En la Presentación de María al Templo celebramos que toda la belleza y la hermosura del alma de María eran para el Señor.
A medida que iba madurando cautivaría a quienes tenía alrededor, porque la santidad atrae siempre; más aún en el caso de la futura Madre de Dios.
En sus ratos de oración, leería las Sagrada Escritura, y las haría objeto de su reflexión y motivo de sus conversaciones.
Esa riqueza interior se desbordaría luego en el Magníficat, el espléndido himno que pronunció al escuchar el saludo de su prima Isabel.
La fiesta de su Presentación expresa esa pertenencia exclusiva de Nuestra Señora a Dios.
Porque todo en María estaba orientado a ser un verdadero Templo de Dios para recibir al Mesías que debía venir.
Pidamos a María que nos enseñe a ser Templos de Dios para que Jesús se sienta cómo y feliz en nuestro corazón.
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