cierta ventaja. Y es que sus patas, más que correr, parecían volar. A lo lejos se divisaba el bosque. “Si consigo llegar, estoy salvado. Allí no me resultará difícil encontrar un escondite”. Por fin, el ciervo entró en el bosque, pero apenas podía avanzar entre la espesa arboleda, puesto las astas de su cornamenta se quedaban enganchadas. Decidió tranquilizarse. “No hay que preocuparse. El león aún estará lejos”, se dijo a sí mismo. Cuando el ciervo distinguió tras los árboles la silueta de su enemigo, volvió a tirar con fuerza y sus cuernos se soltaron de las ramas. ¡Lo había conseguido! Emprendió de nuevo la carrera y la alegría de su liberación lo hizo aún más veloz y pronto obtuvo una ventaja insalvable. “Qué grave peligro he corrido por culpa de mi cornamenta! Si no llega a ser por mis patas… ¡Y pensar que hace un momento me avergonzaba de ellas…!”

6 Curso: 5º Lectura 1: El ciervo y el león Velocidad: 250 ppm
INICIO Una mañana, un ciervo pastaba plácidamente junto a un río. Se escuchaba el suave rumor de las aguas interrumpido a veces por el canto de algún pájaro. El ciervo sintió sed y se acercó a beber al río. Después de saciarse con el agua fresca, el animal observó su imagen reflejada en las aguas, y pensó vanidoso: “¡Qué hermosa cornamenta tengo! Sin duda, estos cuernos tan elegantes impresionan todo el mundo… Y no se resistió a la tentación de compararse con otros animales, sin encontrar ninguno que tuviera unos cuernos así. Mientras se complacía con su propia hermosura, de repente algo empañó su satisfacción: “Si no fuera por estas patas tan finas…” se dijo mientras miraba su reflejo. “Parecen las frágiles ramas de un árbol seco. Desde luego, no son dignas de un animal como yo…” pensó afligido. “Bueno, todas las criaturas de la naturaleza tenemos un punto débil”, concluyó resignado. El ciervo, que estaba distraído con aquellos pensamientos, no reparó en que un enorme león lo vigilaba acechante desde unos matorrales. Cuando el ciervo dejó de contemplarse, el león salió dispuesto a abalanzarse sobre su presa. El ciervo reaccionó con rapidez y comenzó a correr ágilmente. Aunque el león lo seguía a escasa distancia, enseguida el ciervo obtuvo cierta ventaja. Y es que sus patas, más que correr, parecían volar. A lo lejos se divisaba el bosque. “Si consigo llegar, estoy salvado. Allí no me resultará difícil encontrar un escondite”. Por fin, el ciervo entró en el bosque, pero apenas podía avanzar entre la espesa arboleda, puesto las astas de su cornamenta se quedaban enganchadas. Decidió tranquilizarse. “No hay que preocuparse. El león aún estará lejos”, se dijo a sí mismo. Cuando el ciervo distinguió tras los árboles la silueta de su enemigo, volvió a tirar con fuerza y sus cuernos se soltaron de las ramas. ¡Lo había conseguido! Emprendió de nuevo la carrera y la alegría de su liberación lo hizo aún más veloz y pronto obtuvo una ventaja insalvable. “Qué grave peligro he corrido por culpa de mi cornamenta! Si no llega a ser por mis patas… ¡Y pensar que hace un momento me avergonzaba de ellas…!”


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