PRIORIDAD Mello, Anthony. ¿Quién puede hacer que amanezca? 2 ed. Sal Terrae: Santander, 1985. (Pág 197) El Maestro acogía favorablemente los avances.

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PRIORIDAD Mello, Anthony. ¿Quién puede hacer que amanezca? 2 ed. Sal Terrae: Santander, 1985. (Pág 197) El Maestro acogía favorablemente los avances de la tecnología, pero era profundamente consciente de sus limitaciones. Cuando un industrial le preguntó en qué se ocupaba, le respondió: “Me dedico a la industria de las personas”. “¿Y qué demonios es eso?, su puede saberse”, dijo el industrial. “Fijémonos en tu caso”, respondió el Maestro. “Tus esfuerzos producen mejores cosas; los míos, mejores personas”. Más tarde decía a sus discípulos: “El objeto de la vida es lograr el esplendor de las personas, pero hoy día la gente parece estar especialmente interesada por el perfeccionamiento de las cosas”.

ESPIRITUALIDAD Mello, Anthony. Oración de la rana 2. 3 ed. Sal Terrae: Santander, 1993. (Pág 91) Uno de los seguidores de Junaid acudió a éste con una bolsa llena de monedas de oro. Junaid le preguntó: “¿Conservas algunas monedas más?” “Sí”, respondió el discípulo, “muchas.” “¿Y estás apegado a ellas?”, lo interrogó Junaid. “Sí, lo estoy.” “Entonces guarda éstas también, porque tu necesidad es más grande que la mía. Como yo no tengo ni deseo nada, soy mucho más rico que tú...” El corazón del instruido es como un espejo: no se apodera de nada ni rechaza nada; recibe, pero no guarda.

INTERIORIDAD Mello, Anthony. ¿Quién puede hacer que amanezca? 2 ed. Sal Terrae: Santander, 1985. (Pág 27) El discípulo quería un sabio consejo. “Ve, siéntate en tu celda, y tu celda te enseñara la sabiduría”, le dijo el Maestro. “Pero si yo no tengo ninguna celda... Si no soy monje...” “Naturalmente que tienes una celda. Mira dentro de ti”.

CURACIÓN Mello, Anthony. ¿Quién puede hacer que amanezca? 2 ed. Sal Terrae: Santander, 1985. (Päg 147) A una persona muy afligida que había acudido a él en busca de ayuda, le preguntó el Maestro: “Deseas realmente ser curado?” “¿Me habría molestado en acudir a ti si no lo deseara?” “¿Y por qué no? La mayor parte de la gente lo hace”. “¿Para qué?” “No precisamente buscando la curación, que es dolorosa, sino buscando alivio”. Y a sus discípulos les dijo el Maestro: “Las personas que desean curarse con tal que puedan hacerlo sin dolor son como los que están a favor del progreso con tal de que éste no suponga para ellos cambio

SENSIBILIDAD Mello, Anthony. La oración de la rana 1. 9 ed. Sal Terrae: Santander, 1992. (Pág 38) Tres sabios decidieron emprender un viaje, porque, a pesar de ser tenidos por sabios en su país, eran lo bastante humildes para pensar que un viaje les serviría para ensanchar sus mentes. Apenas habían pasado al país vecino cuando divisaron un rascacielos a cierta distancia. “¿Qué podría ser ese enorme objeto?”, se preguntaron. La respuesta más obvia habría sido: “Id allá y averiguadlo”. Pero no: eso podía ser demasiado peligroso, porque ¿y si aquella cosa explotaba cuando uno se acercaba a ella? Era muchísimo más prudente decidir lo que era, antes de averiguarlo. Se expusieron y se examinaron diversas teorías; pero, basándose en sus respectivas experiencias pasadas, las rechazaron todas. Por fin, y basándose en las mismas experiencias –que eran muy abundantes, por cierto-, decidieron que el objeto en cuestión, fuera lo que fuera, sólo podía haber sido puesto allí por gigantes. Aquello les llevó a la conclusión de que sería más seguro evitar absolutamente aquel país. De manera que regresaron a su casa, tras haber añadido una más a su cúmulo de experiencias. Las suposiciones afectan a la observación. La observación engendra convencimiento. El convencimiento produce experiencia. La experiencia crea comportamiento, el cual, a su vez, confirma las suposiciones

EL YO Mello, Anthony. La oración de la rana 1. 9 ed. Sal Terrae: Santander, 1992.(Pág 191) Una mujer estaba agonizando. De pronto, tuvo la sensación de que era llevada al cielo y que era presentada ante el Tribunal. “¿Quién eres?”, dijo una voz. “Soy la mujer del alcalde”, respondió. “Te he preguntado quién eres, no con quién estás casada”. “Soy la madre de cuatro hijos”. “Te he preguntado quién eres, no cuántos hijos tienes”. “Soy una maestra de escuela”. “Te he preguntado quién eres, no cuál es tu profesión”. Y así sucesivamente. Respondiera lo que respondiera, no parecía poder dar una respuesta satisfactoria a la pregunta “¿Quién eres?” “Soy una cristiana”. “Te he preguntado quién eres, no cuál es tu religión”. “Soy una persona que iba todos los días a la iglesia y ayudaba a los pobres y necesitados”. “Te he preguntado quién eres, no lo que hacías”. Evidentemente, la mujer no consiguió pasar el examen, porque fue enviada de nuevo a la tierra. Cuando se recuperó de su enfermedad, tomó la determinación de averiguar quién era. Y todo fue diferente. Conocer las cosas es tener erudición. Conocer a los demás es tener sabiduría. Conocer el propio yo es tener iluminación.

VERDAD Mello, Anthony. La oración de la rana 1. 9 ed. Sal Terrae: Santander, 1992.(pág 270) Alguien llamaba insistentemente al corazón del “buscador”. “¿Quién es?”, preguntó asustado, el pobre. “Soy yo, la Verdad”, fue la respuesta. “No seas ridículo”, dijo el buscador: “La Verdad habla en el silencio”. Aquello, efectivamente hizo que cesaran los golpes, para alivio del buscador. Lo que él no sabía es que los golpes eran producidos por los tremendos latidos de su corazón. La Verdad que nos libera es casi siempre la Verdad que preferiríamos no oír. Por eso, cuando decimos que algo no es verdad, lo que demasiado a menudo queremos decir es que no nos gusta.

AUTORIDAD Mello, Anthony. ¿Oración de la rana 2. 7 ed. Sal Terrae: Santander, 1993. (Pág 38) El príncipe heredero era un verdadero zoquete, por lo que el rey contrató los servicios de un tutor especial, el cual comenzó sus lecciones explicando al príncipe el primer teorema de Euclides. “¿Está claro, Alteza?”, le preguntó cuando hubo concluido. “No”, respondió el príncipe. De modo que el tutor, armándose de paciencia, volvió a explicarle el teorema. “¿Ya quedó claro?, le preguntó. “No”, volvió a responder el príncipe. Y una vez más lo intentó el tutor, sin éxito. Al cabo de diez intento, el real zoquete seguía sin entender el teorema, y el pobre tutor no pudo contener sus lágrimas. “Créame, Alteza”, le dijo entre sollozos, “este teorema es verdadero, y la forma en que se lo he demostrado es la única que hay...” Al oír aquello, el príncipe se puso en pie y, haciendo una solemne inclinación, dijo: “Mi querido amigo, tengo una fe absoluta en lo que usted dice, de modo que, si usted me asegura que el teorema es verdadero, yo lo acepto incondicionalmente. Lo único que siento es que no me lo haya dicho antes. De haberlo hecho, podríamos haber pasado al segundo teorema sin necesidad de perder tanto tiempo.” De este modo tienes todas las respuestas correctas sin necesidad de saber geometría, exactamente igual que hay personas, según ellas, que poseen todas las creencias debidas sin necesidad de conocer a Dios. Decirle a la autoridad: “Piensa por mí, por favor, que soy tonto, es como decir: “Bebe por mí, por favor, que tengo sed.”