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© María Castro Rodríguez
Análisis de textos: Marcadores del texto. Procedimientos de cohesión textual. MANUEL ES UN HOMBRE IMPORTANTE Y NECESARIO Paulo Coelho © María Castro Rodríguez
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Analizamos elementos que estructuran el texto
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado. Analizamos elementos que estructuran el texto
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. // ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. // ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. // ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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MARCADORES DEL DISCURSO
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado. MARCADORES DEL DISCURSO
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Marcadores del discurso
DE LO CONTRARIO: (línea 1) Locución adverbial: “en caso contrario”. Conector de la causalidad condicional. Expresa una consecuencia que no se produce. POR ESO: (línea 4) Conector de la causalidad consecutivo. PERO: (líneas 7, 21, 41, 43) Conector de oposición, contra-argumentativo, incluyente. No está reconocido como marcador del discurso en el capítulo 63 de la Gramática descriptiva de la lengua española. Destaca el caso especial del “pero” de la línea 14, donde se puede apreciar cierto uso literario del mismo. Parece que el autor quiere resaltar el hecho de que Manuel, el protagonista, evita los momentos de soledad para no pensar. “Pero” conecta, aquí, el enunciado que introduce con la idea general y total que parece querer transmitir el autor con su texto. FINALMENTE: (línea 24) Organizador, ordenador del discurso. PUES: (línea 26) Conector de la causalidad, causal. Se trata de una conjunción que introduce una oración anterior. A SU VEZ: (línea 28-29) Locución adverbial: “por su parte, por separado de lo demás”. Organizador, ordenador del discurso. A FIN DE CUENTAS: (línea 34) Locución adverbial: “en resumen, en definitiva”. Para Casado Velarde, sería un marcador con función textual de resumen. Para Portolés, sería un tipo de reformulador recapitulativo. Pero para mí, en el caso concreto de este texto, tiene cierto matiz explicativo, causal, que lo acercaría al significado del conector de la causalidad, causal, “pues”. AL MENOS: (línea 39) Locución conjuntiva: “aunque no sea otra cosa, aunque no sea más”. Operador escalar.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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COHESIÓN TEXTUAL Referencia personal por pronombres personales
COHESIÓN GRAMATICAL Referencia personal por pronombres personales por posesivos anáfora pronominal -“que” demostrativa Sustitución y elipsis sustitutos léxicos sustitutos cero: elipsis COHESIÓN LÉXICA (recurrencia léxica) Repetición léxica Anáforas nominales o léxicas Derivación Paralelismo
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COHESIÓN TEXTUAL Referencia personal por pronombres personales
COHESIÓN GRAMATICAL Referencia personal por pronombres personales por posesivos anáfora pronominal -“que” demostrativa Sustitución y elipsis sustitutos léxicos sustitutos cero: elipsis COHESIÓN LÉXICA (recurrencia léxica) Repetición léxica Anáforas nominales o léxicas Derivación Paralelismo
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COHESIÓN GRAMATICAL Referencia ● Hay casos de referencia personal: -Por pronombres personales: Anáforas pronominales personales: Átonos: “lo” (líneas 2, 3, 10) y “le” (líneas 23, 37, 40) que se refieren a “Manuel”; “las” (líneas 12, 13) que se refiere a “tareas importantes” (pronominal personal pero, en realidad, el referente no es de persona sino de cosa; esto ocurre a veces con los pronombres “personales” de tercera persona); “la” (línea 35) que se refiere a “su familia”; “lo” (línea 41, “lo que me dices”) donde el referente sería “le encantaría, pero no tiene tiempo para eso”. Tónicos: “Él” (línea 38), cuyo referente es “Manuel”.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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COHESIÓN TEXTUAL Referencia personal por pronombres personales
