Dieron muerte al Heredero, su oblación es haz de luz,

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Transcripción de la presentación:

Dieron muerte al Heredero, su oblación es haz de luz, reina Dios desde el madero, fulge el signo de la cruz. En los cielos contemplamos nuestra prenda tan locuaz como símbolo divino de salud, de amor, de paz. ¡Resplandece, brilla, avanza, oh estandarte del gran Rey! ¡Oh cruz, única esperanza y resumen de su ley! Que presidas nuestra suerte -cada cual con nuestra cruz- y en la hora de la muerte nos conduzcas a Jesús. Gloria al Padre con el Hijo y el Espíritu de amor; las tres personas reciban por la cruz igual honor. Amén.

Delante de la cruz los ojos míos quédenseme, Señor, así mirando, y sin ellos quererlo estén llorando, porque pecaron mucho y están fríos. Y estos labios que dicen mis desvíos, quédenseme, Señor, así cantando, y sin ellos quererlo estén rezando, porque pecaron mucho y son impíos. Y así con la mirada en vos prendida, y así con la palabra prisionera, como la carne a vuestra cruz asida, quédeseme, Señor, el alma entera; y así clavada en vuestra cruz mi vida, Señor, así, cuando queráis me muera. Amén.

Muere Jesús del Gólgota en la cumbre con amor perdonando al que le hería: siente desecho el corazón María del dolor en la inmensa pesadumbre. Se aleja con pavor la muchedumbre cumplida ya la santa profecía; tiembla la tierra; el luminar del día, cegado a tanto horror, pierde su lumbre. Se abren las tumbas, se desgarra el velo y, a impulsos del amor, grande y fecundo, parece estar la cruz, signo de duelo, cerrando, augusta, con el pie profundo, con la excelsa cabeza abriendo el cielo y con los brazos abarcando el mundo. Amén.

Ojos muertos que miráis con mirar indescriptible y con fuerza irresistible atraéis y cautiváis, ¿por qué, si muertos estáis, tenéis tan viva expresión que así turbáis mi razón trocando vuestras miradas en dos punzantes espadas que parten mi corazón? Al veros, ojos piadosos, todo mi ser se conmueve. ¿Quién a miraros se atreve sin llorar, ojos llorosos? Me cautiváis amorosos, me reprendéis justicieros, inspiráis dolor y calma, sois tiernos y sois severos, y las borrascas del alma enfrentáis sólo con veros. ¡Ah! Permitid ojos píos, ojos que sois el encanto del cielo, que con mi llanto borre mis locos desvíos; bebí en cenagosos ríos aguas de ponzoñas llenas que, al infiltrarse en mis venas, causaron fiebres ardientes. ¡Cómo olvidé que erais fuentes de aguas dulces y serenas! Amén

Que no ame la poquedad de cosas que van y vienen; que adore la austeridad de estos sentires que tienen sabores de eternidad; que sienta una dulce herida de ansia de amor desmedida; que ame tu ciencia y tu luz; que vaya, en fin, por la vida como tú estás en la cruz; de sangre los pies cubiertos, llagadas de amor las manos, los ojos al mundo muertos y los dos brazos abiertos para todos mis hermanos. Amén. Brazos rígidos y yertos, por dos garfios traspasados, que aquí estáis, por mis pecados, para recibirme abiertos, para esperarme clavados. Cuerpo llagado de amores, yo te adoro y yo te sigo; yo, Señor de los señores, quiero partir tus dolores subiendo a la cruz contigo. Quiero en la vida seguirte y por sus caminos irte alabando y bendiciendo, y bendecirte sufriendo y muriendo bendecirte.

