Hemos visto que la Misa tiene un valor infinito, porque es el mismo sacrificio de la Cruz, donde Cristo se ofrece. Pero vamos a ver en concreto las partes de la Misa para conocerla mejor, estimarla, amarla y vivirla mejor.
La Misa tiene dos grandes partes: la liturgia de la palabra y la liturgia del sacrificio. Pero al principio hay una preparación o antesala de la Misa, que tiene varias partes: Entrada, arrepenti- miento, alabanza y súplica.
Podemos decir que la Misa sigue los pasos que inició Jesús en la 1ª Misa: Reunió a los apóstoles, les lavó los pies para purificarlos, les habló, recitaron himnos, preparó el pan y el vino. Luego vino la consagración y la comunión.
Puede ser uno o pueden ser varios. Puede ser de forma sencilla o muy solemne a través de todo el templo. Es como el ponerse en contacto el celebrante o celebrantes con la asamblea para conectar en el espíritu. Lo primero es la entrada de quien va a celebrar la misa.
Se solía recitar algún salmo y se solía repetir alguna antífona correspondiente a la solemnidad del día. Desde el año 1964, año de muchos cambios, se simplificó mucho el introito; pero algo quedó, de modo que muchos sacerdotes lo siguen recitando, aunque no es obligatorio. Sobre todo si es solemne, se canta un canto de entrada. Desde muy antiguo se llamaba “el introito”.
Si está allí el sagrario, el saludo es directamente a Jesús y por lo tanto se hace genuflexión. También puede ser inclinación profunda, dependiendo de las diferentes culturas, tradiciones o simplemente por debilidad física del celebrante. Al llegar ante el altar, el celebrante y sus acompañantes hacen un saludo.
El celebrante llega al altar y lo besa. Hasta el año 1964 (y los que ahora celebran la llamada misa tridentina) no se subía al altar hasta haber realizado el acto penitencial, que era al pie del altar. Este acto era más largo que ahora con salmo de arrepentimiento y de pedir ayuda.
Es como si besase al mismo Jesucristo. El altar es un símbolo de Cristo y le representa. Este beso es como la expresión externa del primer saludo que se hace al principal celebrante que nos espera, que es Jesús, el Maestro. En la misa normal de ahora el celebrante llega, sube al altar y lo besa.
Cuando comenzaron a ponerse, como obligación, las reliquias de un santo, normalmente un mártir, en el altar, el beso al altar es también un signo de respeto hacia esas reliquias y es como ponerse en contacto con los santos en parte presentes en el altar.
Antiguamente se besaba el altar no sólo al principio y al final, sino varias veces durante la misa. Después simplificando, como en otros ritos, se vio que bastaba con el saludo y la despedida a Jesús en esa forma de beso al altar.
Por eso en el canto de entrada, que aún suele acompañar al beso al altar, la comunidad acompaña con un canto que suele ser de alegría. Uno de los primeros cantos de entrada que se compusieron en castellano, viniendo la reforma, y que se hizo muy popular fue: Este beso es también como un signo de alegría, como cuando uno se encuentra con el amigo.
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su verdad y su justicia,
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El altar, como representa a Cristo, es signo de cariño y de veneración. Por eso, después de besarle, en las misas solemnes se le inciensa. En la Iglesia el incienso siempre se ha tenido como un signo o un deseo de adorar a Dios.
Del incienso para la liturgia ya se hablaba en el Antiguo Testamento. En el libro del Éxodo se dice cómo Dios le mandó a Moisés ofrecer incienso sobre el altar de oro. Ya era símbolo de las oraciones que suben hacia el Señor.
En el Apocalipsis (5,8) se habla de los ancianos postrados ante el Cordero, teniendo cada uno sus copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos. Así la Iglesia quiere venerar el altar, pero al mismo tiempo preparar- nos para la oración.
Hubo un tiempo en que la Iglesia tuvo que retirar la ceremonia del incienso, porque recibía muchas críticas sobre que estaba idolatrando al altar. En la Roma antigua el incienso, además de usarlo para las divinidades, se usaba para los emperadores. Quizá por ello se insistió más en el subir de las oraciones de los santos.