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado. COHESIÓN TEXTUAL COHESIÓN GRAMATICAL Referencia personal por pronombres personales por posesivos anáfora pronominal -“que” demostrativa Sustitución y elipsis sustitutos léxicos sustitutos cero: elipsis COHESIÓN LÉXICA (recurrencia léxica) Repetición léxica Anáforas nominales o léxicas Derivación Paralelismo
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COHESIÓN GRAMATICAL Referencia ● Hay casos de referencia personal: -Por posesivos: “su” (líneas 5, 7, 8, 22, 25, 26, 34, 35) y “sus” (línea 23) que se refieren a “Manuel”.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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COHESIÓN TEXTUAL Referencia personal por pronombres personales
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado. COHESIÓN TEXTUAL COHESIÓN GRAMATICAL Referencia personal por pronombres personales por posesivos anáfora pronominal -“que” demostrativa Sustitución y elipsis sustitutos léxicos sustitutos cero: elipsis COHESIÓN LÉXICA (recurrencia léxica) Repetición léxica Anáforas nominales o léxicas Derivación Paralelismo
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COHESIÓN GRAMATICAL Referencia ● Hay casos de referencia personal: ▪ Otro tipo de anáfora pronominal sería la que conforma el relativo “que”, mecanismo referencial por excelencia, respecto a su antecedente. Por ejemplo: en la línea 18, el antecedente es “varias cosas en la empresa”; en la línea 23, el antecedente es “sus padres”.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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COHESIÓN TEXTUAL Referencia personal por pronombres personales
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado. COHESIÓN TEXTUAL COHESIÓN GRAMATICAL Referencia personal por pronombres personales por posesivos anáfora pronominal -“que” demostrativa Sustitución y elipsis sustitutos léxicos sustitutos cero: elipsis COHESIÓN LÉXICA (recurrencia léxica) Repetición léxica Anáforas nominales o léxicas Derivación Paralelismo
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COHESIÓN GRAMATICAL Referencia ● Hay casos de referencia personal: ▪ Otro tipo de anáfora pronominal sería la que conforma el relativo “que”, mecanismo referencial por excelencia, respecto a su antecedente. Por ejemplo: en la línea 18, el antecedente es “varias cosas en la empresa”; en la línea 23, el antecedente es “sus padres”.
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COHESIÓN GRAMATICAL Referencia ● Hay casos de referencia demostrativa: (anáfora pronominal demostrativa) “eso” (líneas 41 y 42), que es, al mismo tiempo, una repetición, se refiere a “parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada”. Destaca el caso de “esto” en la línea 38: “¿Por qué haces esto?”. El referente sería todo el texto anterior o incluso la realidad cotidiana de Manuel (lo que llevaría a pensar, de alguna manera, en una referencia exofórica, es decir, fuera del texto) A su vez, el “esto” de la línea 47 tiene su referente en el texto, en todo el diálogo anterior de Manuel con el ángel.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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COHESIÓN TEXTUAL Referencia personal por pronombres personales
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado. COHESIÓN TEXTUAL COHESIÓN GRAMATICAL Referencia personal por pronombres personales por posesivos anáfora pronominal -“que” demostrativa Sustitución y elipsis sustitutos léxicos sustitutos cero: elipsis COHESIÓN LÉXICA (recurrencia léxica) Repetición léxica Anáforas nominales o léxicas Derivación Paralelismo
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COHESIÓN GRAMATICAL Sustitución y elipsis ● Sustitutos léxicos: Pro-verbo: “haces” (línea 38, “¿Por qué haces esto?”) que sustituye y se refiere a la forma de vida que lleva Manuel. - Sustituto nominal: “cosas” (líneas 18 y 28)
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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COHESIÓN TEXTUAL Referencia personal por pronombres personales
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado. COHESIÓN TEXTUAL COHESIÓN GRAMATICAL Referencia personal por pronombres personales por posesivos anáfora pronominal -“que” demostrativa Sustitución y elipsis sustitutos léxicos sustitutos cero: elipsis COHESIÓN LÉXICA (recurrencia léxica) Repetición léxica Anáforas nominales o léxicas Derivación Paralelismo