Heme, Señor, a tus divinas plantas, baja la frente y de rubor cubierta, porque mis culpas son tales y tantas, que tengo miedo a tus miradas santas y el pecho mío a respirar no acierta. Mas, ¡ay!, que renunciar la lumbre hermosa de esos divinos regalados ojos es condenarme a noche tenebrosa; y esa noche es horrible, es espantosa para el que gime ante tus pies de hinojos. Dame licencia ya, Padre adorado, para mirarte y moderar mi miedo; mas no te muestres de esplendor cercado; muéstrate, Padre mío, en cruz clavado, porque sólo en la cruz mirarte puedo. Amén.

la lóbrega mirada de la muerte; tus ojos no se cierran: Oh Cristo, tú no tienes la lóbrega mirada de la muerte; tus ojos no se cierran: son agua limpia donde puedo verme. Oh Cristo, tú no puedes cicatrizar la llaga del costado: un corazón tras ella noches y días me estará esperando. Oh Cristo, tú conoces la intimidad oculta de mi vida; tú sabes mis secretos: te los voy confesando día a día. Oh Cristo, tú aleteas con los brazos unidos al madero; ¡oh valor que convida a levantarse puro sobre el suelo! Oh Cristo, tú sonríes cuando te hieren sordas las espinas; si mi cabeza hierve, haz, Señor, que te mire y te sonría. Oh Cristo, tú que esperas mi último beso darte ante la tumba, también mi joven beso descansa en ti de la incesante lucha. Amén.

Muere la vida y vivo yo sin vida ofendiendo la vida de mi muerte; sangre divina de las venas vierte y mi diamante su dureza olvida. Está la majestad de Dios tendida en una dura cruz, y yo de suerte que soy de sus dolores el más fuerte y de su cuerpo la mayor herida. ¡Oh duro corazón de mármol frío! ¿Tiene tu Dios abierto el lado izquierdo y no te vuelves un copioso río? Morir por él será divino acuerdo, mas eres tú mi vida, Cristo mío, y, como no la tengo, no la pierdo. Amén.

¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza! Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto. ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza con un peso tan dulce en su corteza! Vinagre y sed la boca, apenas gime; y, al golpe de los clavos y la lanza, un mar de sangre fluye, inunda, avanza por tierra, mar y cielo, y los redime. Ablándate, madero, tronco abrupto de duro corazón y fibra inerte; doblégate a este peso y esta muerte que cuelga de tus ramas como un fruto. Tú, solo entre los árboles, crecido para tender a Cristo en tu regazo; tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo de Dios con los verdugos del Ungido. Al Dios de los designios de la historia, que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza; al que en la cruz devuelve la esperanza de toda salvación, honor y gloria. Amén.

Delante de la cruz los ojos míos quédenseme, Señor, así mirando, y sin ellos quererlo estén llorando, porque pecaron mucho y están fríos. Y estos labios que dicen mis desvíos, quédenseme, Señor, así cantando, y sin ellos quererlo estén rezando, porque pecaron mucho y son impíos. Y así con la mirada en vos prendida, y así con la palabra prisionera, como la carne a vuestra cruz asida. Quédeseme, Señor, el alma entera; y así clavada en vuestra cruz mi vida, Señor, así, cuando queráis me muera. Amén.

Este largo martirio de la vida, la fe tan viva y la esperanza muerta, el alma desvelada y tan despierta al dolor, y al consuelo tan dormida; esta perpetua ausencia y despedida, entrar el mal, cerrar tras sí la puerta, con diligencia y gana descubierta de que el bien no halle entrada ni salida; ser los alivios más sangrientos lazos y riendas libres de los desconciertos, efectos son, Señor, de mis pecados, de que me han de librar esos tus brazos que para recibirme están abiertos y por no castigarme están clavados. Amén.

No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido; ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor; muéveme el verte clavado en esa cruz y escarnecido; muéveme el ver tu cuerpo tan herido; muéveme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera, que, aunque no hubiera cielo, yo te amara, y, aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera; pues, aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera. Amén.

Cuando llegó el instante de tu muerte inclinaste la frente hacia la tierra, como todos los mortales; mas no eras tú el hombre derribado, sino el Hijo que muerto nos contempla. Cuando me llegue el tránsito esperado y siga sin retorno por mi senda, como todos los mortales, el sueño de tu rostro será lumbre y tu gloria mi gloria venidera. El silencio sagrado de la noche tu paz y tu venida nos recuerdan, Cristo, luz de los mortales; acepta nuestro sueño necesario como secreto amor que a ti se llega. Amén

Las banderas reales se adelantan y la cruz misteriosa en ellas brilla: la cruz en que la vida sufrió muerte y en que, sufriendo muerte, nos dio vida. Ella sostuvo el sacrosanto cuerpo que, al ser herido por la lanza dura, derramó sangre y agua en abundancia para lavar con ellas nuestras culpas. En ella se cumplió perfectamente lo que David profetizó en su verso, cuando dijo a los pueblos de la tierra: «Nuestro Dios reinará desde un madero.» ¡Árbol lleno de luz, árbol hermoso, árbol ornado con la regia púrpura, y destinado a que su tronco digno sintiera el roce de la carne pura! ¡Dichosa cruz que con tus brazos firmes, en que estuvo colgado nuestro precio, fuiste balanza para el cuerpo santo que arrebató su presa a los infiernos. A ti, que eres la única esperanza, te ensalzamos, oh cruz, y te rogamos que acrecientes la gracia de los justos y borres los delitos de los malos. Recibe, oh Trinidad, fuente salubre, la alabanza de todos los espíritus, y tú que con tu cruz nos das triunfo, añádenos el premio, oh Jesucristo. Amén.

Victoria, tú reinarás. ¡Oh cruz, tú nos salvarás! El Verbo en ti clavado, muriendo, nos rescató; de ti, madero santo, nos viene la redención. Extiende por el mundo tu reino de salvación. ¡Oh cruz fecunda, fuente de vida y bendición! Impere sobre el odio tu reino de caridad; alcancen las naciones el gozo de la unidad. Aumenta en nuestras almas tu reino de santidad; el río de la gracia apague la iniquidad. La gloria por los siglos a Cristo libertador, su cruz nos lleva al cielo, la tierra de promisión.

Las banderas reales se adelantan y la cruz misteriosa en ellas brilla: la cruz en que la vida sufrió muerte y en que sufriendo muerte, nos dio vida. Ella sostuvo el sacrosanto cuerpo que, al ser herido por la lanza dura, derramó sangre y agua en abundancia para lavar con ellas nuestras culpas. En ella se cumplió perfectamente lo que David profetizó en su verso, cuando dijo a los pueblos de la tierra: «Nuestro Dios reinará desde el madero». ¡Árbol lleno de luz, árbol hermoso, árbol ornado con la regia púrpura, y destinado a que su tronco digno sintiera el roce de la carne pura! Dichosa cruz que con tus brazos firmes, en que estuvo colgado nuestro precio, fuiste balanza para el cuerpo santo que arrebató su presa a los infiernos! A ti, que eres la única esperanza, te ensalzamos, oh cruz, y te rogamos que acrecientes la gracia de los justos y borres los delitos de los malos. ¡Recibe, oh Trinidad, fuente salubre, la alabanza de todos los espíritus, y tú que con tu cruz nos das triunfo, añádenos el premio, oh Jesucristo. Amén.

Venid al huerto, perfumes, enjugad la blanca sábana: en el tálamo nupcial el Rey descansa. Muertos de negros sepulcros, venid a la tumba santa: la Vida espera dormida, la Iglesia aguarda. Llegad al jardín, creyentes, tened en silencio el alma: ya empiezan a ver los justos la noche clara. Oh dolientes de la tierra, verted aquí vuestras lágrimas: en la gloria de este cuerpo serán bañadas. Salve, cuerpo cobijado bajo las divinas alas: salve, casa del Espíritu, nuestra morada. Amén.

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