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Publicada porCarolina Sánchez Carrizo Modificado hace 6 años
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3ª 65 El Pecado 7 Pecados internos y capitales
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Estamos tratando sobre los pecados, que es lo que nos impide acercarnos a Dios; pero siempre, desde el fondo del corazón, podemos y debemos pedir la gracia para salir a la luz de su amor. Al tratar sobre los pecados, decimos que es algo malo que «hacemos» contra Dios. Pero los pecados no siempre son acciones. Hay muchísimas veces que se quedan en pensamientos o deseos. De estos tratamos ahora.
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Suelen decir que hay tres clases de pecados internos, si nos atenemos al tiempo: unos son sobre lo presente, otros sobre lo pasado y otros sobre lo futuro. En cuanto a lo presente, pecado interno es la complacencia actual en algo malo. Es decir, tener algo malo presente en la imaginación sin ánimo de realizar esta acción. Aunque uno no lo piense realizar, no es bueno complacerse en cosas malas.
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Hay otros pecados sobre lo pasado: Es el gozo o complacencia de una acción mala pasada. Aquí entran lo que la mayoría de personas califican de «malos pensamientos». Suelen ser motivos de diferentes tentaciones del demonio o de la misma naturaleza. La primera razón para procurar no complacerse en lo malo pasado es por el peligro que encierra para acciones futuras.
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La simple tentación no es lo mismo que la complacencia pecaminosa, que sería pecado cuando uno se complace en el hecho pasado, cuando sabemos que fue algo malo. Hay veces que uno piensa como distraídamente en una cosa mala, pero sin advertir que es pecaminoso. Si, cuando se da cuenta que es pecado, lo rechaza, no ha habido pecado.
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Hay veces que uno quiere ser sincero con Dios y se confiesa de «pensamien-tos malos».
Pero habría que distinguir, porque respecto a toda clase de pecados, además de las acciones, hay pecados internos de pensamiento. Muchas veces son respecto al 6º mandamiento. Se suelen llamar «pensamientos impuros». Pero hay otros que son de ira contra alguna persona; Otros son de avaricia, etc.
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En cuanto a los 10 mandamientos de la ley de Dios, que veremos pronto, hay dos, los últimos, que son precisamente sobre pecados internos: No desear la mujer de tu prójimo, que sería lo interno del 6º mandamiento, y no desear los bienes ajenos, que sería lo interno del 5º. Ya dice la Sda. Escritura que son abominables ante Dios los pensamientos del mal. Y es así porque el pensar suele llevar a la acción.
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Nos interesa saber cuándo es pecado un pensamien-to de algo malo
Nos interesa saber cuándo es pecado un pensamien-to de algo malo. Habría que ver o saber varias circunstan-cias. Hay una fórmula esencial que uno se debe preguntar: Si yo pudiera hacerlo ahora, porque me fuera muy fácil (quizá porque nadie se va a enterar, etc.) ¿Yo lo haría? Esto respecto a lo sexual o a robos o cualquier acción pecaminosa.
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La razón principal, como dije antes, es que el mal pensamiento suele llevar a la mala acción. Pero también porque, cuando lo piensa con complacencia, suele ser señal de que lo aprueba. Por lo tanto está aprobando algo malo. Luego el saber si ha sido grave o muy pequeño, dependerá de muchas circunstancias, que veremos mejor en sus propios mandamientos. Y conviene preguntar a quien pueda responder por oficio, como el confesor, o por su persona, si es de vida santa.
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En cuanto a pecados internos respecto a lo futuro serían los malos deseos. De hecho pensamientos y deseos van muy unidos. Un deseo malo es de quien desea algo malo, pero no actualmente. A quien se confiese de un mal deseo se le debe preguntar lo que dije antes: Si te sería muy fácil ¿Lo harías de verdad? Y según sea la respuesta, así será el pecado. Si la respuesta fuese muy afirmativa, el pecado de deseo será tan malo como la acción.
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Ya lo dijo Jesucristo: «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró en su corazón».
Pidamos al Señor que nos dé buenos deseos. En la Biblia tener un gran deseo es como tener hambre o sed. Pidamos al Señor que nos dé una gran hambre y sed, no tanto de alimento y agua, sino de motivos para vivir. Estos son sobre todo la gloria de Dios y el bien de todos.
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Señor, tenemos hambre, Señor, tenemos sed.
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No es un hambre de pan, ni es la sed de agua;
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Son motivos de vivir lo que nos falta.
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Son motivos de vivir lo que nos falta.
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Nos falta saber que, al fin, no sólo de pan vive el hombre,
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pues vive también de toda palabra que Tu nos propones.
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Señor, tenemos hambre, Señor, tenemos sed.
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No es un hambre de pan, ni es la sed de agua.
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Son motivos de vivir lo que nos falta.
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Son motivos de vivir lo que nos falta.
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A veces hay deseos que se llaman «ineficaces», porque no se pueden llevar a cabo. Si alguien dijera: Yo haría esto, si no fuese pecado, o si Dios no me castigara, encierra un mal, porque debemos saber que si Dios nos manda algo, o nos lo prohíbe, siempre es para nuestro bien. Querer hacer lo prohibido, aunque sea sólo con un quisiera, ya es dudar de la bondad de Dios.
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También es pecado el desear una cosa mala para otra persona
También es pecado el desear una cosa mala para otra persona. Esto puede entrar entre los «pensamientos malos». La solución para nosotros es estar siempre deseando el bien, para nosotros y para los demás. Cuando uno tiene como ideal hacer lo que sea para gloria de Dios y el bien de los demás, necesariamente va desapareciendo todo lo malo. Así que más que el afán de quitar lo malo (que también vale), pongamos el afán de poner mucho bueno.
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Entre los pecados internos está la complacencia de una acción ya realizada, de la cual ya nos hemos arrepentido y ha sido perdonada. Normalmente no hay que volver sobre ello, si sabemos que ya fue perdonada por la confesión. Puede ser peligroso, porque nos puede llevar a gozarnos en ello, como si se aprobase y llegar hasta desear repetirlo. A veces se puede pensar en esa acción pasada y ya perdonada, de una manera un poco genérica, para tener más motivos de volver a pedir perdón a Dios.
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Hay autores que distinguen, al complacerse en una acción mala pasada, que no sería malo el complacerse no en la acción misma pecaminosa, sino en el ingenio empleado. Por ejemplo, si uno comete un atraco a un banco, ha hecho una cosa mala. Si se arrepiente y devuelve lo robado, está en paz con Dios. Pero luego quizá se complace en el ingenio que usó para esa acción mala. Pudiera ser en teoría; pero es peligroso, porque es una tentación para volverlo a hacer.
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En el evangelio hay un caso curioso: Un administrador que parece roba a su amo, por hacer su trabajo de modo indebido. Y va a ser expulsado. Entonces usa la inteligen-cia para que, usando todavía de su trabajo y, al parecer sin robar, prepara su vida posterior. El amo le felicita, no por lo que ha hecho, sino por la argucia en la manera de hacerlo. Jesucristo no alaba el ejemplo del administrador, sino lo usa para decirnos que debemos emplear toda la argucia posible para hacer el bien.
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Alguno puede decir que no se alegra del mal hecho, sino del efecto resultante. Por ejemplo: Uno asesina a una persona para poder recibir una herencia. No se alegra del asesinato, sino de que ha recibido la herencia. Ya se sabe que todo eso es malo, porque una cosa va unida con la otra. Después la solución concreta es cuestión de leyes y de otros mandamientos.
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Otro pecado interno: A veces alguna persona puede sentir tristeza por no haber aprovechado una ocasión fácil de pecado que se presentó. Esto es pecado. Ciertamente que no lo cometió. Pero al sentir tristeza por no haberlo hecho, significa que está deseándolo y que estaría dispuesto a hacerlo, si se presentase la ocasión de modo fácil.
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Hay otros casos muy raros: como de quien siente tristeza por algo bueno que ha hecho, ya que prefería no haberlo hecho. Por ejemplo: uno ha robado algo y lo ha restituido. Y después siente haberlo restituido, porque eso le hubiera venido muy bien para alguna necesidad. Aquí hay dos cosas malas, una que prefiere haber seguido en el pecado al no devolverlo y el no apreciar el hecho de que Dios le dará más premio por la acción buena.
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Así que alegrémonos por las cosas buenas hechas, aunque sea porque Dios nos lo premiará. Mucho mejor, si le damos gloria a Dios porque nos ama tanto. No cometeríamos pecados, si le ofrecemos, de verdad, todo nuestro ser al Señor: No sólo lo externo, sino también nuestra libertad, nuestro entendimiento y voluntad.
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Tomad, Señor, y recibid Automático
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toda mi libertad,
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mi memoria, mi enten- dimiento y mi voluntad,
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todo mi haber y mi poseer. Vos me lo disteis, Señor.
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A Vos lo torno. Todo es vuestro
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Disponed de todo a vuestra voluntad.
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Dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta.
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Disponed de todo a vuestra voluntad.
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Dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta.
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En esta tercera parte vamos a tratar sobre los pecados capitales.
Al hablar de las virtudes veíamos cuatro virtudes cardinales, que eran como puntos cardinales, donde se unían otras, y tres virtudes teologales, que nos unían directamente con Dios. Con los pecados, como ya señaló san Gregorio Magno, tenemos siete vicios capitales: la vanagloria o soberbia, avaricia, lujuria, envidia, gula, ira y pereza o tedio de lo espiritual.
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Más que pecados son vicios, que es un pecado repetido y que encierra otros. El 1º es la soberbia, que es como el pecado capital de todos los demás. Es el culto idolátrico de sí mismo, de modo que antepone los propios gustos y caprichos a la ley de Dios. Es como el apetito desordenado de propia alabanza. Quizá tenga muchos méritos verdaderos; pero no los destina al verdadero fin, que es la gloria de Dios y el bien del prójimo.
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Un buen cristiano debe ser, como nos enseñó Jesucristo, quien busca en sus acciones y pensamientos la gloria de Dios y el bien de los demás. Lo contrario es el egoísmo. Desgraciadamente muchos que se llaman cristianos en realidad hacen las cosas por puro egoísmo. De la soberbia procede la jactancia, la hipocresía, deseo del aplauso humano. Entre los remedios estaría el mejor conocimiento de Cristo en su humildad.
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Otro pecado o vicio capital es la avaricia
Otro pecado o vicio capital es la avaricia. Es un deseo desordenado de bienes externos. En los mandamientos veremos hasta dónde puede ser grave. Nos lleva a otros pecados, como la dureza de corazón hacia los necesitados. Y esto es porque, cuando uno tiene avaricia, desea más bienes externos para sí, pero no para dar. Debe pensar que Jesucristo en el juicio final juzgará severamente a los que han cerrado su corazón ante las desgracias de los indigentes.
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Quien está dominado por la avaricia no piensa en el bien de los demás, sino sólo en el bien propio. De aquí procede la violencia, el fraude, el engaño, el perjurio, la traición. ¿Qué debemos hacer? Una cosa puede ser: considerar la vanidad de las cosas mundanas. Y sobre todo seguir el ejemplo y enseñanzas de Jesucristo, quien siendo Dios se hizo pobre y humilde por nuestro bien.
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Otro pecado o vicio es la lujuria
Otro pecado o vicio es la lujuria. Es el deseo desordenado (o acción) de los placeres sensuales. Dios ha pues un gusto para algo importante: que continúe la raza humana. El desorden en ese deseo es pecado. Ya veremos en su mandamiento hasta cuándo es grave o no. De ese pecado descienden la inconsideración, la desgana espiritual hasta llegar al odio a Dios. Remedios: oración frecuente y humilde, sacramentos, huidas de ocasiones malas y devoción a la Virgen María.
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Otro pecado capital es la envidia
Otro pecado capital es la envidia. Es la tristeza del bien ajeno en cuanto que rebaja nuestra propia gloria y excelencia. Esto va directamente contra la caridad al prójimo, ya que nos pide, como decía Jesús, amar a los demás aun por encima de nuestros propios intereses. De la envidia se derivan: el odio, la murmuración, las críticas, todo lo que va contra la caridad.
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Otro pecado es la gula. Muy pocos se confiesan de este pecado, que la mayoría de las veces es leve. Es el deseo desordenado de comer y beber. Puede llegar a grave cuando va contra la salud de uno mismo, sobre todo cuando es a sabiendas de que se hace un grave daño a la salud. Pero puede ser grave cuando lleva a un despilfarro muy grande. Hay personas que se gastan mucho en restaurantes caros y no tienen para la educación de los hijos. También se puede faltar por escándalo.
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Otro pecado capital es la ira
Otro pecado capital es la ira. Es un deseo desordenado de venganza, que puede ser grave o leve, según el castigo que se propone dar. Ciertamente que hay casos donde parece ser justa la ira; pero es una palabra que puede tener varios sentidos. Hasta existe una traducción en el evangelio de algo que dijo Jesús «con ira». Ya está cambiado a «firmeza o seriedad». Hasta para esos casos Jesús nos habló siempre del perdón. De la ira procede: la indignación, el rencor, la blasfemia, el insulto y riñas.
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Y el último pecado capital es la pereza
Y el último pecado capital es la pereza. Hay una pereza sencilla, como es quizá al levantarse a una hora fija para ir al trabajo. Aquí nos referimos al tedio o fastidio de las cosas espirituales por razón del trabajo que ocasionan. Por ejemplo, se sabe que es obligación el ir a misa los do-mingos. Pero muchas veces hay pereza en prepararse para ir y dejar algo más agradable, en el sentido material. Y así otros deberes. Debemos pensar en los trabajos que debió tener Jesucristo para cumplir la Voluntad de su Padre del cielo.
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En la Sda. Escrirura de algunos pecados se dice que «claman al cielo»
En la Sda. Escrirura de algunos pecados se dice que «claman al cielo». Por ejemplo, cuando Caín mató a Abel, le dijo Dios: «La sangre de tu hermano me está gritando desde el suelo». Algo cuando el diluvio y cuando Sodoma y Gomorra: «El clamor contra Sodoma y Gomorra es fuerte y su pecado es grave». En los salmos se dice a veces, sobre el necesitado: «He escuchado sus clamores». Y Dios viene en ayuda.
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Hay otros pecados muy graves que son «contra el Espíritu Santo», de los cuales ya tratamos, cuando uno se pone en actitud contraria a la misericordia de Dios. Nosotros terminemos todo esto de los pecados poniéndonos en las manos de Dios, dentro de la misericordia y, además de darle gracias por su amor, nos ponemos en sus manos como el barro en manos del alfarero, para que nos transforme en algo nuevo.
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Gracias quiero darte por amarme,
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gracias quiero darte yo a ti, Señor,
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hoy soy feliz porque te conocí,
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gracias por amarme a mí también.
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Yo quiero ser, Señor amado,
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como el barro en manos del alfarero.
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Toma mi vida, hazla de nuevo.
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Yo quiero ser
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un vaso nuevo.
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Toma mi vida, hazla de nuevo.
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Yo quiero ser
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Acercándonos al ideal de María.
AMÉN
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