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Publicada porJosé Ángel Acosta Gutiérrez Modificado hace 7 años
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Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre.
Cre- do 12 Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre.
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En esta parte del Credo queremos afirmar que, terminada la obra de la Redención, Jesucristo en cuanto hombre y por su propio poder, subió en cuerpo y alma al cielo; pues en cuanto Dios nunca estuvo ausente de él, como está presente en todas las partes. Y afirmamos que está colocado en un lugar igual al del Padre en cuanto Dios, y de mayor preferencia que el de todos los justos y espíritus bienaventurados, en cuanto hombre.
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Los artículos anteriores del Credo referentes a Jesucristo nos muestran su inmensa bondad en la humillación. Nada, en efecto, puede concebirse más humillante que el hecho de que Él haya querido asumir nuestra humana y débil naturaleza y padecer y morir por nosotros. La resurrección, en cambio, y la ascensión, con el consiguiente triunfo a la diestra del Padre, representan lo más grandioso y admirable que puede decirse para la glorificación de Jesucristo.
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“Es justo dar gracias a Dios, porque Jesús, el Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y de la muerte, ha ascendido hoy ante el asombro de los ángeles a lo más alto del cielo, como mediador entre Dios y los hombres, precediéndonos como Cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino”. (Prefacio de la misa de la Ascensión).
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La Sagrada Escritura, por ser palabra de Dios dirigida a toda clase de personas, no suele mostrar los conceptos revelados con expresiones teóricas, sino más bien a través de imágenes. Mucho más dirigiéndose a personas de cultura oriental. Así lo hacía el mismo Jesús con parábolas, algunas vivientes, y gestos proféticos.
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En realidad no hay conceptos humanos que puedan expresar adecuadamente las cosas de Dios, pero sí podemos atisbar algo de ellas a través de imágenes que nos sugieren algo al respecto. Esto es lo que hace el evangelista cuando nos narra la Ascensión de Jesús al cielo.
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El hecho externo de la subida al cielo lo cuenta san Lucas especialmente al principio de “los hechos de los apóstoles”. Jesucristo, después de su resurrección, se quedó cuarenta días en la tierra, para probar con varias apariciones que verdaderamente había resucitado, y para instruir mejor y confirmar a los Apóstoles en las verdades de la fe.
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Cerca de Jerusalén, Jesús reunió a sus discípulos, fue elevándose “hasta que una nube se lo quitó de la vista”. La nube es un signo de Dios. Si fue una nube lo que quitó a Jesús de la vista de sus discípulos, eso significa que Jesús ha recibido la gloria propia de Dios y que se encuentra junto al Padre.
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En la aparición a María Magdalena Jesús muestra que su fin es ir al Padre: "Todavía no he subido al Padre. Vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios" (Jn 20, 17).
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“Subió”. En el Credo significa por su propia virtud
“Subió”. En el Credo significa por su propia virtud. Eso fue porque Jesucristo era y es Hombre-Dios. En esto se diferencia de su Madre Santísima que fue asunta. La Virgen María, como era criatura, aunque la más digna de todas, subió al cielo por la virtud de Dios.
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Jesús subió a los cielos por su propia virtud, no por extraño poder, como sucedió a Elías, que fue llevado a los cielos sobre un carro de fuego. De otros en la Biblia se habla que fueron transportados por los aires, por la virtud de Dios, para hacer un bien, como Habacuc y el diácono Felipe.
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Y no sólo ascendió en cuanto Dios, por la omnipotencia y virtud de su divinidad, sino también en cuanto hombre: porque aquella divina virtud de que estaba dotada el alma gloriosa de Cristo pudo mover a su placer el cuerpo; y el cuerpo, también en estado glorioso, pudo obedecer fácilmente a los deseos del alma que le movía.
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Cuando decimos que Jesús «subió a los cielos», no se nos quiere decir que los cielos sean un lugar físico que esté en algún lugar más alto que nuestra tierra, quizá por encima del firmamento o de los espacios siderales.
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Subir al cielo es una forma de intentar expresar lo que se llama la «trascendencia» de lo divino, su «superioridad» con respecto a todo lo que es de este mundo. Dios no es algo de aquí abajo, aunque pueda manifestarse y hacerse presente aquí de muchas maneras. Dios es esencialmente de «más arriba», del «más allá»:
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Casi todas las religiones han imaginado un «más arriba» como morada de lo divino. Pueden ser montes inaccesibles, como el Olimpo de los griegos, o selvas que el hombre no puede atravesar. El «más allá» absoluto se ha concebido habitualmente, en los ámbitos indoeuropeos y semíticos, como «el cielo» o «los cielos». Es algo por encima del firmamento visible.
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Subió porque había bajado.
