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Iglesia Anglicana Carismática
Escuela Bíblica Dominical
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La Biblia en la Misa
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Escuchando a los Apóstoles y Partiendo el Pan
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Las primeras descripciones de la Iglesia en el Nuevo Testamento son marcadamente “eucarísticas”.
San Lucas dice: “Se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles... [y] en la fracción del pan” (Hech. 2:42).
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Las “enseñanzas de los apóstoles” fueron sermones como los que se leen en el Libro de los Hechos de los Apóstoles y en los escritos inspirados por el Espíritu Santo (2 Pe. 3:15-16; 1 Cor. 2:13).
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La “fracción del pan” es la frase que San Lucas ocupa para la Eucaristía (Lc. 24:35; Hech. 20:7,11).
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Entonces, en la descripción más antigua de la vida de la Iglesia, vemos Palabra y Sacramento, Biblia y Liturgia unidos.
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Las epístolas fueron escritas en primer lugar para ser leídas públicamente “ante” los reunidos para la Eucaristía (1Tes. 5:26; Col. 4:16; 1 Tim. 4:13).
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Los saludos y bendiciones de estas cartas son adaptaciones de oraciones e himnos usados en la liturgia (1 Pe. 1:2-5; 1 Cor. 16:22; Col. 1:15-20; Fil. 2:2:11-13).
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El libro de Apocalipsis fue escrito para la lectura durante el culto (Apoc. 1:3).
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La forma de los evangelios— que narran cortos episodios de la vida y enseñanza de Jesús— probablemente indica que estos pasajes fueron escritos también para lectura en la Misa.
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Escuchar es Creer
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“La fe viene del oír [griego akoe, traducida en la Biblia de Jerusalén por predicación]” dijo San Pablo (Rom. 10:17).
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Las primeras celebraciones eucarísticas siguieron la misma estructura de dos partes de nuestra Misa actual, lecturas de “las enseñanzas de los apóstoles” seguidas por “la fracción del pan.”
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Vemos esto cuando San Pablo celebra la eucaristía en Tróade
Vemos esto cuando San Pablo celebra la eucaristía en Tróade. Su sermón duró hasta la medianoche, con el resultado que uno de sus feligreses se durmió y cayó por la ventana del tercer piso. Sin asustarse, San Pablo, revivió al hombre y continuando con la oración él “partió el pan” (Hech ).
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Este es el testimonio de la descripción más antigua que tenemos de la Eucaristía fuera de la Biblia.
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Escribiendo sobre esta parte de la Misa en 155 d. C
Escribiendo sobre esta parte de la Misa en 155 d.C., San Justino Mártir dijo: “Se leen las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas” y después se escucha una homilía.
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El uso del Antiguo Testamento en la Liturgia—y en la estructura de dos partes de la Misa—se remonta hasta el ejemplo de Jesús. De hecho, la Biblia y la Misa fueron unidas inseparablemente para siempre por Jesús mismo la noche de la primera Pascua.
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San Lucas nos dice que al resucitar, Jesús se encontró con dos discípulos en el camino a Emaús (Lc. 24:13-35).
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No lo reconocieron al principio
No lo reconocieron al principio. Sin embargo, “empezando por Moisés y continuando por todos los profetas,” Jesús explicó el sentido del Antiguo Testamento a ellos, demostrando cómo todas las promesas de Dios se cumplieron en Él (Lc. 24:44-48).
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Mientras les hablaba su corazón “estaba ardiendo dentro de” ellos.
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Entonces Jesús se sentó en la mesa, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio.
Noten bien el deliberado uso de San Lucas de las mismas palabras de la Última Cena: En la mesa Jesús, toma el pan, lo bendice...y se lo da (Lc. 22:14-20).
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Lo reconocieron en la fracción del Pan.
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San Lucas está retratando la Eucaristía, la primera celebrada después de la Pascua.
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Primero, Jesús “proclama” las Escrituras, enseñando cómo el Antiguo Testamento se cumple en el Nuevo Testamento hecho con su sangre. Después ofrece acción de gracias por esta alianza en el partir del pan.
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Cuando lo hace, se cumple la promesa de las Escrituras, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento y se les abren los ojos a los discípulos y “conocen” a Jesús en una profunda comunión.
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Desde esa noche, los creyentes nos hemos reunido cada domingo, el día de la resurrección que nosotros conocemos como el Día del Señor (Apoc. 1:10; Hech. 20:7).
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Y cuando lo hacemos en la Misa, vivimos de nuevo la experiencia de los discípulos en Emaús. Las Escrituras se cumplen, la Palabra de su Nueva Alianza arde como si se escribiera en nuestros corazones; y se nos abren los ojos por la fe al reconocerle en la fracción del pan.
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Por eso hacemos lo que hacemos.
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Jesús dio la comisión a sus apóstoles de predicar su palabra y bautizar a todas las naciones en el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt. 28:19).
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Como hijos e hijas recién nacidos del Padre, los bautizados han alcanzado estar en la mesa familiar de la Cena del Señor. Allá, “gustaron el don celestial y hechos partícipes del Espíritu Santo, han saboreado las buenas nuevas de Dios y los prodigios del mundo futuro”(Heb. 6:4).
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Recordamos este legado bíblico y participamos en el inicio de cada Misa. Al persignarnos y repetir las palabras de la comisión final del Señor, recordamos y renovamos nuestra alianza con Dios, alianza hecha en nuestro bautismo.
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Los apóstoles iniciaron la tradición de marcar a los nuevos bautizados con la Señal de la Cruz.
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El último libro de la Biblia revela que los marcados con “el sello de Dios vivo” en sus frentes serán liberados de la destrucción (Apoc. 7:3; 9:4; 14:1; 22:4)
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y son convocados a la liturgia celestial “las bodas del Cordero” (Apoc
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Hemos sido salvados del pecado y la muerte y nos alegramos por ser invitados a la Cena del Cordero. En esto estamos verdaderamente en la Misa.
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Ciertamente, Él está con nosotros cuando nos reunimos en su nombre (Mt
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Escuchamos el cumplimiento de las palabras de la promesa bíblica, “El Señor esté con ustedes”.
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La Biblia termina con la promesa del Señor que vendrá pronto (Apoc
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Donde termina la Biblia, empieza la Misa.
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Iglesia Anglicana Carismática
Escuela Bíblica Dominical
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