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COHESIÓN GRAMATICAL Sustitución y elipsis ● Sustitutos cero: elipsis. En numerosísimas ocasiones, a lo largo del texto, aparentemente no hay una marca de cohesión. Pero la cohesión está en la gramática. Por ejemplo, al principio, el sujeto de “tiene”, “se levanta”, etc. es la 3ª persona del singular, “Manuel”. Por tanto, se elide el nombre, el sujeto de la oración. En otros casos, se observa elipsis verbal como por ejemplo en la línea 6: “coger el coche, un taxi, un autobús, el metro”. Se trata de un procedimiento perfectamente normal ya que el uso explícito de todas las formas verbales resultaría redundante y pesado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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COHESIÓN TEXTUAL Referencia personal por pronombres personales
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado. COHESIÓN TEXTUAL COHESIÓN GRAMATICAL Referencia personal por pronombres personales por posesivos anáfora pronominal -“que” demostrativa Sustitución y elipsis sustitutos léxicos sustitutos cero: elipsis COHESIÓN LÉXICA (recurrencia léxica) Repetición léxica Anáforas nominales o léxicas Derivación Paralelismo
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COHESIÓN LÉXICA Recurrencia léxica Repetición léxica:
“Manuel” (líneas 1, 10, 12, 14, 16, 20, 28, 36, 37, 40 y 45) “Su mujer” (líneas 5 y 34) “Su familia” (líneas 25 y 35) “Casa” (líneas 21 “se acerca la hora de volver a casa”, 24 “finalmente vuelve a casa” y 27) “Maldición” (líneas 33, 43) por oposición antitética con “bendición” de la línea 42. “Ángel” (líneas 37, 39, 41) “Valor” (líneas 42, 45, 46) “Muy ocupado” (línea 36) – “muy, muy ocupado” (línea 48) “Dice” (líneas 40, Manuel, - 41, el ángel) que, al mismo tiempo, conforman un políptoton con “dices” (línea 41) ▪ “Quizás sucedió algo” (línea 4) – “quizá sucedió algo” (línea 5) – “quizás haya sucedido algo” (línea 30) que remite a fenómenos como el políptoton e incluso el paralelismo; donde la variante viene dada por “durante la noche” (línea 5) – “ayer” (línea 5) – “durante la tarde” (línea 30), deícticos que contribuyen a cohesionar el texto estableciendo cierta idea de progresión temporal en el mismo. Tal vez se podría hablar, aquí, de deixis pragmática con referencia exofórica, es decir, fuera del texto. Otro caso de deixis pragmática, referencia exofórica, podría ser “aquí”, “allá” (línea 20) ▪ “Funcionario”: “si es funcionario” (línea 10) – “si Manuel es funcionario” (línea 16). Hay paralelismo sintáctico y se podría hablar casi de estructura quiasmática con: “Jefe”: “si es jefe” (línea 11) – “si es jefe” (línea 14) Vuelve a haber repetición en la línea 20, “jefe o empleado”; que se repite, más o menos, otra vez en “tanto si es jefe como empleado” (líneas 31-32). Pero surge aquí una anáfora nominal infiel con respecto a “funcionario”, donde “empleado” es el hiperónimo (o quizás sinónimo) de “funcionario”.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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COHESIÓN TEXTUAL Referencia personal por pronombres personales
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado. COHESIÓN TEXTUAL COHESIÓN GRAMATICAL Referencia personal por pronombres personales por posesivos anáfora pronominal -“que” demostrativa Sustitución y elipsis sustitutos léxicos sustitutos cero: elipsis COHESIÓN LÉXICA (recurrencia léxica) Repetición léxica Anáforas nominales o léxicas Derivación Paralelismo
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COHESIÓN LÉXICA Recurrencia léxica Anáforas nominales o léxicas:
-Infiel: “los hijos” (línea 25) por “los niños” (línea 6); en este caso, “niños” podría considerarse un hiperónimo de “hijos”. “Los niños” podría ser considerado, aquí, como un caso de pragmática, ya que se sobreentiende, por el contexto, aunque no se dice explícitamente, que esos niños, como se confirmará más adelante, son sus hijos. -Fiel: “la mujer” (línea 25) por “su mujer” (línea 5, que es, a su vez, fenómeno de referencia personal por posesivo a “Manuel”).