Referida la metáfora a Jesús, el Credo dice que éste «subió» a los cielos porque antes se ha dicho que «por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo». Jesús «sube» porque había «bajado». La metáfora expresa así la consumación del proceso salvador que había comenzado con la Encarnación.
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El evangelista san Juan va exponiendo cómo el “Verbo” estaba con Dios, vino al mundo y vuelve a Dios, al Padre. Así decía Jesús en la última cena: “Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y me voy al Padre”. Ya antes le había dicho a Nicodemo : "Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre“.
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El Hijo de Dios, que siendo divino tenia en el cielo su lugar propio, «bajó» a morar entre nosotros, en nuestra tierra, asumiendo la humanidad de Jesús, hijo, según se creía, del carpintero de Nazaret y en todo igual a nosotros. Esto es lo que nos explicó san Pablo cuando escribió en la carta a los Filipenses: Fil 2,6-9.
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Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre».
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Decir que el Hijo de Dios «baja» a la tierra implica, como indica san Pablo, que Dios no se manifiesta como poder dominador, sino como amor solidario con los hombres: se hace verdaderamente humano, vulnerable como los humanos, disponible, «obediente», es decir, sujeto a la condición humana, sin privilegios, como los que le sugirió el tentador.
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Dios en la Encarnación “decide perder poder para ganar comunión”.
Y el que se queda sln poder se queda en este mundo a merced de cualquier prepotente. Esto es lo que le pasó a Jesús, «obediente», sujeto a la vulnerabilidad humana. Esto es realmente lo que significa «bajó del cielo».
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Por contra, cuando se dice «subió a los cielos», se quiere decir que, a pesar de todo, los malvados no sólo no pudieron eliminarlo definitivamente, sino que con su muerte por los hombres se manifiesta el máximo poder y la máxima grandeza del amor de Dios, y por eso ”Dios le exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre”.
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“Y está sentado a la diestra de Dios Padre”.
También esto es una metáfora. "Estar sentado" no significa aquí una posición del cuerpo. Tampoco significa un simple descanso por los trabajos de la redención. Sino que expresa simbólica-mente la firme y estable posesión de aquella suprema potestad y gloria que Cristo recibió de su Padre.
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A Él sujetó todas las cosas bajo sus pies” (Ef 1,20-22).
Así dice san Pablo: “Según la fuerza de su poderosa virtud que Él (el Dios y Padre de la gloria) ejerció en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos por encima de todo principado, potestad, virtud y dominación y de todo cuanto tiene nombre, no sólo en este siglo, sino también en el venidero. A Él sujetó todas las cosas bajo sus pies” (Ef 1,20-22).
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Está claro que esta gloria es tan propia y exclusiva de Cristo, que en modo alguno puede convenir a ninguna otra criatura humana. El autor de la carta a los hebreos lo dice muy claramente: “¿Y a cuál de los ángeles dijo alguna vez: Siéntate a mi diestra mientras pongo a tus enemigos por escabel de tus pies?” (Heb 1,13). Así pues, la palabra está sentado significa la eterna y pacífica posesión que Jesucristo tiene de su gloria.
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Está a la derecha. Sabemos que Dios está en todas las partes. Es espíritu y materialmente no tiene derecha ni izquierda. Esta es una figura usada frecuentemente en los libros sagrados. Se le atribuyen a Dios cualidades humanas y aun miembros corpóreos por acomodación a nuestro modo de entender y de expresar las cosas.
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En las culturas antiguas se sabía que, cuando, en los festejos públicos, un rey o emperador hacía sentar a alguien a su derecha en el trono, era para mostrar que compartía con él su dignidad y le otorgaba todo su poder. Hasta el salmista lo entendía así, cuando decía: «Dijo Yahvé a mi Señor: siéntate a mi derecha, mientras pongo a tus enemigos como estrado de tus pies» (Sal 109,1; Mc 12,36).
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Confesar que Jesús, después del terrible trance de su pasión y muerte, ha pasado a estar sentado a la derecha de Dios es confesar que Jesús es aquel en quien se cumple la promesa hecha en otro tiempo a David, y que Jesús es «divino», igual a Dios y participante de la dignidad y el poder de Dios.
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Así lo entendieron los acusadores de Jesús en el amañado juicio a que le sometieron para condenarle a muerte. Cuando le preguntaron: «Dinos de una vez si tu eres el Cristo», Jesús respondió: “Si os lo digo, no me creeréis... De ahora en adelante el Hijo del Hombre estará sentado a la derecha del poder de Dios”. Dijeron todos: “Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?”. Él les dijo: “Vosotros lo decís: yo soy”. Dijeron ellos: “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos, pues nosotros lo hemos oído de su boca?” (Lc 22,66-71).