Hace sobre sí mismo la señal de la cruz, como indicando que lo que allí se va a celebrar y hacer presente es el mismo sacrificio de Jesús en la cruz. Lo primero que normalmente el celebrante pronuncia en alta voz es la invocación a la Santísima Trinidad que acompaña al signo de la santa Cruz.
Y juntamente con esta invocación, el celebrante saluda litúrgicamente a la asamblea. Las palabras de la liturgia ya son suficientemente expresivas si se dicen de corazón. Muchos las aumentan con la explicación del motivo de ese digno encuentro.
Hay otra ceremonia que se suele hacer al principio de la misa en algunos lugares y tiempos litúrgicos. Es el asperjar a los fieles con agua bendita. Es para simbolizar el arrepenti- miento y por eso sustituye al acto penitencial
Lo que importa es el corazón y la buena intención. No es que necesariamente tenga que caer el agua sobre cada uno.
Normalmente después del signo de la cruz y el saludo viene el acto penitencial. Se entiende que la misa es un acto tan grande en que vamos al encuentro de Dios, mientras que nosotros somos muy limitados por nuestras faltas y pecados. Por eso necesita- mos purificar- nos.
Muchos ejemplos o comparaciones se suelen poner. Cuando Moisés estaba para acercarse a la zarza que ardía sin consumirse, signo de la presencia de Dios, escuchó la voz del Señor que le decía: “Moisés, no te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado”.
Con cuánta mayor razón de limpieza hemos de acercarnos al altar de la misa, que es el monte santo de Dios, representación del Calvario, donde Jesús arde con amor inextinguible.
En cuanto a cómo realizar el acto penitencial, hoy la Iglesia no es tan rígida como hace unos sesenta años. Se permiten diversas fórmulas, como en otras partes de la misa. Ya vimos que se puede hacer por el asperjar con agua bendita. Pero lo normal es recitar el “Yo confieso”
El “yo confieso” es como un juicio con dos partes. Nos encontramos ante el trono de Dios y rodeados por nuestros hermanos de la asamblea. Nosotros con humildad, al hacernos reos de nuestras culpas, pedimos que la Virgen María y los santos intercedan por nosotros.
Por eso nos acercamos al Señor y le pedimos que tenga piedad de nosotros. Es como acercarse a las puertas del palacio y llamar pidiendo misericordia.
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Señor, ten piedad.
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Con esto se constata lo antiguo de estas preces, ya que en los primeros siglos del cristianismo aun en Roma la lengua litúrgica era el griego. Cuando la misa se decía, o se dice, en latín, es curioso el hecho de que estas plegarias están dichas en griego, Kirie eleison.
Estas tres plegarias: Señor, ten piedad, Cristo, ten piedad y Señor, ten piedad, durante siglos se repetían tres veces cada una, ahora sólo dos normalmente. Pero todas están dirigidas a la persona de Jesucristo.
En la primitiva cristiandad llamar “Señor” (Kirie) a Jesucristo significaba una gran valentía, pues en el imperio romano esa denominación sólo se daba al emperador.
Pero decirla de corazón no sólo requería el valor, sino una gracia especial de Dios, según lo que decía san Pablo: que nadie puede decir de verdad “Señor” a Jesucristo si no es con una luz y gracia especial del Espíritu Santo.
Esta repetición del “Señor, ten piedad” en la antigüedad venía a ser el final de alguna procesión penitencial, a veces en unión de la misa, otras veces no. No solía tener número fijo. Creo que fue san Gregorio Magno quien determinó que para terminar el acto penitencial de la misa se repitiera tres por tres veces.
No se trata de ningún sacramento, como es el de la penitencia o confesión. Por lo tanto los pecados graves no quedan perdonados; pero sí los pequeños como por toda obra buena que hagamos. Después del “yo confieso” y antes del “Señor, ten piedad” formula el celebrante un deseo de que Dios nos perdone.