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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COHESIÓN TEXTUAL Referencia personal por pronombres personales
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado. COHESIÓN TEXTUAL COHESIÓN GRAMATICAL Referencia personal por pronombres personales por posesivos anáfora pronominal -“que” demostrativa Sustitución y elipsis sustitutos léxicos sustitutos cero: elipsis COHESIÓN LÉXICA (recurrencia léxica) Repetición léxica Anáforas nominales o léxicas Derivación – poliptoton Paralelismo
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COHESIÓN LÉXICA Recurrencia léxica Derivación:
“Empleado” (líneas 20 y 32) – “empleo” (línea 33). “Trabajo” (líneas 10, 16, 26, 33; hay, por tanto, también repetición) – “trabajar” (líneas 11, 42) – “trabaja” (línea 20) – “trabajador” (línea 34). “Sueños” (línea 23 en “sueños de sus padres”) – “sueño” (líneas 35 y 37, aunque tienen distintos significados) -Políptoton: “se sientan delante de” (línea 28) – “se sienta delante de” (línea 29). Hay estructura paralelística (paralelismo) “ver las noticias” (línea 4) - “de nuevo ve las noticias” (líneas 29-30)
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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COHESIÓN TEXTUAL Referencia personal por pronombres personales
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado. COHESIÓN TEXTUAL COHESIÓN GRAMATICAL Referencia personal por pronombres personales por posesivos anáfora pronominal -“que” demostrativa Sustitución y elipsis sustitutos léxicos sustitutos cero: elipsis COHESIÓN LÉXICA (recurrencia léxica) Repetición léxica Anáforas nominales o léxicas Derivación – poliptoton Paralelismo
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COHESIÓN LÉXICA Recurrencia léxica Paralelismo: Y repetición en:
“es un hombre importante” (líneas 8 – 9) “es un hombre honesto…” (línea 22) “es un hombre agradable…” (línea 34) “es un hombre responsable” (línea 38)
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Manuel necesita estar ocupado
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo ama, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, un autobús, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante, útil al mundo. Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, implementar un nuevo plan, establecer nuevas líneas de acción. Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, discutirá nuevas estrategias, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. De vez en cuando mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver, allá un documento por firmar. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria. Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda y se dispone a comer con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, sólo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos, que no están para ejemplos, ni deberes, ni cosas por el estilo, se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde). Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo y tener que enfrentarse a la peor maldición posible: estar sin trabajo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, trabajador, cariñoso, que cuida de su familia y está preparado para defenderla en cualquier circunstancia. El sueño viene en seguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿Por qué haces esto?”. Él responde que es un hombre responsable. El ángel continúa: “¿Serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?”. Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”. Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
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BIBLIOGRAFÍA Apuntes de “Cuestiones de lingüística textual” (Doctorado en el área de Lengua. Universidad de Salamanca) Diccionario: Real Academia Española: Diccionario de la lengua española (22ª edición), en Libros de consulta: CASADO Velarde, M. (2000): Introducción a la gramática del texto del español. Madrid: Arco Libros. MARTÍN ZORRAQUINO, M. A. y J. PORTOLÉS (1999): “Los marcadores del discurso”, en Bosque, I. y V. Demonte (dirs.) (1999): Gramática descriptiva de la lengua española, Madrid: Espasa, vol.3, cap. 63. PORTOLÉS, J. (2001): Marcadores del discurso. Barcelona: Ariel. REYES, G. (2003): El abecé de la pragmática. Madrid: Arco Libros. ZUBIZARRETA, M. L. (1999): “Las funciones informativas: tema y foco”, en Bosque, I. y V. Demonte (dirs.) (1999): Gramática descriptiva de la lengua española, Madrid: España, vol.3, cap. 63.
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Fin © María Castro Rodríguez
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