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Publicada porJuan Luis Sáez Miranda Modificado hace 9 años
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Ciclo C Domingo de Pentecostés «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo»
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Primera Lectura - Hechos 2,1-11 1 Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. 2 De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. 3 Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. 4 Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.
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5 Había en Jerusalén judíos piadosos, Venidos de todas las naciones del mundo. 6 Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. 7 Con gran admiración y estupor decían: «¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? 8 ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? 9 Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, 10 en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, 11 judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios». Palabra de Dios Te alabamos Señor
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La palabra griega pentecostés quiere decir: «fiesta del día cincuenta» se celebraba como una importante fiesta judía de origen agrícola. Los judíos la llamaban también «fiesta de las semanas» o «fiesta de las primicias» (Ex 23,16; 34,22), pues en ella, siete semanas después de haberse iniciado la siega, se resentaban al Señor las primicias de los frutos cosechados en acción de gracias por las bendiciones recibidas. Con el tiempo esta fiesta agrícola se convirtió en una fiesta que conmemoraba la promulgación de la Ley en el Sinaí.La fiesta del Sinaí, celebrada cincuenta días después de la Pascua, era la fiesta del Pacto. «Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar»
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San Lucas señala que fue en esta fiesta, cuando el Espíritu prometido por el Señor Jesús fue enviado sobre los Apóstoles. Desde entonces los cristianos llamamos también Pentecostés a esta fiesta porque el envío del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en el Cenáculo en torno a Santa María tuvo lugar cincuenta días después de la Resurrección del Señor Jesús.
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Pentecostés se presenta entonces como un nuevo Sinaí, como la fiesta del nuevo Pacto, en el que la alianza de Dios con Israel se extiende ahora a todos los pueblos de la tierra. La irrupción del Espíritu Santo en forma de viento y fuego remiten al Sinaí, donde Dios se había revelado al pueblo de Israel, le concedió su Ley y selló su alianza (Ex 19, 3).
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Este tiempo de la Iglesia lo llena el Cristo resucitado en la formación de su Cuerpo. Su misión: encarnar, en su contingencia, una realidad -Reino de Dios- que pertenece a la eternidad. De este modo el Espíritu Santo se presenta como el gran protagonista de la evangelización. El Espíritu Santo es la Persona divina que reconcilia, que une en una misma comunión y en un mismo Cuerpo a quienes son tan diversos entre sí.
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1 Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a su santo Nombre; 2 bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios. 11 Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así de inmenso es su amor por los que lo temen; 12 cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados. 19 El Señor puso su trono en el cielo, y su realeza gobierna el universo. 20 ¡Bendigan al Señor, todos sus ángeles, los fuertes guerreros que cumplen sus órdenes apenas oyen la voz de su palabra! Salmo 103(102) 1-2.11-12.19-20ab.
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En este bellísimo salmo se canta la benevolencia de Dios, que se muestra indulgente y comprensivo con el pecador. Las exigencias de su misericordia se sobreponen a las de su justicia, y el corazón arrepentido encuentra siempre el perdón de parte del Dios que conoce la fragilidad de la naturaleza humana. No es un Juez acusador, sino un Padre benévolo con sus hijos. «Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a su santo Nombre»
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A su homenaje deben asociarse las milicias del cielo, la constelación de astros que ciegamente se mueven como un ejército cumpliendo la voluntad divina. Todas las obras de Dios, que como tales llevan el sello del Creador, deben bendecirle, pues en ellas se ha mostrado su magnanimidad y riqueza infinitas. Es un himno de acción de gracias y de alabanza. Este salmo es considerado como una de las obras maestras del Salterio. El espíritu del salmista se refleja ya las perspectivas cristianas: el Dios paternal y providente se sobrepone al Dios justiciero del Sinaí.
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3 Por eso les aseguro que nadie, movido por el Espíritu de Dios, puede decir: «Maldito sea Jesús». Y nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no está impulsado por el Espíritu Santo. 4 Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. 5 Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. 6 Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. 7 En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. 12 Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. 13 Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo –judíos y griegos, esclavos y hombres libres– y todos hemos bebido de un mismo Espíritu. Palabra de Dios Te alabamos Señor Segunda Lectura - I Corintios 12,3b-7.12-13
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Como testigo y pastor, Pablo da una instrucciones a los fieles de Corinto; referentes, en este momento, a los llamados carismas. Son algo que atañe a la vida de la comunidad y en cierto modo la caracterizan. Los corintios, niños todavía, no han sabido encajar en profundidad la nueva realidad sobrehumana que los ha sacudido. «Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo»
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La «confesión » de Jesús como Señor implica y expresa, un profundo acto de fe, de esperanza y amor: una adhesión personal radical a la persona de Cristo. Los carismas, por venir del Espíritu de Cristo y conducir a Dios, llevan una orientación en unidad y variedad, a la Iglesia, Esposa del Verbo encarnado. Por eso, no puede estar movido por el Espíritu quien niegue, afee, mutile o deje malparado el santísimo misterio del Verbo encarnado, considerado en toda su real amplitud.
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Si vienen de un Espíritu han de formar un cuerpo. Ésa es precisamente la maravilla: levantar, de partes y elementos dispersos y dispares, un edificio bien ensamblado y articulado. La imagen del cuerpo humano y de los miembros que lo integran es iluminadora. El carisma, acción vivificadora del Espíritu, no rompe la unidad, antes bien la crea y la conserva. Las intervenciones del Espíritu en la comunidad llevan un aire comunitario inconfundible. Son fuerzas que componen, articulan, edifican.
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Hay que conservar vivos y frescos, y en tensión, los dos elementos: unidad en la diversidad y diversidad en la unidad. Es menester saberse «uno» en el cuerpo «uno» -Cristo e Iglesia- y tratar de ensamblar todas las aspiraciones, tendencias, movimientos y cualidades en esa «nueva» realidad.
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22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. 23 Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan». 19 Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». 20 Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. 21 Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» Lectura del Santo Evangelio Juan 20,19-23 Palabra de Dios Gloria a Ti, Señor Jesús
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Jesús se presenta entre los que lo tenían presente y se coloca en medio, en el centro. Jesús, en el evangelio de San Juan, está siempre en el centro. En medio de la Casa, Jesús; en medio de los fieles, Jesús; en medio de la historia, Jesús; con una fuerza de cohesión y una irradiación de luz sin límites. Pero el Jesús que ahora se presenta, tan familiar y conocido, es «otro». Es el mismo y es «otro». «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo»
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Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Su alegría es la alegría por excelencia, porque se apoya en la seguridad de saberse siempre en las manos del Señor. En esta alegría, que no pasa, nos unimos todos. Con Jesús en medio, la vida de los discípulos, como individuos y como grupo, cobra sentido. ¡Jesús ha resucitado! No hay muerte para el Siervo de Dios y para los que le siguen. Jesús se manifiesta totalmente transformado y les dijo: Paz a vosotros. Jesús da y crea la paz. Pues ahí están el Príncipe y su Paz.
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Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les será retenidos». Tras el «envío», el poder que los capacita y la fuerza que los impulsa: el don del Espíritu Santo. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. El Padre, genitor, envía al Hijo engendrado, acata y ejecuta la misión. Los discípulos entran en la misteriosa misión del Hijo y en su misteriosa relación con el Padre: son hijos y son enviados.
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Jesús nos entrega la Paz y nos llena de alegría; nos da como raíz y fundamento, causa y razón de todo, al Espíritu Santo. Tan sólo así podemos entender nuestra incorporación a Cristo, en la Trinidad misma. Para ser hijos de Dios, para permanecer en tan maravillosa condición, para vivirla con intensidad, para poder comunicarla a otros es imprescindible el don del Espíritu Santo.
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Señor, Tú que prometiste darnos el Espíritu Santo para que nos lo enseñara todo y nos fuera recordando todo lo que nos habías dicho, envíanos este Espíritu para que ilumine nuestra fe Gracias Señor por tu Palabra purificadora, que ilumina, alimenta, enriquece, alegra, consuela y compromete. Concédenos vivir conforme a ella.
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Ven, Espíritu Divino manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.
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Madre de Dios y Madre Nuestra, Virgen del Rocío, a quien con devoción veneramos, en la entrañable advocación del Rocío: Manifiesta a tus hijos tu ternura, amparando a quienes hoy, te invocan de todo corazón. Socórrenos en nuestras necesidades, consuélanos en nuestra aflicción. Danos el auxilio de tu ayuda para salir del pecado. Y alcánzanos del Señor el perdón de las muchas culpas, con que hemos ofendido a tu Hijo Jesús. Señora Madre Nuestra :Intercede por nosotros, para que, libre de los males espirituales y temporales, sirvamos al Señor en Santidad y justicia,todos los días de nuestra vida. Así, bajo tu amparo y patrocinio, llegaremos a tener parte contigo en el gozo del reino de los Cielos. Amén.
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Si deseas recibir el Evangelio del Domingo envía un correo a:siembraconmigo@gmail.com Con el título: “Suscripción a Siembra Sagrada” Servicio Gratuito con Fines Educativos
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