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Publicada porJosefa Consuelo Sánchez Olivares Modificado hace 6 años
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Virtudes 6 3ª,20- Virtud de la templanza
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Entre las virtudes cardinales, la 4ª es la templanza
Entre las virtudes cardinales, la 4ª es la templanza. Por ser la 4ª no quiere decir que sea la de menos importancia, sino que por ser cardinales, como 4 puntos cardinales, todas tienen parecida importancia. Sobre la templanza dice el Catecismo: «Es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados».
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La virtud de la templanza se puede entender en sentido general
La virtud de la templanza se puede entender en sentido general. Sería para templar todas las cosas, toda actividad, todas las facultades del alma. Todas las virtudes necesitan su templanza, su dominio, su atención. Y como es virtud sobrenatural, debe estar plenamente unida a la caridad, al amor que nos ha de llevar al encuentro con Dios.
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Pero cuando hablamos de templanza hablamos especialmente de la virtud necesaria para templar o moderar dos instintos que tenemos importantes: uno es para preservar la propia vida corporal y el otro para la conservación de la especie humana. Para preservar la vida corporal debemos comer y beber; por eso tenemos hambre y sed. Para la conservación de la especie humana está el instinto sexual, que es bueno y hermoso.
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Son dones de Dios: instintos que nos ayudan a la preservación de la vida corporal y asegurarse la continuación de la especie humana. El problema está en que estos dos instintos se pueden convertir, o los podemos convertir con nuestra libertad mal usada, en fuerzas destructivas, tanto de la vida corporal del individuo como de la vida de la especie humana. Y lo peor es que pueden comprometer gravemente la salvación eterna si se tuerce su finalidad.
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Dios nos ha creado, como sabemos, para la felicidad
Dios nos ha creado, como sabemos, para la felicidad. Pero para que sea verdadera felicidad, nos la debemos ganar con las fuerzas que tenemos. Y unas de esas fuerzas son los instintos de conservación propia y de la especie humana. Pero para que cumplan con su finalidad, deben seguir la ordenación hacia el bien de la persona total. Por lo tanto los instintos no se deben convertir en fin en sí mismos. Para regular estos instintos está la virtud de la templanza.
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Sobre la templanza ya dice el Ant
Sobre la templanza ya dice el Ant. Testamento en el libro del Eclesiástico: «No vayas detrás de tus pasiones y pon un freno a tus deseos» (18,30). San Pablo le hablaba a su discípulo Tito sobre moderación y sobriedad. Y le decía: «Hemos de vivir con moderación, justicia y piedad en el siglo presente». Puede valer para vivir con templanza en todo lo material; pero especialmente en estos dos instintos.
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En cuanto a preservar la propia vida corporal, todos tenemos un instinto de conservación y de salvación material. Buscamos tener salud. Por eso el hecho de comer y beber es una obligación, porque debemos alimentar nuestro cuerpo. Lo malo o malísimo es que haya tantas personas en el mundo a quienes les es difícil o imposible alimentar su propio cuerpo y el de sus familiares más cercanos.
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Aunque de esto trataremos más en el 5º mandamiento, hay personas que, pudiendo comer y beber, enferman libremente por no hacerlo. No entro ahora en lo que es «la huelga de hambre»: tiene sus motivos y sus límites. Pero hay muchachas jóvenes, que, por seguir una moda, dejan de comer para estar muy delgadas hasta proporciones peligrosas. Nadie tiene derecho a enfermarse por propio gusto.
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Para poder comer y beber, Dios nos ha dado un gusto
Para poder comer y beber, Dios nos ha dado un gusto. Si no sintiéramos gusto al comer y beber, porque no tuviéramos hambre o sed, seguro que muchos nos dejaríamos hasta morir. Eso pasa con enfermos que han perdido todo apetito, a quienes hay que forzarles a que coman y beban. Por lo tanto el sentir un gusto agradable o placer al comer y beber, es algo bueno. Y puede ser virtuoso, si uno da gracias a Dios y a quien ha hecho que esos alimentos sean más agradables.
