San Juan tuvo la inmensa dicha de ser el discípulo más amado por Jesús.

Juan era un nativo de Galilea, una zona a orillas del lago Tiberíades, hijo de Zebedeo y Salomé, hermano de Santiago el Mayor.

San Juan era pescador, tal como su hermano y su padre, y según señalan los antiguos relatos, fue discípulo de Juan el Bautista, uno de los dos primeros discípulos de Jesús junto con Andrés.

Se lo considera como el primero de los apóstoles que siguió a Jesús, y el que concluye con la misión apostólica del Apocalipsis o del Revelación de Jesucristo que es un mensaje de esperanza.

La primera llamada de Jesús la recibió Juan estando con Andrés: "Venid y veréis". Estas palabras le quedaron tan profundamente grabadas que, cuando escribía su Evangelio casi sesenta años después aún recordará la hora: «Eran como las cuatro de la tarde cuando el Maestro me llamó».

La segunda cuando estaba con su hermano Santiago, y con sus amigos Simón y Andrés remendando las redes a la orilla del lago; el Señor pasó cerca y les dijo: "Vengan conmigo y los haré pescadores de almas".

Ante este subliminal llamado, el apóstol dejó inmediatamente sus redes, a su padre y lo siguió. Juan evangelista conformó junto con Pedro y Santiago, el pequeño grupo de preferidos que Jesús llevaba a todas partes y que presenciaron sus milagros.

Los tres estuvieron presentes en la Transfiguración, y presenciaron la resurrección de la hija de Jairo.

Los tres presenciaron la agonía de Cristo en el Huerto de los Olivos.

Con Pedro, se fue a preparar la cena de la Pascua y de esta última cena en Jerusalén era un lugar de honor en la mano derecha de Jesús, y a petición de Pedro, el gesto de Juan inclinada de consuelo y de afecto con su cabeza sobre el pecho de Jesús, le preguntó el nombre del traidor entre ellos.

A Juan y su hermano Santiago les puso Jesús un sobrenombre: "Hijos del trueno", debido al carácter impetuoso que ambos tenían. Estos dos hermanos vanidosos y malgeniados se volvieron humildes y bondadosos cuando recibieron el Espíritu Santo.

En muchas otras ocasiones, Jesús demostró a Juan su predilección o su afecto especial. Por consiguiente, nada tiene de extraño desde el punto de vista humano, que la esposa de Zebedeo pidiese al Señor que sus dos hijos llegasen a sentarse junto a Él, uno a la derecha y el otro a la izquierda, en Su Reino. La respuesta de Jesús fue que solo Dios puede designar esos privilegios.

Fue el único de los apóstoles que estuvo presente en el Calvario. Y recibió de Él en sus últimos momentos el más precioso de los regalos. Cristo le encomendó que se encargara de cuidar a la Madre Santísima María, como si fuera su propia madre, diciéndole: "He ahí a tu madre". Y diciendo a María: "He ahí a tu hijo".

El domingo de la resurrección, fue el primero de los apóstoles en llegar al sepulcro vacío de Jesús.

Después de la resurrección de Cristo, en la segunda pesca milagrosa, Juan fue el primero en reconocer a Jesús en la orilla.

Luego Pedro le preguntó al Señor señalando a Juan: "¿Y éste qué?". Jesús le respondió: "Y si yo quiero que se quede hasta que yo venga, a ti qué?". Con esto algunos creyeron que el Señor había anunciado que Juan no moriría. Pero lo que anunció fue que se quedaría vivo por bastante tiempo, hasta que el reinado de Cristo se hubiera extendido mucho. Y en efecto vivió hasta el año 100, y fue el único apóstol al cual no lograron matar los perseguidores.

Juan se encargó de cuidar a María Santísima como el más cariñoso de los hijos. Con Ella se fue a evangelizar a Éfeso y la acompañó hasta la hora de su gloriosa muerte.

Siguió a Pedro en su ministerio, estaba con él cuando trabajaba el primer milagro de la curación del tullido en la puerta del Templo llamada "La Hermosa". Fue arrestado varias veces por el Sanedrín a causa de su predicación, fue azotado Con el grupo de los detenidos. Fue enviado a Samaria para consolidar la creencia de que ya hay mucho por Felipe. San Pablo en los 53 años, lo calificó, junto con Pedro y Santiago el Mayor como «pilares» de la Iglesia naciente.

Tuvo que sufrir la persecución de Domiciano (51 a 96), el segundo contra los cristianos en los últimos años de su imperio, 95 dC y lo hizo echar en una olla de aceite hirviente, pero salió ileso.

Fue desterrado de la isla de Patmos, (archipiélago a unos 70 km de Éfeso) donde escribió el Apocalipsis y tres epístolas sobre los dos principales mandamientos de la ley de Dios - el amor a Dios y el amor al prójimo. Su pensamiento principal en los relatos fue que los cristianos deben aprender a amar.

Después de la muerte de Domiciano, subió al trono el emperador Nerva (96-98) tolerante con los cristianos, por lo que pudo volver a Éfeso donde escribió el Evangelio que lleva su nombre, que tiene por objeto robustecer la fe en las mesianidad y divinidad de Jesucristo, a la par que sirve para completar los Evangelios anteriores, principalmente desde el punto de vista espiritual, por lo cual ha sido llamado el Evangelista del amor.

El mismo nos revela el objetivo que tenía presente al escribirlo: "Todas estas cosas las escribo para que podáis creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y para que, al creer, tengáis la vida en Su nombre". Su Evangelio tiene un carácter enteramente distinto al de los otros tres y es una obra teológica tan sublime que, como dice Teodoreto, "está más allá del entendimiento humano el llegar a profundizarlo y comprenderlo enteramente".

La elevación de su espíritu y de su estilo y lenguaje, está debidamente representad a por el águila que es el símbolo de San Juan el Evangelista. Juan es llamado con razón el Evangelio de la caridad y el teólogo de la verdad y la luz, fue capaz de penetrar en la verdad, porque estaba penetrado por el amor divino. Orígenes, por su calidad teológica de alto vuelo lo llamó "la flor de los Evangelios".

Cuando San Juan era ya muy anciano se hacía llevar a las reuniones de los cristianos y lo único que decía era: "hermanos, ámense los unos a otros". Una vez le preguntaron por qué repetía siempre lo mismo, y respondió: "es que ese es el mandato de Jesús, y si lo cumplimos, todo lo demás vendrá por añadidura".

San Juan murió pacíficamente en Éfeso hacia el tercer año del reinado de Trajano, es decir hacia el año cien de la era cristiana, cuando tenía la edad de noventa y cuatro años, de acuerdo con San Epifanio. Es el único de los Apóstoles que no murió martirizado.

Se lo suele también representar con un cáliz y una víbora porque del "Acta Johannis" procede la historia la cual se cuenta que Aristodemus, sumo sacerdote de Diana en Éfeso, lanzó un reto a San Juan para que bebiese de una copa que contenía un líquido envenenado. El Apóstol tomó el veneno sin sufrir daño alguno y, a raíz de aquel milagro, convirtió a muchos, incluso al sumo sacerdote.

San Juan es sin duda un hombre de valiente por estar al pie de la cruz como ningún otro y al mismo tiempo de una gran profundidad mística capaz de recostar su cabeza sobre el corazón de Jesús. Al amarlo tanto, Jesús nos enseña que esta combinación de virtudes debe ser el ideal para un hombre plenamente hombre.

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