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Los sacerdotes acusadores lo tenían claro: al proclamar que estaría sentado a la derecha de Dios, Jesús se hacía igual a Dios. Según el evangelista Mateo, Jesús habría dicho en esta ocasión: “Os declaro que a partir de ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Poder [de Dios] y venir sobre las nubes del cielo” (Mt 26,64).
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San Pedro, en su primer discurso a la multitud después de la experiencia de Pentecostés, explica quién fue Jesús: «A este Jesús, Dios lo resucitó, de lo cual todos nosotros somos testigos. Y, exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís... Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado» (Hch 2,32-36).
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Esto mismo expresaba san Esteban, el primer mártir, cuando estaba siendo apedreado a muerte: «Lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús, que estaba a la derecha de Dios» (Hch 7, 55-56).
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Confesar que Jesús está sentado a la derecha de Dios es confesar que Jesús, que se rebajó hasta la muerte de cruz “por nosotros”, ha sido plenamente glorificado por el Padre y constituido Señor, para gloria de Dios Padre. Confesar que Jesús está a la derecha de Dios es confesar que Jesús es el Señor que comparte plenamente el poder de Dios.
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Por eso en los escritos paulinos se repite esta fórmula: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios» (Col 3,1). - Igualmente en la carta a los hebreos: «Él [Jesús], habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio se sentó a la derecha de Dios para siempre, esperando desde entonces hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies» (Hb 10, 12).
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Afirmar que Jesús está sentado a la derecha del Padre
Afirmar que Jesús está sentado a la derecha del Padre. significa que está en el mismo nivel del Padre, y no «por debajo» de él, como han profesado muchos herejes. Jesús comparte trono con el Padre, con su mismo poder y dignidad, aunque realmente distinto de él. Porque una misma es la gloria y el poder y la fuerza y la salvación del Padre, y del Hijo y del Espíritu de ambos. Es un solo Dios en tres personas, revelado como tal para salvación de la humanidad.
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Podemos determinar varias razones por las que Jesús debió subir al cielo y “está sentado a la diestra de Dios Padre”. Una, que hemos ido diciendo, es que se merece toda alabanza y gloria como Dios y como hombre, al haber conquistado el reino con su obediencia hasta la muerte.
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Jesús, sentado a la diestra de Dios, es nuestro mayor motivo de esperanza: Él se ha hecho solidario y hermano nuestro con todos nosotros y ha experimentado nuestra misma debilidad hasta la muerte. Pero, habiendo triunfado del mal, es garantía de nuestro triunfo; y a la vez, estando sentado a la derecha de Dios, es nuestro protector con el poder mismo de Dios.
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El autor de la carta a los hebreos consuela a unos cristianos y les da ánimos con varios argumentos; pero el primero y principal, que se repite a lo largo de la carta, es que tenemos a la derecha del Padre a Jesús, que es nuestro auténtico Sumo Sacerdote y que intercede siempre por nosotros. Con este protector, nada podemos temer.
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Quiso el Señor subir a los cielos para que nosotros le siguiéramos en su ascensión con toda el alma y con todo el deseo. En su muerte y resurrección nos enseñó a morir y resucitar espiritualmente, y en su ascensión nos enseña a levantar nuestro pensamiento al cielo, y nos recuerda que mientras estamos en la tierra somos peregrinos y huéspedes que buscan la patria, conciudadanos de los santos y familiares de Dios.
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Estando Jesús en el cielo, para fortalecernos en la fe y poder caminar con seguridad hacia la patria eterna, nos envía el Espíritu Santo. Así les dijo Jesús a los apóstoles en la Última Cena: “Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya. Porque, si no me fuere, el Abogado no vendrá a vosotros; pero, si me fuere, os le enviaré” (Jn 16,7).
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Jesús fue al cielo para prepararnos un lugar
Jesús fue al cielo para prepararnos un lugar. Así se lo había dicho a los apóstoles en la Última cena: "Voy a prepararos un sitio" (Jn 14,2).
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Por eso debemos estar esperanzados y alegres
Por eso debemos estar esperanzados y alegres. Jesús, aunque se fue al cielo, permanece con nosotros dándonos aliento y esperándonos en el cielo.
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No os quedéis tristes aunque me voy, aunque me voy yo volveré.
Automático
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No os quedéis tristes aunque me voy, aunque me voy yo volveré.
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Voy a la casa de mi Padre a prepararos un lugar.
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Vendrá mi Espíritu a vosotros para enseñaros la verdad.
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No os quedéis tristes aunque me voy, aunque me voy yo volveré.
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Cuando los hombres os persigan, no tengáis miedo, confiad.
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Yo estaré siempre con vosotros, a vuestro lado hasta el final.
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No os quedéis tristes aunque me voy, aunque me voy yo volveré.
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Que María, subida al cielo, interceda para que todos nosotros vayamos algún día también.
AMÉN
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