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Sin embargo se dan muchos pecados en la comida y en la bebida
Sin embargo se dan muchos pecados en la comida y en la bebida. Hay pecado cuando se come y bebe sólo por el placer de comer y beber. Claro que hay muchos grados. Y para controlar, está la virtud de la templanza. El pecado por comer mucho se llama glotonería. Y por la bebida (que no es precisamente agua) se llama embriaguez. De tal manera es malo esto, el comer y beber demasiado, que se producen muchas enfermedades.
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Hay otro sentido del pecado, en el comer y beber demasiado, que es el despilfarro del dinero y la falta de caridad con los que no tienen para ello. Lo del despilfarro del dinero lo podríamos considerar también con todo lo que empleemos para nosotros mismos, que no sea necesario, como vestidos, joyas, arreglos especiales de la persona en cuanto material. Para todo ello necesitamos saber controlar y moderar. Por eso debemos tener la virtud de la templanza.
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Así que la virtud de la templanza en la comida y la bebida no sólo la necesitamos para no caer en enfermedades, sino también porque en el mundo hay mucha hambre que no se puede saciar fácilmente. Y en realidad todos debemos hacer un poco por los demás, porque todos somos hermanos, sean de cualquier raza o color.
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Todo hombre es mi hermano de cualquier raza o color.
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Todo hombre es mi hermano de cualquier raza o color.
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Compañero de camino, no pases nunca de largo, insensible a su dolor.
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Todo hombre es mi hermano de cualquier raza o color.
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Que no te di la mano cuando te encontré caído,
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diciendo sin amistad, porque la mía no te brindo.
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¿Por qué sabiendo que hay hambre, en abundancia yo vivo?
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Si tu no tienes un techo, ¿Por qué duermo yo tranquilo?
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Todo hombre es mi hermano, de cualquier raza o color.
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Todo hombre es mi hermano de cualquier raza o color.
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Compañero de camino, no pases nunca de largo, insensible a su dolor.
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Hacer CLICK Todo hombre es mi hermano, de cualquier raza o color.
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Hay muchos cristianos, especialmente católicos, que se llaman buenos, que confiesan y comulgan y quizá nunca se les ha ocurrido ir a la confesión pidiendo perdón por este pecado de comer o beber con exceso. A ese pecado en general se le llama gula que es lo contrario de la templanza. Y gula no es sólo comer y beber con exceso; también: comer con demasiado ardor, como si fuese nuestra finalidad más importante; o comer con demasiada ferocidad, como si fuesen una especie de animales. Aunque lo seamos, pero somos racionales.
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También se puede faltar a la gula al comer fuera de horas sin necesidad, sólo por el gusto de comer. O hasta el preparar los alimentos con demasiado refinamiento como si el gusto al paladar fuese lo más importante en nuestra vida. Y de todo esto debemos enseñar a los niños para que se acostumbren. Además de la virtud de la templanza, debemos ayudarnos con la virtud del sacrificio. Hay pequeñas mortificaciones de cosas lícitas, que nos ayudan a mantenernos lejos del pecado.
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Todo esto que hemos dicho sobre el instinto que tenemos para la preservación de la propia vida corporal, debemos aplicarlo para el otro instinto que ayuda a la conservación de la especie humana. El plan de Dios al crear juntos e incompletos al hombre y la mujer, es para que uniéndose se complementen y produzcan, con una virtud en cierto modo creadora, una nueva vida: niños que luego sean hombres y mujeres que pueblen con alegría la tierra y por fin tengan la felicidad que nunca se acaba.
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Dios, para proveer y asegurar esta sucesión del género humano, tuvo que dar un aliciente, un gusto grande, porque, si no, pasaría lo mismo que dijimos con el alimento, que muchos se dejarían morir (no de hambre, porque no tendrían). Es decir, que si de repente hoy desapareciera todo gusto sexual, pronto se terminaría la humanidad. Por lo tanto existe un gusto para llegar a un fin razonable y digno.
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Ese gusto digno y noble entre el hombre y la mujer, como dijimos al tratar sobre el matrimonio, de suyo es para crear una nueva vida. Hay también un fin muy noble en la unión sexual, que es el hecho de que sirva al hombre y la mujer, que son verdaderos esposos, para que se sientan unidos, se sientan amados y queridos entre ellos. Si ellos no se sienten unidos, fallaría no sólo la creación del hijo, sino la formación posterior.
