Oveja perdida Saltando sobre las flores se marcha el atardecer. Ya se han callado las aves y se han dormido los campos sólo mi corazón herido no duerme.
Rasga mi voz el silencio como un salmo vertical que subiera por los montes al encuentro del Señor que cuida de las quebradas del agua mansa y la brava y también de los pastores que velan por la majada.
A Dios doy gracias por la hierba y la montaña por el bosque y por el canto nocturno y vibrante del ruiseñor que requiebra en la enramada sus trinos en do mayor.
Y le digo: Señor, que escuchas la melodía dulce del agua que baja clara de la montaña y el balido de la oveja enredada en la maraña, escucha mi voz desafinada en la niebla densa de la mañana.
No es mi voz la voz silbante del pastor que conduce alegre el rebaño por el campo.
Soy apenas el balido trashumante de una oveja perdida en la noche. Acerca, si quieres, tu oído, Señor, a mi clamor peregrino y plántame de raíz a la vera de tu cauce como el árbol señero que añora la fuente.
Acércame a tu cielo donde cabe el ciervo herido el rico arrepentido y el mendigo.
Déjame brindar contigo por el atardecer y las flores por la quebrada y los campos por el rebaño y la oveja que al fin encontró tu camino. Juan Manuel del Río