Así que, cuando el celebrante dice: “Dios todopoderoso tenga piedad de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna”, no está haciendo ninguna absolución de pecados, sino formulando el deseo de que Dios nos perdone las faltas y nos dé un arrepentimiento sincero de lo peor.
A veces a cada una de las tres invocaciones del “Señor, ten piedad” se le antecede con una motivación diferente, como cuando se dice: “Tu que has sido enviado a sanar los corazones afligidos”. Y se dice el “Señor, ten piedad” repetido.
Tu que has sido enviado a sanar los corazones afligidos, Au to má ti co
Tu que has venido a llamar a los peca dores,
Tu que estás sentado a la derecha del Padre para interceder por nosotros,
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Se supone que, después del pequeño acto penitencial, el cristiano se sienta un poco más unido con el Padre bueno, siempre rico en misericordia. Y ahora se dirige a Dios para alabarle con el “Gloria”, si es algo de fiesta, o para unirse en la oración o plegaria.
En la antigüedad tenía diversas formulaciones; pero el que tiene la liturgia romana parece que está desde el año 400 o poco más. Es como la respuesta gozosa a las súplicas anteriores. El “gloria” es un himno muy antiguo en honor de la Santísima Trinidad.
Ahora se dice en todos los domingos menos en Cuaresma y adviento. También se dice en lo que en liturgia se llama “fiesta” como, por ejemplo, para los apóstoles. Comienza con las palabras que los ángeles cantaron en la Navidad. Por eso hubo un tiempo en que sólo se decía o cantaba en Navidad. Luego se extendió a otras grandes fiestas.
Al Padre le alabamos y bendecimos no ya por las grandes obras realizadas, sino por su misma gloria, “su inmensa gloria”. Vamos expre- sando nuestros senti- mientos para con las tres personas de la Santísi- ma Trinidad.
Comenzamos alabando al Señor, luego le damos gracias, le pedimos también perdón y le dirigimos algunas súplicas. En el “gloria” vamos expre- sando en resumen los 4 fines de la misa:
Comienza con las palabras de los ángeles en Navidad, porque cada misa es como una nueva navidad. Y toda la alabanza a Dios Padre será por medio de Jesús que viene a estar entre nosotros.
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y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Hacer CLICK
Después del acto penitencial, o del “gloria” si hay, viene la oración, que se llama “colecta”. Esta palabra significa resumen o recolección. Parece ser que en un tiempo algunos fieles expresaban sus peticiones particulares. Y luego el celebrante hacía el resumen, la “colecta”.
Así que, más que otras oraciones, es la oración propia de toda la comunidad. Se dice en nombre de toda la Iglesia. Por eso el celebrante comienza con un solemne “oremos”.
Normalmente va dirigida a Dios Padre. Muy pocas veces al Hijo. Comienza con una invocación: por ejemplo, Dios todopoderoso y eterno. Luego viene el motivo fundamental de la súplica tomado del sentido de la fiesta. Por ejemplo, si es fiesta del Corpus: “Oh Dios que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu Pasión”.
Viene luego ya la súplica en concreto, que es lo que se pretende en la oración. Muchas veces depende del sentido de la fiesta. Pero a veces es una necesidad general: simplemente se dice que nos escuche, que nos defienda en los peligros, que nos aumente la gracia.
Jesús nos dijo que nuestra oración sería infalible cuando la dirijamos al Padre por medio del mismo Jesús. Así que es una comunicación con la Santísima Trinidad. Y la oración dirigida al Padre termina poniendo por intercesor a Jesucristo, en unidad del Espíritu Santo.
Esta palabra es de origen hebreo y significa un asentimiento o aprobación. San Agustín decía: “Decir amén es suscribir”. Y es formular un nuevo deseo de que todo lo de esa petición se realice. La oración termina respondien- do toda la asamblea: Amén.
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Amén, amén, amén.
Amén, amén, amén.
Amén, amén, amén.
Como la Virgen María, siempre respondía: