(Carta de San Pablo a los Romanos 6, 3)

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Transcripción de la presentación:

(Carta de San Pablo a los Romanos 6, 3) ¿Es que no sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? (Carta de San Pablo a los Romanos 6, 3) El Bautismo

Hemos sido creados por amor de Dios, a su imagen y semejanza. Nuestra naturaleza es buena, buscamos el bien, la felicidad. Estamos hechos para conocer y amar a Dios, que nos ama. “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Ti” (Confesiones de San Agustín, siglo V).

Desconfió de Dios, que le había creado por amor. Pero el hombre rechazó el amor de Dios, pensó que sería más feliz por su cuenta. Desconfió de Dios, que le había creado por amor. Así, el hombre se sometió a “la ley del pecado y de la muerte”, que le lleva a un destino fatal… Nuestra naturaleza sigue siendo buena, pero quedó herida por el pecado.

Y por sí solo, es incapaz de cambiar esto. Rechazando a Dios, el hombre… Quiere el bien, pero hace el mal. Quiere amar, pero lo estropea, y hace daño a los más cercanos. Quiere ser justo, pero es muy egoísta. Quiere ser libre, pero se deja esclavizar por la droga, el alcohol, el sexo, la pereza, el poder, el dinero, las ideologías… Busca un sentido en su vida, pero no lo encuentra, porque ha rechazado a Dios. Por todo eso, no tiene paz en su corazón. Así va desperdiciando su vida, la pierde y se separa de Dios para siempre. Y por sí solo, es incapaz de cambiar esto. El hombre está herido y no puede salvarse a sí mismo.

¡Pero Dios no nos abandonó al poder del pecado y de la muerte! Este icono ruso, de Ruvlev (s. XV), representa el Consejo Divino. El Padre (casa), el Hijo (árbol) y el Espíritu Santo (monte) se reúnen alrededor de una mesa para ver la manera de salvar al hombre, que ha caído. Deciden que el Hijo, el Verbo Eterno, se haga hombre (Jesucristo), entregando su vida a cambio de salvarnos del poder del pecado y de la muerte. Así, el hombre sufriente se unirá a Cristo, Dios y Hombre, quedará sanado e incorporado a la divinidad. Unido a Cristo, el hombre seguirá teniendo luchas, tentaciones y caídas, pero ya no estará solo, y podrá vencer sobre el mal. Morirá, pero resucitará a la vida eterna en el Cielo. La copa de la mesa simboliza que Cristo se entrega a sí mismo, y unido a Él, el hombre podrá participar en la mesa de Dios.

Como decimos en el Credo: “Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del Cielo…”

“Nadie me quita la vida, sino que Yo la entrego libremente”. Poniéndose en nuestro lugar, como si fuera un pecador, recibió sobre Sí mismo el castigo que nos correspondía a nosotros. Así, cargando Él mismo con nuestras culpas, mereció para nosotros el perdón de Dios. “Nadie me quita la vida, sino que Yo la entrego libremente”. (Evangelio según San Juan 10, 18)

“Le vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un varón de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimábamos leproso, herido de Dios y humillado; pero Él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes”. (Isaías 53, 2-5)

“Nuestro castigo saludable cayó sobre Él; sus cicatrices nos curaron” (Isaías 53,5)

“Por el Bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva”. (Carta de San Pablo a los Romanos 6, 4) El agua es signo sacramental de que verdaderamente somos sepultados con Cristo y resucitamos con Él a una vida nueva. .

Dijo Jesús Resucitado: “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” . Evangelio según San Mateo 28,19.

En esta vida nueva ya hemos sido liberados, REDIMIDOS de la ley del pecado y de la muerte. El mal ya no tiene dominio sobre nosotros. Dios nos ha regalado la gracia, la fuerza del Espíritu Santo, que fue ganada por Cristo en la cruz, para que podamos vencer en nuestra lucha contra el mal. El vestido blanco de “cristianar” es símbolo de esa nueva vida en Cristo. Hemos sido hechos cristianos. Cristo nos enseña y nos da la fuerza para seguirle.

En la celebración de la Resurrección, al final de la Semana Santa, el sacerdote enciende el CIRIO PASCUAL, en medio de la noche. Simboliza que Cristo ha resucitado, y todos encienden sus velas con la misma llama, que pasa de unos a otros. Al hacerlo, cantan: “¡Luz de Cristo / Demos gracias a Dios!” En el bautizo también se enciende un pequeño cirio para el bautizado con la misma llama del CIRIO PASCUAL. Simboliza la Resurrección y la luz de la fe en Cristo que le acompañarán en su vida.

En el bautismo de adultos, o de niños con uso de razón, el Espíritu Santo ya antes les movió a decir el SÍ de la FÉ a Dios, a la predicación de Cristo, y han recibido catequesis. Pero en el Bautismo, reciben la FÉ sobrenatural, que el Espíritu Santo infunde en su alma. En el bautismo de niños pequeños, también reciben la FÉ sobrenatural. Será cuando, más mayores, vayan recibiendo la enseñanza cristiana en su familia (padres, padrinos, etc.) y en la catequesis, cuando ellos vayan confirmando el SÍ de la FÉ que han recibido en el Bautismo con su palabra y con sus obras.

“Hemos recibido un Espíritu de hijos de adopción, por el que clamamos: Al unirnos a Cristo, el Hijo de Dios, en el Bautismo, nos hacemos hijos adoptivos de Dios. “Hemos recibido un Espíritu de hijos de adopción, por el que clamamos: ¡Abbá, Padre!” (Carta de San Pablo a los Romanos 8,15) Abbá = “papaíto”

Jesús dijo: “Si alguien me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a Él y haremos morada en Él”. Evangelio según San Juan 14, 23. Por el Bautismo recibimos también la GRACIA SANTIFICANTE, que es la presencia de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en el interior de la persona. Por eso podemos decir, con toda verdad, que el que ha sido bautizado lleva a Dios en su corazón, a menos que él mismo le expulse luego con el pecado grave.

Cuando se haga mayor, manteniéndose en la fe, recibiendo la gracia de Dios en los sacramentos con la Reconciliación, la Eucaristía, etc. y manteniendo una relación con Dios vivo en la oración, la presencia de Dios en su corazón le irá ayudando a mantenerse en la fe, la esperanza y el amor que le hace obrar bien y evitar el mal. En la Eucaristía, los cristianos recibimos el Alimento (Cuerpo de Cristo) para vivir cristianamente, y presenciamos, como en una ventana abierta en el tiempo, el sacrificio de Cristo en el Calvario y su Resurrección. Cuando la gracia santificante se pierde, y expulsamos a Dios de nuestro corazón por el pecado grave, podemos recuperarle en ese otro “bautismo trabajoso” que es el Sacramento de la Reconciliación” (arrepentimiento y confesión de los pecados al sacerdote). “Cuando yo sea levantado, atraeré a todos hacia mí”. Evangelio según San Juan 12,32

El bautizado ya es miembro de la Iglesia, que es para él Madre y Maestra. “Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios”. Carta de San pablo a los Efesios 2, 19 “Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas razas, naciones, pueblos y lenguas… Estos son los que han blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero” Apocalipsis 7, 7-14

El que se bautiza recibe también una unción con un aceite bendecido. Esta unción significa el don del Espíritu Santo que le hace ser, por medio de Jesucristo, sacerdote, profeta y rey como Él lo es. SACERDOTE: para ofrecerse en sacrificio al Padre, unido a Cristo, por los demás. PROFETA: para hablar a otros en nombre de Dios, llevándoles su amor y su palabra REY: para dominar y no ser vencido por el mal y poder vivir como cristiano.

El poder del Espíritu Santo hace que el mal ya no tenga el poder sobre nosotros: podemos vencerle, por la gracia de Cristo. “La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte” Carta de San Pablo a los Romanos 8,2 El Bautismo contiene también un exorcismo, para que el demonio no tenga poder sobre el bautizado. Lo mismo que los antiguos luchadores untaban su cuerpo con aceite para que el enemigo no pudiera agarrarlos fácilmente, el aceite del Espíritu Santo unge al que se bautiza para que el Enemigo no pueda hacer presa en él.

“Mujer, ahí tienes a tu hijo; hijo, ahí tienes a tu Madre”. Y María… ¡nuestra Madre Inmaculada, auxilio de los cristianos! Como les dijo Jesús en la cruz a la Virgen y a Juan: “Mujer, ahí tienes a tu hijo; hijo, ahí tienes a tu Madre”. Reina del Rosario, de Cádiz Señora; del que es Luz, Aurora, del que es Dios, Santuario; tú eres el Sagrario que trae al Señor, tú eres el sustento de un amor sin cuento… con cuentas de amor.