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El pecado aquí consiste en querer sólo el gusto prescindiendo o yendo contra la finalidad principal. Y, claro, peor cuando el gusto se busca fuera del matrimonio. De manera concreta veremos un poco más al tratar en los mandamientos. Aquí podríamos decir lo que decía Jesús después de algunas parábolas: «El que tenga oídos que oiga», que traducido a nuestro lenguaje sería: «El que quiera saber más, que pregunte». Los fariseos ya no preguntaban, pero los discípulos sí.
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El pecado contra este instinto favorecedor de la raza humana se llama lujuria. No es sólo una clase de pecado, sino que encierra en sí otros muchos pecados, como la ceguera espiritual, la inconsideración espiritual, el amor desordenado de sí mismo, el apego a este vida y horror de la futura, hasta llegar al odio contra Dios. Es un gran egoísmo, porque uno se busca a sí mismo y no busca el plan que Dios ha tenido en nuestra naturaleza, que es para nuestra propia felicidad.
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La virtud propia de quien busca el camino trazado por Dios en esta materia es la castidad. La más noble floración de la castidad es la virginidad, que no ha de confundirse con la simple soltería, que es la de aquellos quedados así quizá por una repulsa del otro sexo o por miedo a las cargas del matrimonio. La virginidad es como un don. No es un mandato sino un consejo de Jesucristo para aquellos que buscan una mayor superación en la entrega amorosa a Dios.
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La virginidad no es una mera renuncia, sino una entrega libre a Dios
La virginidad no es una mera renuncia, sino una entrega libre a Dios. Es la entrega total y plena del instinto sexual. Aunque sea una entrega total, el instinto sigue funcionando; por eso hay que estar continuamente en la actitud de entrega. Como queda la tendencia humana, si no se tiene cuidado, muchas veces ocurren fallos. Siempre queda la palabra de Jesús de que la virginidad es algo muy bueno y agradable a Dios.
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Por eso la joven María de Nazaret, deseando entregarse por siempre a Dios, hizo voto de virginidad, según se desprende de la conversación de María con el ángel de la Anunciación. Así la llamamos: «La Virgen María» Sin embargo, por ser la creatura más hermosa ante Dios, fue escogida para ser Madre del Hijo de Dios. Y sin dejar de ser virgen, fue madre. A ella, virgen y madre, la cantamos con unos versos antiguos.
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¿A quién debo yo llamar "vida mía"
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sino a ti, Virgen María?
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Virgen María.
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Todos te deben servir, Virgen y Madre de Dios,
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que siempre ruegas por nos y tú nos haces vivir.
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Nunca me verán decir "vida mía"
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sino a ti, Virgen María.
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Tanta fue tu perfección y de tanto merecer,
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que de ti quiso nacer quien fue nuestra redención.
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No hay otra consolación, vida mía,
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sino a ti, Virgen María.
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¿A quién debo yo llamar "vida mía"
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sino a ti, Virgen María?
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AMÉN Hacer CLICK
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El saber templar o moderar estos instintos es difícil
El saber templar o moderar estos instintos es difícil. Por eso necesitamos una ayuda especial de Dios. El problema es que no sólo debemos moderar la fuerza de los instintos, sino los muchos incentivos y propaganda para el mal. Esta propaganda hace que a muchos les sea muy difícil dominarse y no seguir el tren de vida que se les ofrece. De tal modo que tanta propaganda hace que muchos se vean esclavizados por la moda o el consumo. Saber templar
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Entonces, si la vida debe estar ordenada según los planes de Dios y mirando por el bien de los demás, ¿qué se debe hacer? Pues, aunque no esté de moda, habrá que emplear la virtud, de que a veces hemos hablado: la mortificación. En términos materialistas es imposible entenderlo, pero sí en términos de fe y de evangelio. Para estar en el punto medio de la templanza, para guardar el equilibrio en nuestro ser, que está inclinado hacia lo sensible, es necesario actuar en contra, como con el arbolito inclinado hacia un lado.
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La virtud de la mortificación nos enseña y nos induce a privarnos de cosas permitidas para apartarnos más de la caída. Esto es porque si ponemos el límite de nuestras acciones en lo máximo permitido, ¡qué fácil es caer en lo que no está permitido! Es muy difícil guardar una raya exacta. Recordamos lo del arbolito: Hay que inclinarlo mucho hacia el lado contrario para que al fin se quede en el medio. Por eso nosotros, para inclinarnos más hacia Dios, debemos renunciar a algunas satisfacciones que nos atraen.
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Eso es lo que quería expresar Jesús en el evangelio cuando decía: «Si tu ojo te es causa de perdición, arráncalo». Ya sabemos que en estilo oriental era como una parábola, pero no que sea algo falso. Por eso quería decir Jesús que si hay algo que estimes tanto como un ojo, pero que es causa de tu perdición, debes apartarlo de ti. De ahí la necesidad de la mortificación, que excede a la virtud de la templanza. De la mortificación se trató cuando vimos la virtud de la penitencia, necesaria para el sacramento de la confesión.
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Dije antes que la virtud que modera los instintos para ayudar a la propagación del género humano se llama castidad. Esta virtud no es sólo para solteros, para aquellos que no han llegado al matrimonio o no piensan llegar, sino también para los casados, como vimos al tratar del matrimonio, aunque de diverso modo. Los casados también necesitan moderarse, especialmente en ciertas circunstancias en que la mortificación será necesaria.
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Además de la mortificación hay otros medios para conseguir la templanza. Uno es combatir la ociosidad. De la ociosidad se dice que es la madre de todos los vicios. Por eso es muy bueno estar activo. Hay muchas cosas buenas para hacer. Buscar esas cosas buenas es una virtud. Y entre las cosas buenas está el orar. Jesucristo pocas veces hablaba sobre no hacer el mal. Casi siempre era en forma positiva: hacer el bien.
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Ante la fuerza terriblemente fascinadora de los instintos no vale sólo un propósito enérgico. Debemos buscar medios externos. Por eso hablamos de ciertas mortificaciones, privarse de algo lícito para no caer en lo ilícito. También frecuentar los sacramentos. Y si alguno cree haber caído en algo grave, cuanto antes busque poder confesarse. Para muchos sirve tener una devoción delicada a la Virgen María.
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Cuando hablamos de la templanza, nos hemos referido sobre todo a lo contrario de los pecados de gula y de impureza. Hay que tener en cuenta que esto va muy unido, de modo que quien no se mortifica en cosas de comida, tampoco se mortificará en cosas de impureza que es más importante. Cuando el demonio tentó a Jesús en el desierto, lo hizo en primer lugar contra la gula. Quizá porque al parecer es un pecadillo más inocente; pero lleva tras de sí otros pecados.
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Cuando se habla de mortificaciones exteriores también hay que decir que hay casos (muy pocos deben ser) donde hay exageraciones no prudentes. San Pablo hablaba de ello acentuando la bondad en muchas cosas. También hay mortificaciones malas como hacían los fariseos para que les vieran. Lo importante es darse cuenta que no son el fin, sino una ayuda para llegar mejor al amor de Dios.
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Lo importante es siempre lo positivo
Lo importante es siempre lo positivo. Si nuestro corazón y todo nuestro ser está abierto ante el Señor para entregarle también nuestros instintos, a fin de que Él los purifique, vamos en camino del bien. Por eso levantemos nuestras manos como niños sencillos, llenos de fe y de amor.
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Manos abiertas ante Ti, Señor,
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Te ofrecemos el mundo.
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Manos abiertas ante Ti, Señor,
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Nues-tro gozo es pro-fundo.
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Guárdanos sencillos ante Ti, Señor.
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llenos de fe, amor y paz.
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Guárdanos sencillos ante los demás
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y dispo-nibles para amar.
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Manos abiertas ante Ti, Señor,
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Te ofrecemos el mundo.
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Manos abiertas ante Ti, Señor,
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nuestro gozo es profundo.
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Que María, la Madre buena, nos ayude a «templar» nuestras pasiones.
AMÉN
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